La fiebre del dólar y el descalabro de la gestión pública nacional generaron un brusco cambio de escenario que ya se insinuaba sobre el final del mundial de Rusia, momento que se esperaba empezaran de lleno todas las campañas políticas con vistas al 2019. No sucedió y menos sucede ahora aunque las elecciones llegarán, inexorables.

Pero como toda crisis, trae también oportunidades. Si no, hay que preguntarle al socialismo en Santa Fe por su renovado oxigeno para meterse en la discusión del año próximo. O también se lo puede consultar a Roy López Molina que ya se medía cómodo el traje de jefe del Palacio de los Leones y hoy es fuertemente acicateado en el Concejo Municipal donde ya no puede escabullirse de los debates centrales sin que lo tironeen los adversarios hacia el centro de la arena.

Cambiemos empieza a ver que está en una galaxia absolutamente lejana al mundo del 2017 cuando el ignoto Albor Cantard ganó las elecciones para diputados nacionales en la provincia de punta a punta. El mismo señor criado en la universidad pública, en Franja Morada, que fue decano y rector de la UNL y luego titular del Consejo Interuniversitario Nacional (CIN); y que hoy en medio de una movilización histórica por la pérdida de presupuesto y caída estrepitosa del salario docente, se le ocurre decir que el problema es que en la universidad “hay demasiados profesores”.

La exitosa marca que posibilitó estos triunfos en todo el país, está seriamente dañada. Y en el peor de los costados, que es el de la credibilidad. El principal problema del presidente Mauricio Macri y de su espacio político en general, es que los descubrieron. Cayó de un tirón el ropaje de marketing que traía todo el glamour de lo nuevo, fresco y exitoso. Tiene razón Marcos Peña: no estamos ante un fracaso económico, estamos ante una frustración política de enormes proporciones. Nadie votó a Cambiemos por su programa económico, todos lo hicieron contra el gobierno anterior y ante la seducción de la novedad.

Pero el tiempo pasa para todos y la novedad empieza a tener el gusto de la repetición. Los gestos políticos de Cambiemos fueron muy fuertes y por eso es que el estrépito es tan sonoro. Porque, como no podía ser de otra manera, terminaron pareciéndose al resto de los políticos que irremediablemente generan una expectativa que luego no se podrá cumplir. Y en este juego de la democracia la responsabilidad es compartida entre los actores y el público.

El gobernador Miguel Lifschitz pasea cabizbajo por los pasillos de la Casa Gris pensando “mirá la que me estoy perdiendo”, tras agotar todas las posibilidades de una reforma constitucional en Santa Fe que lo habilitara para discutir un mandato más en la provincia. Pero igual supo mantener la expectativa mucho más que otros y llega con poder de discusión para el año próximo donde no será uno más en la grilla.

Sí quedó relegado en la disputa interna del socialismo donde Antonio Bonfatti se apresta para largar con todo en el camino hacia la pelea de fondo que sabe será con el peronismo.

Mucho antes de que la crisis nacional acelerara a tope, el peronismo santafesino sabía que reunía expectativas a las que no había que malograr. Hay candidatos, indubitablemente peronistas y con prestigio y predicamento como para recuperar la provincia. ¿Acaso alguien podría imaginar una primaria más expectante y movilizadora que la que pueden llegar a protagonizar Omar Perotti y Maria Eugenia Bielsa? El peronismo tiene escenario y protagonistas, una combinación letal en política.

Ya desde hace unos meses atrás Cambiemos tenía muchas dificultades para meterse en la discusión provincial. Al revés que el PJ, no tiene escenario y no tiene protagonista. Con la marca en ascenso se quedó con la mayoría de los votos en una categoría legislativa donde los nombres importan menos. Con el espacio en franco declive y sin un nombre gravitante, está tercero y alejándose en las encuestas. Es más, muchos consultores ya advierten que la discusión por la Casa Gris será en un contexto de dos y no de tres.

En Rosario la situación es distinta. Cambiemos tiene candidato fuerte pero la gran duda es si podrá sobrevivir al estrépito generalizado de su espacio. Esa es la principal preocupación de López Molina que junto a otros dirigentes del PRO siempre tuvo en claro que debía llenar de rosarinidad al espacio para empatizar con el electorado local pero también para aislarse todo lo que pudieran de los cimbronazos nacionales. Sucede que hoy el terremoto ha trepado en la escala Richter y ya nadie puede prever los daños.

También es distinta la situación del peronismo que tiene un histórico escenario local adverso. No importa si era el momento de la Renovación, del menemismo o del kirchnerismo: Hay algo del ADN peronista que no sintoniza con el electorado local que siempre encontró a otros espacios para frenarlo en su llegada al poder. Todo ese contexto también le pesa a Roberto Sukerman, el más recortado de los candidatos del PJ que busca dónde poder anidar alguna alianza que extienda sus chances.

El socialismo se entusiasma con animar una interna con candidatos propios y Pablo Javkin para lograr un mix entre lo que pasó y lo que vendrá. Tendrá que hacer un enorme esfuerzo –mejor de lo que ha hecho antes–, por tolerar la posibilidad de que un extrapartidario se quede con el premio mayor aunque compartiendo la rígida estructura de cuadros. A pesar de los años y el desgaste, nadie puede en serio pensar en un fin de ciclo absoluto para el partido de la rosa en su ciudad natal.