El martes pasado murió el gran pintor argentino Jorge Demirjian, a los 86 años.
En la última entrevista que le hiciera quien firma estas líneas, en 2015, respecto del título de la exposición antológica que presentaba en el Centro Cultural Recoleta, “La persistencia del deseo”, el pintor explicaba “me gusta mucho Borges: él habla de la persistencia del deseo. Eso me quedó. Yo pienso que con los años hay pérdida física, pero el deseo permanece intacto. En cuanto a lo específicamente sensual, como yo vengo de la vieja guardia, la relación con el cuerpo y la desnudez era completamente distinta de cómo es hoy. Los jóvenes tienen una relación más natural, sin la carga y la densidad que el sexo tenía para nosotros. Por eso a veces pienso que cuando los jóvenes ven mis obras tal vez crean que soy un victoriano en busca del deseo”.
Durante una parte importante de su carrera, que comienza a hacerse notoria a partir de los años sesenta, podría decirse que en muchas de sus pinturas hay una escena primaria, teatral, que se compone de uno o dos personajes centrales y algunos elementos que complementan la escena. Tal vez una ventana, algún mueble, quizás una escalera. Su pintura suele retratar actitudes de una burguesía en tensión, a la que retrata críticamente. Los planos de colores osados, muchas veces chirriantes; otras, apastelados, construyen el decorado de esa escena, generalmente de interiores. Las escenas transcurren en un ángulo de visión apretada, contenidas en un espacio breve, dramático, más bien opresivo. Rara vez los personajes son más de dos: entre ambos se establece una relación de complicidad o de conveniencia, como si estuvieran unidos precariamente por intereses pasajeros, puntuales, muchas veces eróticos.
En un breve recorrido por el itinerario artístico de Demirjian, puede decirse que luego de haberse formado con Emilio Pettoruti y Horacio Butler, su carrera se organizó a través de becas, viajes y largos períodos en los que vivió y trabajó en Europa. En 1960 recibió una beca del Fondo Nacional de las Artes gracias a la cual se establece en Milán. Entre 1964 y 1966 se mudó a París y de allí viajó a Nueva York, donde expuso su obra. En 1968, de vuelta en Buenos Aires por poco tiempo, exhibió su trabajo en la Galería Bonino y en el Instituto Di Tella.
De 1970 a 1972 vivió en Londres gracias a una beca del gobierno británico para cursar un posgrado en el Slade School of Fine Arts. Expuso sus obras en la galería Annely Juda, en el Camden Art Center, en la Royal Academy of Arts y en Art Spectrum.
Representó al país en la 36ª Bienal de Venecia de 1972 y participó de dos exposiciones en Alemania, en las ciudades de Bonn y Hamburgo
De regreso en Buenos Aires, presentó nuevamente su obra en Bonino y también en la Bienal de Arte Coltejer, en Medellín, Colombia, donde ganó el Premio de Pintura.
Entre 1976 y 1980 pasa otros cuatro años en París y a través de un coleccionista conoce a Francis Bacon. Durante su largo periplo europeo Demirjian presentó exposiciones en galerías de arte y salones.
En 1995 presentó una retrospectiva en el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires, sobre el período 1980-1995. Y en 1997 fue invitado a la Bienal Interpalamentaria de Pintura del Mercosur. En 1998 participó en una muestra en Bergen, Noruega, junto a Carlos Gorriarena y a Luis Felipe Noé.
Entre las últimas grandes exposiciones se cuentan la retrospectiva que organizó el Museo Nacional de Bellas Artes en 2002 y la antología que se presentó en el Centro Cultural Recoleta a comienzos de 2015.
En la entrevista mencionada más arriba, y en relación con los matices entre su pintura y la de la Nueva figuración, Demirjian explicaba:
“Ellos eran compañeros de ruta y de generación. Me invitaron a acercarme, pero yo sentí que la figuración me pertenecía un poco más a mí que a ellos. En aquel momento sentí que ellos se tomaban en broma la figuración. De manera que yo aprendí tardíamente a liberarme de la forma, porque tenía la forma metida adentro. Y si bien siempre tuve humor, creo que eso sale ahora en la obra”.
En este sentido, cuando en 2011 presentó una exposición de dibujos a lápiz, tinta, óleos y gouaches sobre papel, en el Pabellón de las Artes de la UCA, Demirjian sorprendió con un cambio notable su obra, porque aunque conservaba su mirada crítica, había hecho estallar el tipo de figuración que lo había caracterizado hasta entonces. En esta nueva etapa ya no se veía una imagen narrativa, sino un relato simbólico, a través de anatomías fragmentadas, animales y objetos que se repetían con cierta obsesión y se disponían en un espacio flotante. Se trataba de un repertorio variado pero no extenso. Y el erotismo, que en su etapa anterior estaba muy presente, en su etapa más reciente se concentraba descarnadamente en algunas obras, de un modo urgente y pulsional.
Apostó fuertemente a los colores a través de una paleta propia, contrastante, llamativa, en donde tonos y valores adquirían también una matriz simbólica.
En su nueva etapa el pintor no se mostraba renovado, con mayor libertad y desprejuicio, al punto de romper con su imagen previa. El nuevo alfabeto de la última etapa mostraba un lenguaje fresco, joven y caótico. Podían verse cuadros como transcripciones de sueños, por la heterogeneidad, la mezcla, las repeticiones. Y un fuerte acento en la materialidad de los trabajos: colores, gestos, líneas, formas, libertad compositiva, estructura abierta, variedad de técnicas y la combinación, así como la puesta en tensión, de todos estos elementos. Respecto de estos cambios, Demirjian dijo al fimante de estas líneas: “Merezco terminar mi historia con mayor libertad. Mi formalidad era muy sólida y ahora la formalidad que busco está presente de otra manera. Cuando con Gorriarena y Noé fuimos juntos a exponer en Bergen, Noruega, comprobé cómo Gorriarena sabía mirar y cómo Yuyo buscaba siempre la gracia, la boutade. En este punto yo siento que siempre estoy buscando la solución formal de la obra. Voy y vengo en busca del equilibrio en el cuadro, hasta que todo funcione. Y cuando siento que lo resuelvo termina gustándome la imagen”.