¿Es posible atrapar un pulpo con la única ayuda de un pie, como si se tratara de una improvisada caña de pescar sin sedal ni anzuelo? La casa junto al mar, el esfuerzo más reciente del inoxidablemente fiel a sí mismo realizador francés Robert Guédiguian, demuestra no sólo su factibilidad sino su condición de práctica usual, transmitida de generación en generación desde tiempos inmemoriales. No es ninguna casualidad que en esa breve escena –un descanso amable en la respiración entrecortada de la película, aquejada por conflictos diversos y complejos– estén presentes Angèle, Joseph y Armand, los tres hermanos que han vuelto a encontrarse en la pequeña villa marsellesa construida frente al mar, casa familiar y restaurante ídem, luego del accidente cerebrovascular que acaba de postrar al patriarca. Típico en el cine del director de Marius y Jeannette –al menos en esa nutrida franja naturalista que sabe administrar pacientemente alegrías y dolores personales y colectivos–, el reencuentro de la única hija mujer con su hermano mayor transmite un caudal de información con escasos elementos. “¿Por qué viniste?”, pregunta aquel que decidió quedarse anclado en el lugar, el que casi no se ha movido de ese pueblito de pescadores del Mediterráneo. “El notario dijo que tenía que venir”, es la intempestiva respuesta de Angèle, la artista de la familia, una actriz de cine y teatro exitosa, de regreso al nido luego de veinte años de ausencia, de desaparición total, la rama quebrada del árbol genealógico. Pero más allá de la superficie de esa sequedad tormentosa, con algo de sobreactuación filial, laten emociones reprimidas, que muy rápidamente comenzarán a dejarse ver sin las máscaras protectoras del reproche. Rostros recurrentes: Jean-Pierre Darroussin, Gérard Meylan y Ariane Ascaride (otra marsellesa de pura cepa, esposa del cineasta desde el año 1975) vuelven a entregarse a la dirección de Guédiguian por enésima vez. Si hay otro rasgo que la revisión de su filmografía confirma con creces es la absoluta fidelidad a un grupo de colaboradores, en particular los actores y actrices: Meylan y Ascaride fueron los protagonistas de su ópera prima, Dernier été, presentada en el Festival de Cannes de 1981, y Darroussin se incorporó en su tercer largometraje, Ki lo sa? (1986), para nunca más (salvo notorias excepciones) salir de cuadro.
En comunicación telefónica desde su lugar en el mundo, en Marsella, Robert Guédiguian confirma la necesidad de volver a rodearse de gente de confianza y talento. “Somos todos muy cercanos, muy amigos; ellos hablan con una voz similar a la mía. Los considero una troupe, como en las épocas de Molière o de Shakespeare. Suelo imaginar que si ellos hicieran películas propias serían muy similares a las mías. De alguna manera, mis films utilizan los vínculos que ellos tienen en la vida real. Por ejemplo, en La casa junto al mar, cuando el personaje de Ariane llega a la villa y saluda a los hermanos... no es como si fueran sus hermanos, ya lo son, de alguna forma. Con ese método de trabajo las cosas ya están en su lugar, no debo buscar demasiado. No soy actor pero supongo que, incluso cuando hay peleas o discusiones, convocan para la ocasión cosas que ya ocurrieron entre ellos”. Guédiguian afirma rotundamente que la posibilidad de la improvisación durante el rodaje es nula: los diálogos y situaciones están escritos de antemano, en detalle. El método rinde sus frutos, ya que el naturalismo evidente en cada una de las escenas es atravesado, en más de una ocasión, por una teatralidad encubierta de las actuaciones, las formas del habla, la elección de las palabras, cómo se las pronuncia y escucha. “Usted sabe”, continúa el realizador, “que hay cosas extremadamente personales que me pasan por la cabeza, que tienen que ver con mis sentimientos, mi edad, mi vida y con otras que pueden definirse como teóricas. Hace treinta años no pensaba de la misma manera que ahora, el pensamiento evoluciona. A partir de mis pensamientos generales y de lo que siento trato de entablar un debate entre algunos de los personajes y establecer ciertas situaciones. Al crearlos, los personajes comienzan a tener opiniones que son mías y otras que son contrarias, y eso es justamente lo que termina creando las situaciones. Trato de que ocurran como si fuera en un cuadro teatral, con un escenario que es alguna bahía del sur de Francia. El marco físico de la película es como un teatro: el mar, las colinas, el agua que entra en la tierra. Y no pienso salir de allí. En el caso de mi última película, una vez que todo eso estuvo dispuesto, lo convoqué a Serge Valletti, el coguionista, para que me ayudara a poner esos elementos en orden, para que invente historias que tuvieran que ver con los personajes. O no. En todas las películas apuesto a que haya una lectura de primer grado, para que puedan ser vistas por la mayor cantidad de públicos posibles. Que el mundo entero sea su posible espectador, que siempre haya un primer nivel accesible. Después, desde luego, cada uno puede deducir los temas teóricos, políticos y filosóficos que están detrás”.
Tres hermanos
El pueblo ya no es lo que solía ser. En parte porque eso es así, de manera taxativa. En parte, tal vez, porque la idealización de otros tiempos ha echado profundas raíces. Un vecino anciano recuerda el esfuerzo y la pasión que tanto él como el ahora inmovilizado amigo pusieron a la hora de construir cada una de las paredes de la “villa”. Es invierno todavía. O primavera. Y la falta de turistas no hace más que dar mayor relieve a cierta decadencia estructural, que la belleza de las casas, la costa y el mar insisten en negar en cada fotograma. Joseph, el hermano menor del clan, un cuarentón de casi cincuenta, ha sido relegado de su rol de líder sindical luego de dos décadas de luchar por los derechos de los trabajadores. Hay algo de estoico desencanto en su mirada, en su forma de caminar, en sus comentarios muchas veces humorosos, a veces sardónicos. Lo acompaña en su visita a la casa paterna Bérangère (la actriz Anaïs Demoustier), su prometida (así la presenta en sociedad), una chica veinteañera con un cargo importante en una empresa multinacional que supo quedar prendada de sus formas, de sus ideas, algunos años atrás. Ahora la situación es otra y esa “promesa” parece a punto de romperse. Sin gritos, aunque con algo de amargura e indudable resignación por parte de Joseph. “La mente a la derecha y el corazón a la izquierda, como todo el mundo”, le dice Joseph a Bérangère, enfrentamiento teórico que tendrá su aplicación práctica en diversos conflictos: vender o no vender la casa, transformar el restaurante en un lugar exclusivo para turistas o mantener el concepto de “comida buena y barata para los trabajadores”, en palabras del hermano mayor, como siempre lo fue. ¿De qué personaje se siente más cerca Guédiguian? “De hecho, el personaje de Joseph es el que más se parece a mí, porque se ha ido, ha cambiado de mundo. He hecho películas que cuentan precisamente eso. Me considero una persona militante y extremadamente comprometida pero mi vida material, real, es una vida de burgués. Como el personaje interpretado por Darroussin, aunque creo que me las arreglo mejor que él”.
Uno de los aspectos narrativos más destacables de La villa (el título original también remite a la casa, al terruño como construcción, techo y alma) es su estructura desdoblada. La primera hora de proyección concentra su atención casi exclusivamente en las colisiones entre los hermanos, su relación con el padre ausente en presencia y una situación trágica del pasado que es, en gran medida, la causante de la situación actual, aunque sin dejar nunca de lado algunos apuntes sociales o el vínculo cercano con varios de los vecinos. Sin embargo, un hecho inesperado que hace las veces de gran bisagra permite que el metraje restante se abra a otras problemáticas, introduciendo la cuestión nada menor de la inmigración en la Europa contemporánea. “El suyo es un apunte muy ajustado”, responde el realizador con característica amabilidad. “Cuando comencé a escribir el guion la segunda parte era todavía una incógnita, pero cuando ya tenía resuelta la historia de los tres hermanos pensé que no era posible, hoy en día, moral o éticamente, no hablar del tema de los inmigrantes. Volví a llamar a Valletti y nos sentamos a conversar sobre eso, la gran causa de la humanidad de hoy en día: la relación con los extranjeros. Mis personajes no son egoístas. Los siento muy cercanos y siempre tienen una mirada que los empuja a ocuparse de la gente cuando se ven frente a una situación de ese estilo. Cuando aparecen estos chicos sin padres, que no hablan nada de francés y están completamente perdidos los personajes se ven confrontados. Era un riesgo eso de partir de un film chejoviano para llegar finalmente a Brecht. Los niños inmigrantes son una intervención brechtiana en un film naturalista, costumbrista incluso”.
Hijo de madre alemana y padre armenio, el tema de la identidad y de la construcción de una idea de comunidad como su extensión lógica recorren una parte de la filmografía de Guédiguian, quien no duda en decir que “a mi entender, la comunidad se constituye gracias a la inmigración. No solamente tiene que estar aceptada y ser acogida sino que debe ser deseada. La inmigración hace a la riqueza del mundo. Las comunidades deben ser abiertas. Mi ideología es abrir las puertas, no cerrarse en sí mismo. Quizás piense esto, entre otras cosas, porque soy marsellés. Mi acento no me deja mentir”.
La resistencia
“Esa frase sobre la izquierda en el corazón y la derecha en la cabeza es algo que he dicho en varios reportajes y en debates y que se transformó ahora en una línea de diálogo. Ideológicamente, el capitalismo ha ganado, por el momento. Pero desde el punto de vista de las ideas, el corazón de los franceses está a la izquierda: las ideas de libertad, de democracia, son toda una tradición. En la película es el corazón el que termina triunfando. Hay películas que terminan bien y otras que terminan mal; es la idea aristotélica de resolución de la trama. De una u otra manera, porque a veces es útil que no termine bien. Es la diferencia entre la tragedia y la comedia”. Dentro de dos meses, Robert Guédiguian comenzará a filmar una nueva película. “Será más bien del orden de lo trágico. Los personajes se han visto muy desfavorecidos, algo que hoy existe mucho, pero adhieren al discurso del amo. Será una película muy dura, un poco como La ciudad está tranquila”. Mientras tanto, afirma que le agrada que La casa junto al mar se estrene en Argentina, “un lugar que conoce mucho de inmigración”. Mientras la cabeza se ocupa de resolver ciertas cuestiones apelando a los sentimientos, en el corazón de la narración una breve secuencia enfrenta al espectador con los mismos actores treinta años más jóvenes, reconvertidos por el montaje en versiones veinteañeras o directamente adolescentes de los personajes. Mientras suena “I Want You”, de Bob Dylan, se anda en auto por la ruta, se sonríe, se corre, se ríe, se improvisa un chapuzón en el mar, aunque alguno de ellos deba ser arrastrado y arrojado al agua para ello. La secuencia pertenece a Ki lo sa?, reconvertida aquí en flashback luminoso. “Esa escena fue filmada en el mismo lugar en el que rodé La casa junto al mar, pero en 1985. La música de Dylan estaba en la banda de sonido, pero pirateada, porque no tenía plata. Ahora pude finalmente pagar los derechos. No fue una idea que surgió durante el montaje, estaba prevista en el guion. Suponía que iba a provocar un efecto emocional y la escribimos expresamente para eso. Creo que el decorado, la escenografía, el espacio físico real cuentan la vida de los personajes. El lugar donde se filma le da forma a la película. El contenido les concierne a las personas porque está encarnado, cristalizado en ese pequeño pueblo. Lo universal es algo que existe en todos lados pero en formas diferentes, como decía Chejov”. La respuesta a la última pregunta, antes de la despedida, define una forma de entender la vida, el mundo, las películas. ¿Es posible considerar al cine, en pleno siglo XXI, como una forma posible de resistencia? “De manera incontestable. El año pasado presenté este largometraje en el Festival de Cannes y la mayoría de las películas que allí se exhiben se oponen al mundo tal cual es. En la conferencia de prensa dije que el cine es la nueva Internacional. La Internacional de los Cineastas. Tengo amigos que hacen cine en todo el mundo y son revolucionarios, continúan diciendo cosas que se quieren esconder. El cine de autor sigue siendo un espacio de libertad muy fuerte. Y hay que mantener eso a cualquier precio”.