“No tengo manera de saber si éste es mi final o un nuevo comienzo. Me entregué por completo a unos extraños porque no lo pude evitar. No tengo opción. Así que me paré frente a la oscuridad, o lo que puede llegar a ser la luz”, relató Offred en el cierre de la primera temporada de The Handmaid’s Tale. En medio de su relato en off, la criada (interpretada magistralmente por Elisabeth Moss) era escoltada a una camioneta con paradero desconocido. Dicho final, a su vez, correspondía línea por línea con la obra de Margaret Atwood. Desde hoy a las 23 (estreno de Paramount Channel) se podrá constatar que todavía queda mucha penumbra por atravesar. Un turbio camino donde aumentan las palizas, vejaciones y abusos planificados desde un estado teocrático en lo que antes eran los Estados Unidos. Pero también ha quedado plantada la semilla de la insurrección. Son trece episodios y en cada uno de ellos se refuerzan al máximo los arietes narrativos y estéticos que la volvieron célebre.
La intención de esta fase del drama distópico es doble: seguir la historia de este grupo de mujeres forzadas a la servidumbre sexual procreativa ampliando el universo creado por la escritora. “Cuando terminás el libro, la primera reacción es de furia porque acaba de manera muy abrupta. Quería saber más. Quería saber qué venía después. El final es un misterio, así que deja mucho librado a la imaginación”, señaló Bruce Miller, su productor ejecutivo. Esto le permitió al showrunner ampliar el abanico de historias y espacios aunque Moss siga en el centro de la escena. Uno de los personajes que ha ganado en espesura es el de Serena Joy (Yvonne Strahovski). Ya no se trata de una loba sádica y ultramontana cuyo único objetivo es el de volverse madre. La protagonista relató que uno de los aspectos más difíciles fue que su personaje no encontrara empatía en otras mujeres más allá de las criadas. De a poco, la esposa del Comandante Fred Waterford (Joseph Fiennes) soltará una personalidad más enigmática y conspiradora contra el status quo. Otro aspecto a desandar será el de las “Colonias”: eufemismo para referirse a los campos de concentración donde envían a las lesbianas, las irrecuperables, las que no puedan engendrar, prostitutas y demás indeseables. ¿Su trabajo allí? Las “no mujeres” deben volver fértil la tierra destrozada. También se explicará el funcionamiento de Gilead, el intento de validación internacional de este gobierno y de la incipiente subversión armada.
La apuesta le valió a la producción una veintena de nominaciones para los próximos Emmy tras haber arrasado con estos mismos premios en el 2017. Y ya está confirmada una tercera temporada. Es que como ninguna otra ficción, The Handmaid’s Tale (original de la plataforma Hulu) funciona como caja de resonancia sobre la cuestión femenina. Basta recordar, incluso, cómo se inmiscuyó su temática e iconografía (y hasta la propia autora del material) en el debate por la ley por la interrupción voluntaria del embarazo para constatar la importancia de esta obra publicada en 1985.
El totalitarismo en Gilead, esa nación afectada por la baja de natalidad y el desastre ambiental, está ingresando en su apogeo. Lo cual implica un recrudecimiento de tormentos sobre los cuerpos e identidad de las mujeres; de las órdenes de los comandantes; de las acciones de las “Marthas”, de la brutalidad de las “tías” y de la relación de amo y esclavo con las esposas de los poderosos. El comienzo de la segunda temporada se centra en las consecuencias tras el intento de rebelión de Offred y algunas criadas. La primera de las lecciones incluye una “ejecución” masiva. Y vale detenerse en el inicio de este segundo acto. Es una secuencia particularmente siniestra y barroca que ocurre en medio de la noche, entre ovejeros alemanes, hombres armados, gritos y mujeres al pie de una horca. En el instante cúlmine del suplicio suena de fondo “This Woman’s Work” de Kate Bush. Hay una clara evocación a varios regímenes dictatoriales (sea la revolución del ayatolá Jomeini o el nazismo) pero, vaya detalle, sucede en Fenway Park, el estadio más viejo de beisbol y casa de los Medias Rojas de Boston.
Los creadores de The Handmaid’s Tale confían en el poder iconográfico de la fábula. Y si en la primera temporada el emblema era la túnica roja y la cofia blanca, ahora Offred pasa los primeros minutos con un bozal en su boca. Una elocuente imagen de lo que se viene. La serie está regada con postales del sufrimiento creadas por Colin Watkinson (el encargado del look cinematográfico de la serie). El art decó conspiro-paranoico previo deja lugar a un gore luminoso, redoblándose el juego con varios simbolismos y primeros planos que ya estaban presentes en la primera temporada. Puritanismo, disciplinamiento, abusos, mutilaciones corporales y ritos mesiánicos son permanentes dentro de un contexto descrito como “nueva normalidad”. Esta violencia gráfica llevó a que algunos medios criticaran la segunda temporada por impiadosa y efectista. “Entretenimiento misógino”, fue lo más amable que escribieron en The Cut. “Si van a ir más allá de la obra original y crear nuevas historias es mejor que tengan algo que decir más allá de que las mujeres están padeciendo un martirio”, opinó Laura Hudson, editora de Vulture.
Elisabeth Moss se plantó frente a estas opiniones: “Odio cuando alguien me dice que no puede verlo porque es demasiado aterrador. Y no es porque me preocupe si miran o no este programa. Eso me importa un carajo. ¿En serio? ¿No tenés aguante para ver un programa de televisión? Esto está sucediendo en tu vida real. La gente se tiene que despertar”. Offred, por su parte, ya lo ha hecho.