La escalada del realismo pixelar alcanzó ya a una altura desde la que las modelizaciones que ofrecen los videojuegos se confunden fácilmente con la realidad modelada: los paisajes, los personajes o en este caso los vehículos son, desde lo estético, un reflejo cada vez más dinámico y logrado, donde las cosas y los seres ya no solo se ven reales sino que se comportan de formas verosímiles. No obstante, en arcades y simuladores de conducción se sigue sintiendo disminuida la veracidad del manejo en sí, parece haber una clara imposibilidad –por el formato, seguro– de reproducir y percibir la resistencia de cada coche, la extrañeza de cada set-up, los vericuetos de cada piso y clima.

The Crew 2 no resuelve del todo este problema pero da un manjaroso placebo con su mapa de territorios y de disciplinas de conducción, con botes, ultralivianos, boogies areneros, chatas patonas, motos ninja y autos a todo nitro. Esa alteridad de volantes, manubrios y comandos mantiene fresco un juego que manijea además una serie de historias con familias afincadas en distintos terrenos, que ofrecen al conductor misiones (carreras casi siempre, no siempre), naves de regalo y la plataforma para obtener más seguidores y destrabar nuevos desafíos y automotores. Todo tipo los Grand Theft Auto, aunque sin su elemento border y picante, precisamente haciendo el foco en esa experiencia plurivehicular y replicando también esa sensación RPG que los juegos de deporte actuales llevan por nuevo canon.

Pero también por cierta pretensión off-road y un mínimo airecito de “sandbox”, The Crew 2 replica además el elemento menos técnico de la conducción, ese más etéreo y vibracional que tiene que ver con la experiencia del deslizamiento, la contemplación y el asombro, esa sensación prácticamente imposible de tener manejando por una autopista a hora pico o sorteando camionetas en doble fila en las cuadras con jardines y colegios, motos a contramano por la bicisenda y boludxs a cuerda, pedal y/o manivela. The Crew 2 es un súper Cruisin’ USA que evoca con cierto “realismo diesel” parajes históricos, turísticos, pop: el Strip de Las Vegas, el Gran Cañón o Santa Monica.

Yanqui, eminente e inevitablemente yanqui, pero de todos modos gozoso resulta así este juego de Ubisoft que, incluso siendo ostentosamente un arcade basado en el aspecto divertido de montar una nave, condensa el frenesí extático de esos momentos de la conducción cuando la coordinación motriz, la expectación de un rededor bello y la sensación de estar yendo hacia algún lugar valioso se entroncan en un loop fenomenal y se aprehende al fin el swag del manejo.