El 8 de agosto llovía y llovía. Adentro del Senado, resolvían sobre cuerpos ajenos. Los nuestros. Sobre las vidas. Llovía y estábamos amuchadas. Pero nosotras no dijimos: es la tormenta. El país está a la intemperie y no por una tormenta climática. Las personas que comen en comedores populares y maestros y maestras que acampan alrededor de una escuela estallada. Amenazaron a las maestras que hacen una olla popular en Moreno. Porque molesta lo que se cocina alrededor de las ollas. El tejido comunitario, la conversación, la amistad, el cuidado. Le rayaron los autos a docentes en lucha.
Nuestros cuerpos están a la intemperie y no por el cambio cimático. Están porque aumentan noche a noche las personas que duermen en las calles y se incendió un teatro porteño en cuya puerta rancheaban. Mientras tanto una mujer apresada por el poder fue retirada del hospital en el que estaba internada y llevada en pijama a declarar. Las noches son largas. Esta noche es larga. Milagro es condenada por lo que tramó alrededor de las copas de leche, pero en especial por la fuerza de un contrapoder popular alrededor de su liderazgo. Es una operación semejante a destruir los techos que protegen e inscribir el miedo a construir otros techos. ¿Se creyeron que podían salir de la intemperie, del terror de los Blaquier, de la disciplina del ingenio, del hambre del piberío?
Estamos mojadas hasta los huesos, ateridos. Pero no por una tormenta climática. Porque cuando nos quedamos parados bajo la lluvia, el 8 de agosto o el 30 de agosto, lo hacemos entre compañeres. El día que marchamos desde las universidades, que subimos a colectivos bajo la lluvia, que nos quedamos parados cuando ni pilotos ni paraguas daban nos protegían, nos quedamos por las sonrisas y los abrazos. Ese mismo día volaron de un plumazo ahorros, se devaluaron salarios, comenzó el desabastecimiento, el dólar aumentó, en una hora, seis pesos. No fue un tornado. Fue efecto de una política decidida pero cuyos hacedores decían que no acarreaba estos efectos. Corrida financiera ellos, mientras el pueblo corre la liebre. Para comer alguito o meter en la olla popular.
Nuestros cuerpos a la intemperie. Esa imagen. Y un crimen social que acontece. El empobrecimiento de millones. La privación. Las pibas muertas por abortos clandestinos e inseguros. Y en el municipio de San Miguel echan a médicas que garantizan derechos, porque acompañan abortos no punibles –sí, los de la ley que existe desde 1921– y en el lugar de trabajo cuelgan un cartel que dice Ni una menos. Vivas nos queremos. Municipio percha, gritan las compañeras. ¿Se creyeron que podían acceder a programas de salud sexual y reproductiva? Las muchachas contestan por todos lados, se organizan, salen del bajón armando grupos nuevos, alianzas, ranchos. Reparten miso y juntan ropa para los comedores populares.
Ellos nos dicen: ¿se creyeron que podían tener vacaciones, derechos, placer, laburo, casa, vidas plenas, comida caliente y buenas escuelas? Sí. Pero ellos, no menos crédulos. Pensaron que por ser agentes de las clases dominantes, llevar a rajatabla un programa extractivo y saqueador, glorificado con cuadernos, iban a recibir una lluvia de inversiones. Ningún cuidado tuvieron, destruyeron regulaciones, privaron al estado de ingresos impositivos, descuidaron la producción, evitaron medidas anticíclicas, se endeudaron de un modo abismal, se arrojaron a los brazos del FMI y la corrida siguió. Y dijeron tormenta. La tormenta en el mundo y los cuadernos en casita.
Nosotres sí sabemos lo que es tormenta, paraditas en la calle. Marchando bajo la lluvia. Pero no es lo que ellos dicen. Un crimen no es tormenta. Una expoliación organizada no es lluvia. Una transferencia de ingresos hacia las clases dominantes no es un tornado. Son decisiones de gobierno y producto de las decisiones de gobierno. ¿No están matando la gallina de los huevos de oro, en su voracidad rapiñera?
La corrida financiera devalúa los salarios, empobrece y atemoriza. A la vez, los deja desnudos. Increíbles: ya casi nadie les cree. Hoy es un gobierno que arranca hojas a un cuaderno para taparse las partes. La corrida se aceleró cuando el presidente dio un mensaje filmado de alrededor de un minuto, balbuceante, leído, opaco y banal. Nadie escuchó otra cosa que una fenomenal declaración de incompetencia. Nosotres, siempre bajo la lluvia. Y los que están en sus mansiones y torres empresarias, que corrieron a comprar dólares. No hay tormenta. Hay plan.