Luego de cuatro semanas de huelga, movilizaciones masivas, tomas de facultades y rectorados y abrazos a las universidades, a lo largo y ancho del país, toda la comunidad universitaria participó el jueves pasado de una marcha histórica marcha a la Plaza de Mayo. El acto tuvo dos objetivos: reclamar en contra de la destrucción de la educación pública y del sistema nacional de ciencia y técnica que está llevando a cabo el gobierno de la Alianza Cambiemos; destrucción que impacta en los salarios y en el regular funcionamiento presupuestario. Y dos, la defensa de la construcción del pensamiento crítico, eje vertebrador de la universidad pública, científica, laica, popular, feminista y gratuita. El sentido de universidad encarnado en la manifestación popular es aquel de la Reforma cordobesa de 1918. Por ende, la universidad que estamos defendiendo –que tiene un sentido contrario a la concepción educativa y científica del FMI con su teoría del ajuste– sintetiza un siglo de luchas.

El colectivo que integra la marcha educativa sabe que el conflicto es menos sectorial que político y por medio del aumento de la conflictividad social pretende desgastar un poder que ataca la vida de la clase trabajadora. Por eso mismo, el acto popular se dirigió de la Plaza del Congreso a la Plaza de Mayo, descartando el Ministerio de Educación como centro de la manifestación. En esa elección se cifró un reconocimiento: que el ministro de Educación, Alejandro Finocchiaro, es un accidente de la historia. Pero a esa figura ministerial, borrada notablemente, por cierto, de los debates educativos y colectivos de la Argentina actual, hay que reconocerle un concepto que expuso el martes pasado. Pues habló de una “alianza kirchnerotroskista”. El ministro no creó ni acuñó una nueva categoría conceptual, pero reconoció una identidad nacida de la lucha y de la resistencia. Identidad que excede a la categoría en su límite semántico y nos contiene a todxs en la oposición a este Gobierno. Más enfáticamente aún: al nombrar esa alianza, el ministro está mencionando una preocupación que –sospechamos, suponiendo acertar– es menos suya que de todo el Gobierno. Pues es notorio que el ciclo de protestas que comenzó con la asunción de este Gobierno tiene como esperanza y expectativa la creación de una alternativa política que aparte para siempre al poder oscurantista que hoy dirige el Estado, restituyendo los derechos que este Gobierno pretende liquidar y profundizando un proceso de transformaciones de una Argentina latinoamericana en clave emancipadora. Esto es: una alternativa política de liberación  y superación. 

La preocupación gubernamental se ubica en la potencia del conflicto, de la lucha y de la movilización. Emergentes que presuponen la configuración de un programa popular. Éste tiene su articulación primigenia en ese ágora plebeyo que recoge los estruendos de las calles, con sus debates, asambleas y que redunda en la organización. El Gobierno se preocupa porque entiende que lo sectorial ha perforado sus límites y está en estado de expansión hacia lo político. Y sobre todo porque las grandes mayorías populares, relegada, atacadas por el gobierno de la Alianza Cambiemos, han entendido que el camino es la unidad.

Frente a un poder salvaje y oscurantista de derecha, que destruye hasta el propio Estado de Derecho, la salida es por izquierda. ¿Qué significa eso? Ni más ni menos: dejar de lado los sectarismos que a menudo nos impiden reconocernos como parte del mismo bloque: trabajadorxs, estudiantes, desocupadxs, lxs organizadxs, lxs que aún no se han organizado, todxs lxs agredidxs por las políticas de destrucción de un rumbo soberano para nuestro país y nuestro continente. Hoy más que nunca la Plaza de Mayo es la Plaza del Pueblo. Hoy más que nunca, como recita un verso de Silvio Rodríguez garabateado en un graffiti de un banco público de la Universidad Nacional de Córdoba: “Si Saber no es un derecho, seguro será un izquierdo”.

* UNGS-Conicet y CEIL-Conicet, respectivamente.