Nunca hubo una muerte tan anunciada como la del acuerdo entre el FMI y la Argentina. Hace seis semanas, en una entrevista publicada en el suplemento Cash, calificamos al programa como “un baldazo de medicina vieja” y “una cucharada de ilusiones”. La medicina prescripta por el FMI es la de siempre, incluyendo ajuste fiscal, política monetaria restrictiva y flexibilización laboral. La ilusión más grande era asumir que un ajuste interno brutal traería de vuelta al capital extranjero justamente cuando la liquidez global se estaba contrayendo. Iba a ser muy difícil, anticipé, que el gobierno cumpliese con el ajuste previsto en el acuerdo.
Anteayer se anunció la revisión del programa, explicando que había sido excesivamente optimista sobre las condiciones financieras internacionales. Hay una cierta ironía en que el endurecimiento de las condiciones globales de liquidez impacte más a Argentina, el estudiante estrella del FMI, que a Turquía, la oveja negra de los mercados mundiales y del gobierno de Donald Trump. El peso argentino sigue cayendo más rápido que la lira turca, aunque la tasa de interés de Argentina está en 60 por ciento comparada con 17,5 en Turquía. Las autoridades turcas se siguen rehusando a subir las tasas porque no quieren sacrificar su economía real para proteger las ganancias de los inversionistas internacionales.
La muerte del primer programa de Argentina con el FMI no es una coincidencia. Es el modus operandi del organismo multilateral. Lxs que crecimos con programas del Fondo en la Europa del Este lo sabemos muy bien. Los programas sufren de sobre-optimismo, al subestimar las consecuencias negativas de la austeridad monetaria y fiscal que imponen, o las dificultades en parar la fuga de capitales sin usar controles. Pero al Fondo no le cuesta nada equivocarse. Al contrario, fortalece su posición porque los gobiernos tienen que volver humillados a la mesa de negociación.
En el primer acuerdo de este año, Argentina se comprometió a uno de los programas de austeridad más duros en la historia del FMI. Lo peor está por venir. En la renegociación, el gobierno de Macri estará más dispuesto a arriesgar su capital político para implementar lo que el Fondo llama “políticas monetarias y fiscales más fuertes” y empujar otras medidas estructurales como privatización de empresas públicas antes “intocables”, recortes en las jubilaciones y los salarios de trabajadores estatales.
La tragedia de Argentina viene con importantes lecciones. El gobierno de Macri decidió adoptar un modelo de apertura financiera completa confiando en que los flujos de capital tendrían una sola dirección: desde el exterior hacia la nueva Argentina comprometida con la economía de mercado. Grave error. El mismo Fondo reconoce que los países con cuentas de capital liberalizadas pierden control sobre las condiciones financieras locales, que se mueven al ritmo del ciclo financiero global. Este error se puede entender a través del ‘dilema de Rey’, llamado así por la economista francesa Helene Rey. El dilema de Rey identifica un dúo irreconciliable: política monetaria independiente o flujos de capital libres. Para rectificar el error, el banco central tendrá que usar de forma activa mecanismos para controlar la presencia de los inversionistas extranjeros en los mercados de deuda locales a través de controles de capital y otras políticas macroprudenciales. El camino para la salida de la crisis va por repensar la independencia del banco central. Lo que Argentina necesita es construir un banco central independiente de la globalización financiera.
* Economista - University of the West of England (UWE).