El proceso de beatificación de Giuseppe Carraro se abrió en 2005, el año en que Queen Ton, entonces pupilx del Instituto Próvolo para niños hipoacúsicos, con apenas once comenzó a ser abusada simultáneamente por el monaguillo Jorge Bordón, que ejercía funciones en esta escuela, y un administrativo que vestía ropa de clérigo sin serlo. Una década después de esos hechos que para ella siguen vivos (“estoy arruinada”, dice amargamente), el reconocimiento de beatitud de Giuseppe fue alcanzado tras una autorización otorgada por Francisco. Ese año, 2015, Julieta Añazco, una de las fundadoras de la Red de Sobrevivientes de Abuso eclesiástico, presentó ante SNAP (Survivors Network of those abused by Priest), una lista con los nombres de once curas pederastas nativos y radicados en la Argentina. Entre ellos figura Nicola Corradi, el sacerdote regente del Próvolo de Mendoza, que comparte con Carraro al menos una víctima conocida: Giani Bisoli, de 68 años. Cuando veía a Corradi, que entonces tenía 25, caminar por los pasillos del Próvolo con sede en Verona, Giani comenzaba a temblar. Había sido él quien lo había bautizado “il bello” y este mote terminó por convertirlo en el fetiche de varios sacerdotes del instituto, incluido del allegado futuro beato Giuseppe, que gozaba sentándolo sobre sus faldas, tocándolo y mostrándole sus genitales. Entre 1955 y 1984 se calcula que fueron 130 los clérigos involucrados en casos de pederastia. Corradi tenía 50 años a mediado de los 80, cuando dentro de la iglesia el escándalo pasó a mayores y junto a un grupo de abusadores clericales fue trasladado fuera de Italia. Nuestro estigma sudaca de basurero nuclear hizo a la Argentina abrir los brazos a una escoria que no era la nazi, aunque compartiera su sino de aberración. En Mendoza muchas criaturas, incluso las que aún no habían nacido, se convertirían con el tiempo en el blanco de su perversión y en la del cura Horacio Corbacho, del monaguillo Jorge Bordón y de los administrativos José Luis Ojeda y Armando Gómez. Solo en Luján de Cuyo las denuncias contra ellos en diciembre ascendieron a 26. La mayoría de los denunciantes padecían, o padecen, una sordera casi absoluta que los obligaba a no expresar lo que les ocurría. Por eso a Queen Ton, cuya discapacidad es menor comparativamente, le parece raro haber sido elegido por Bordón para metérsele en la cama por las noches. Aunque podía hablar más que otrxs, el silencio lo siguió acorralando y tras la queja de sus padres, fue expulsado del colegio (el masculino es usado por la entrevistada para referirse a aquél niño herido que fue entonces y que en su vida quedó atrás). Queen Ton, para quien hoy su identidad travesti es uno de sus pocos motivos de felicidad, no quiso volver a estudiar y lo único que espera, dice, es salvar niñxs del abuso sexual. “Pensaba que era la única abusada y maltratada del Próvolo -dice-, pero me sorprendí al enterarme que hay más de 30. Nadie podrá reparar el daño que me hicieron. Nadie. En ese tiempo no me creían. Me sentía sola y perdedora”
¿Perdedora?
–Por no denunciar, ¿pero quién me iba a creer a los 11 o 12 años? Perdedora porque él ganó el apoyo del colegio. Hoy gané yo después de haber denunciado. Siento alivio de haber salvado, con esta denuncia, a otrxs niñxs. Pero a la vez culpa por no haberla hecho en ese tiempo, pero ya lo dije, entonces nadie me creía.
El silencio
Julieta Añazco es sobreviviente del abuso del cura platense Ricardo Giménez. Desde los 18 años Julieta olvidó lo vivido en su infancia y un día, tras el nacimiento de su nieto, a sus 42 años, su cuerpo se lo recordó. Primero sintió miedo, “excesivo miedo”, dice, y después su memoria se activó, llenando de sentido aquella sensación que parecía no tenerlo. Hoy Julieta forma parte de la Red de sobrevivientes de abuso sexual eclesiástico que fundó junto a la terapeuta Liliana Rodríguez y al especialista en derecho canónico Carlos Lombardi. En La Plata hay también un colectivo de abogados populares, La ciega, que acompañan a esta red en asesoramiento penal. Hace dos meses hubo una reunión de sobrevivientes que en breve se repetirá con el objetivo de tramitar una personería jurídica. “Cuesta romper el silencio. En nuestro caso tiene que ver con que éramos niños y niñas a quienes el abuso les sucedía en el momento de la confesión. Si de niño te dicen que lo que pasa ahí no se lo podés contar a nadie porque vas al infierno, aparte del abuso, también te paraliza para poder hablar. Te hacen un lavado de cerebro y lo meten a Dios en el medio. Es doblemente perverso. ¿Quién te va a creer que un cura puede ser capaz de atrocidades así y que la jerarquía de la Iglesia, calla, encubre? Pasan las generaciones y los curas que abusan lo van a seguir haciendo sistemáticamente. No digo que toda la jerarquía encubra, pero lo saben. Ellos tienen un código canónico y lo manejan cómo quieren”.
¿Cómo?
–Las penas son los traslados de países o provincias. Esa pena les cabe a los sacerdotes acusados de abuso. A la víctima no se le permite ver la causa. No se permite ver expedientes ni nos dan constancias. No sabemos en qué parte del proceso puede estar la causa a nivel eclesiástico. Estamos recibiendo casos del interior donde los curas se toman la molestia de ir a la casa de la mamá que denuncia para sacarle información y convencerla de que la denuncia está hecha a nivel eclesiástico y no tienen que llegar a la parte penal. Lo mismo hacen con las víctimas cuando son más grandes.
Un ejemplo de estas visitas es el caso de Silvia Muñoz, madre de uno de los niños abusados por Juan Diego Escobar Gaviria, el cura sanador radicado en Entre Ríos. El 28 de diciembre, día de los Santos inocentes, el Arzobispo Juan Alberto Puiggari le preguntó por whassap a Silvia si podía recibirlo en su casa y ella respondió que sí, aunque tuvo que tomar un calmante antes, dice, porque “sabía que él venía a sacarme lo que yo sabía. Nunca había hecho nada por los abusados”. En esa oportunidad Puiggari le ofreció a Muñoz dinero para las sesiones de terapia de su hijo como un modo, dijo, de intentar reparar lo irreparable.
¿Julieta, por qué pensás que los abusos son tan comunes en la Iglesia?
–Es un pecado mirar a la mujer del prójimo. Nada dice de los niños la Biblia, muy por el contrario hay una cita que dice: Dejad que los niños vengan a mí. Imagino que también tiene que ver con la castidad. Hay muchos abusos dentro del seminario. Se van sucediendo, hay muchos que ejercen como curas y repiten las historias, lamentablemente.
En 2015 hiciste la presentación de los nombres de los curas abusadores ante el SNAP, ¿por qué recién en 2016 las víctimas de Corradi se animaron a declarar?
–Cuando me conecté con la Red de sobrevivientes de Italia y su portavoz Francesco Sanardi y su abogado, Sergio Cavallieri, me informaron que desde el Próvolo de Verona había sacerdotes denunciados y trasladados a nuestro país y que probablemente estaban en Mendoza o en La Plata, de donde soy yo. Paso todos los días por el Próvolo, por eso me involucré mucho y comenzamos a investigar. Así fue que el Dr. Lombardi encontró a Corradi en Mendoza. No teníamos denuncias en la Argentina, sí en Italia, por eso no podíamos hacer mucho. Este año una niña, en un encuentro de niños hipoacúsicos, se acercó a la diputada Daniela García y como pudo le dio a entender que ella había visto cómo abusaban de niños en el Próvolo. Ahí empezaron los chicos a contar lo que vieron y vivieron. Fue un trabajo conjunto con Italia y la noticia se expandió. Las víctimas comenzaron a romper el silencio al enterarse que había otros que habían sufrido lo mismo. El vocero del arzobispado de Mendoza dijo no estar al tanto de las denuncias de Corradi en Verona. Hace tres años que investigo y lo sé, hasta lo expuse en EE. UU., ¿y ellos no lo saben? Es imposible.
Sobre estas piedras edificaron su iglesia
En el caso del Próvolo los detalles morbosos que constan en las denuncias parecen de película, pero no lo son: uno de los empleados del instituto mantuvo relaciones con un perro en presencia de los niños, una nena fue atada a una reja al momento de ser abusada, los curas forzaban a los alumnos, todos menores, a mantener entre ellos sexo oral, y los obligaban a sacarse los audífonos durante las violaciones. Pero el horror no se circunscribe a este instituto. En Mendoza, el affaire iglesia pederastia vivió en 2016 un momento de esplendor. Basta recordar el video en que Fernando Yáñez, el cura de San Rafael acusado de abuso sexual agravado contra dos adolescentes del hogar San Luis Gonzaga, se justifica con aquella frase inolvidable y campechana que pretendió lavar al acto de su monstruosidad: “uno necesita cariño”. O con googlear el nombre de Carlos Miguel Buela para que el Instituto del Verbo Encarnado (IVE), fundado por él junto al ultraderechista Obispo León Kruk, aparezca asociado al abuso sexual. Para su propia protección, Buela fue trasladado desde San Rafael a un Monasterio de San Isidro de Dueñas de Palencia, España, luego de que las acusaciones se repitieran hasta lo inocultable. Los sobrevivientes son mayores de 18 y varios testimonios coinciden en que desde el momento en que entraron al seminario, con 12 años, Buela ejerció sobre ellos una manipulación tal que les hizo imposible defenderse. Según un artículo escrito por Federico Mare para la Agencia Latinoamericana y Caribeña de Comunicación, además de la pedofilia, el IVE puso su energía en otras guerras igual de sucias: “guerra ‘santa’ contra el matrimonio igualitario, ocultamiento de militares represores prófugos de la justicia, manipulación y fanatización de adeptos, cruzada contra la laicidad escolar, oposición a la enseñanza de la teoría de la evolución, apología de la Conquista, reclamos de censura contra el arte ‘obsceno’”. Esta joyita de verbo encarnado se ha tomado muy a pecho lo de la carne y no se privó de nada, ni de un goce SM sin consentimiento mutuo al hacer pasar a sus seminaristas sufrimientos medievales, como colgarles un cinturón de piedras en la cadera, en las piernas o en las manos.
En “De curas pedófilos y legisladores chupacirios”, el artículo antes citado de Mare, queda descripto el modus operandi de la Iglesia frente a estos escándalos, que no se acota al traslado del abusador a un sitio “donde pueda «volver a vivir en paz», sin ser «hostigado» o «molestado»”. Para Mare la estrategia está también en la autovictimización de la Iglesia “aduciendo que la institución sufre una campaña de desprestigio orquestada por grupúsculos ateos y cristianófobos extremistas”; otro de los tips para la defensa pederasta se encontraría en “minimizar el fenómeno de los curas pedófilos como un puñado de casos aislados”. Los comunicados de contrición –pésame Dios mío– según Mare son un placebo para el oído público, al que “buscan calmar con frases sensibleras y falacias ad misericordiam. Y en último lugar, pero no menos importante, ponerle palos en la rueda al accionar de la justicia civil (por ej., retaceando información clave)”.
Frenar la justicia
El 7 de diciembre pasado, a poco del estallido Próvolo, el Arzobispo mendocino Carlos María Franzini se rehusó a presentarse ante la Legislatura para prestar declaración. Y como si la cuestión de la Justicia estuviera en sus manos o en las de la institución que representa, la mañana anterior Carlos María prefirió recibir en su despacho, café por medio, a una comisión de legisladores de todos los partidos políticos que compartían afinidad por la Iglesia. Ese mismo día el Encuentro Laicista de Mendoza (ELM) lanzó un comunicado a través del cual repudió esta reunión ofrecida por Franzini “como si éste fuese un virrey de la Colonia al que se le debe pleitesía” y acusó a estos políticos de obrar con “genuflexión y servilismo ante un poder fáctico hostil a la democracia y la laicidad, que desde hace décadas protege y cobija individuos que han perpetrado crímenes sexuales aberrantes contra personas indefensas menores de edad”. Para el ELM la verdadera solución al flagelo radicaría en la separación definitiva de la Iglesia y el Estado. Por donde se lo mire, resulta evidente que a la pedofilia clerical la envuelven múltiples velos que provienen, en principio, de la Iglesia como principal interesada, de los sectores políticos y del silencio de las víctimas que, como Queen Ton o Julieta, fueron activamente impotentizadas en el enfrentamiento a la santa institución, aunque solo por un tiempo que, afortunadamente para ambas, ya se cumplió.