El extraño poder de unos versos palpita en los corazones de los lectores. “Erase un bosque de palabras,/ una emboscada lluvia de palabras,/ una vociferante o tácita/ convención de palabras”, dice “la depurada voz” de Ida Vitale, la poeta uruguaya de 94 años que “sabe renovar la tradición y afirmar su presencia en la modernidad”, según destacó el jurado que le concedió por unanimidad el Premio FIL de Literatura en Lenguas Romances, dotado de 150.000 dólares, por considerarla “una fuerza poética en el ámbito de la lengua española”. La última poeta de la llamada Generación del 45 –en la que se incluyen autores tan disímiles como Juan Carlos Onetti, Idea Vilariño y Mario Benedetti, entre otros– se exilió de la dictadura militar uruguaya en México, donde conoció a Octavio Paz, quien la integró al comité asesor de la revista Vuelta, y participó de la creación del semanario Unomásuno. Vitale, que recibirá el premio el próximo 24 de noviembre, durante la inauguración de la 32° Feria Internacional del Libro de Guadalajara, que este año tendrá a Portugal como país invitado de honor, es la cuarta mujer premiada, después de la brasileña Nélida Piñon (1995), la argentina Olga Orozco (1998) y la mexicana Margo Glantz (2010).
En una conferencia telefónica desde Montevideo, adonde volvió a residir en 2017, después de la muerte de su segundo esposo, el poeta Enrique Fierro, con quien estuvo exiliada primero en México y después en Estados Unidos, la poeta uruguaya dijo que recibir el Premio FIL de Literatura en Lenguas Romances “significa la vida” y le da “un poco de energía” para seguir trabajando en un libro de crítica literaria. “Es una sobrevida porque pude haber desaparecido del mundo de los vivos desde hace rato; es una prolongación de la vida”, expresó emocionada. Vitale (Montevideo, 2 de noviembre de 1923) ha publicado La luz de esta memoria (1949), Palabra dada (1953), Cada uno en su noche (1960), Oidor andante (1972), Jardín de sílice (1980), Sueños de la constancia (1984), Léxico de afinidades (1994), Procura de lo imposible (1998) y Reducción del infinito (2002), por mencionar apenas algunos títulos de sus poemarios más destacados, y ha sido reconocida por las traducciones que hizo de Gaston Bachelard, Simone de Beauvoir y Luigi Pirandello, entre otros.
“Lúcida y atenta al acontecer humano en la palabra y a partir de ella, su depurada voz poética, apegada al mundo natural, a las expresiones artísticas, y al transcurrir del tiempo vivido, sabe renovar la tradición y afirmar su presencia en la modernidad”, se lee en el acta del jurado, que emitió su fallo por unanimidad, integrado por Héctor Abad Faciolince, Luz Elena Gutiérrez de Velasco, Elena Stancanelli, Valerie Miles, Efraín Kristal y Carmen Musat. “Su curiosidad insaciable se expresa con una fina ironía risueña, una mirada a veces directa, a veces tangencial, que recupera y reinventa las cosas, y nos las hace ver de otra manera, con nuevos ojos”, argumentó el jurado la elección de la poeta uruguaya, que ha recibido varios reconocimientos, como el Premio Internacional Octavio Paz de Poesía y Ensayo, el Premio Internacional Alfonso Reyes, el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana, el Premio Internacional de Poesía Federico García Lorca y el Max Jacob. “En las últimas siete décadas, la poesía de Ida Vitale ha enriquecido la lengua española. También lo ha hecho en sus notables traducciones –como, por ejemplo, sus versiones de Pirandello, Bachelard y Simone de Beauvoir– que forman parte de sus contribuciones a la literatura”, precisó el jurado en su acta, y agregó que “en su propia travesía literaria el significado de las palabras ha cambiado de sentido gracias a su capacidad inextinguible de revelarnos el mundo a través de la poesía”.
El exilio fue una experiencia dolorosa pero de mucho enriquecimiento para Vitale. Quizá por eso el Premio FIL de Literatura en Lenguas Romances tenga un sentido afectivo excepcional porque es un reconocimiento que le otorga su “país de adopción”, como suele llamarlo. “México me dio no sólo la comodidad de un mundo agradable, sino la oportunidad de sentirme útil con traducciones, con clases… y eso es algo que jamás dejaré de agradecerle a ese país, su enorme apertura hacia el que venía de afuera”, ponderó la poeta uruguaya que en una reciente entrevista con PáginaI12, durante la pasada 44° Feria Internacional del Libro de Buenos Aires, recordó lo que significó trabajar junto a Octavio Paz (1914-1998). “Octavio daba libertad. Después, si no aprovechabas la libertad, te bajaba. Me acuerdo de que una vez hice una nota sobre un libro en el diario Unomásuno, que era donde yo trabajaba en planta, y a las diez de la mañana me llamó para saber si yo tenía ese libro. Era una nota que había reeditado y sacado en Montevideo, no tenía el libro en México. Pero a la diez de la mañana, Octavio ya estaba leyendo todas las páginas de los diarios; tenía una capacidad de trabajo increíble y tenía una visión muy segura del devenir político. No era el único. México ha dado gente notable, como Alfonso Reyes. En México hay un respeto por la cultura y sus tradiciones. Ellos siempre están volviendo sobre sus clásicos. Me acuerdo que Octavio me decía que no se le podía dejar la obra de Sor Juana Inés de la Cruz a la iglesia. Y tenía razón”.