Alguna vez tuvimos que estudiarlo en profundidad, pero “con el diario del lunes en la mano” me hubiese gustado que en la universidad trabajásemos más las ideas del polaco Kalecki. Podría decirse que su aporte funciona casi 80 años después con perfecta soltura y salteando coyunturas. Desde un trabajo emblemático de 1943, explica sobre la actitud y política de los dueños de los medios de producción, que consideran conveniente aceptar una masa de ganancia menor, si lo que consiguen es el control de las demandas de la fuerza de trabajo, o el aumento de su participación en la distribución del ingreso, que puede verse como su contracara. En suma, el control político del proceso de trabajo es más importante que su beneficio económico, fin último del capitalista. El control reduce el riesgo, y parece que los dueños se disponen a pagar por él, lo que puede verse como que aceptan menos beneficios si consiguen así controlar el espacio de producción. ¿Y qué puede tener que ver Kalecki con esta coyuntura? Mucho.

Ese pensamiento -aggiornado- puede apreciarse como que el capitalismo occidental, hegemónico en el control del conocimiento de las tecnologías de vanguardia, por lo tanto las que suponen el diseño de las estructuras productivas del futuro, están dispuestas a no avanzar para evitar que ese control sobre el conocimiento pase a manos de quienes ellos creen es otro pretendiente a hegemón, alguien que les está disputando los espacios de control de sectores donde se juega el futuro de aquellas estructuras productivas. Entiéndase bien: al decir “estructuras productivas” hablamos no tanto de cuchillos de cocina y retroexcavadoras como de armas, satélites e inteligencia artificial (IA), para decirlo en forma abreviada.

Hace pocos días (a finales de julio), la canciller alemana Angela Merkel ordenó que un banco estatal superara la oferta de la empresa china State Grid por una participación del 20 por ciento en la red eléctrica de Berlín. Posteriormente, a principios de agosto, el gobierno alemán intervino para detener la venta a inversores chinos de Leifield, una firma de ingeniería mecánica. Aunque es pequeña en términos de ingresos, relativamente, esa empresa fabrica máquinas herramienta que se usan en los sectores automotriz, aeroespacial y nuclear, o sea que para Berlín está vinculada a cuestiones de seguridad nacional. La negativa se produce después que los alemanes tomaran medidas el año pasado para facilitar a los ministros bloquear las ofertas de países no pertenecientes a la UE, lo que puede leerse como otro eufemismo para no mencionar directamente a China. Trump lo hace de otra manera: impone mayores aranceles de importación para ciertos productos de múltiples orígenes, entre los que siempre se encuentra China, para luego negociar el “desenganche” de varios de esos proveedores (Argentina, por caso, cuando el problema fue el acero) dejando a China como único destinatario de las sanciones.

Los intereses chinos regidos por su proyecto “Made in China 2025”, ya desembarcaron en continente europeo hace tiempo, y tanto va el cántaro a la fuente que varias empresas chinas pudieron hacerse de valiosas empresas luego de insistentes ofertas. En Alemania esa presencia (los casos recientes y más resonantes: Putzmeister, Kuka y Daimler) movió tanto el mostrador que el gobierno comenzó a movilizar sus intereses olvidándose de las “sanas” prácticas del libremercado, interviniendo en muchas operaciones como las mencionadas para evitar el avance chino y posterior control en sectores estratégicos.

La prohibición y veto (nominado públicamente como “bloqueo del gobierno”) a la adquisición de porciones de empresas alemanas por parte de capitales chinos, y los motivos esgrimidos por los líderes europeos para tomar decisiones similares, no hacen más que confirmar que la disputa comercial visible es solamente la punta del iceberg. Merkel ahora, un poco antes el presidente de Francia, Emmanuel Macron, desde lo discursivo -y no solamente, pues estatizó un constructor naval importante para que no padezca las insistentes ofertas chinas-, los italianos imponiendo condiciones que limitan la transferencia de tecnología y, por supuesto, Trump desde el inicio de su mandato, son ejemplos concretos de la pelea, que por el momento es política. Solamente por el momento.

* Economista y Mag. UBA/Unlam.