Tristeza es la primer palabra que tengo para escribir cuando se anuncia el final del Ministerio de Cultura.
Impotencia es la segunda.
No es sorpresa, claro, ni asombro lo que me provoca sino la confirmación de una certeza.
Es la “Crónica de una muerte anunciada”.
No podía ser de otra manera para la lógica del modelo que hoy nos gobierna que reduce el Estado a una simple oficina de trámites, que considera entre otras cosas que la Cultura no es una inversión sino un gasto, que considera que jamás ese Estado debe preocuparse por las mayorías y mucho menos debe ocuparse de defender sus derechos y necesidades más básicas.
Un gobierno que además da fin al Ministerio de Trabajo y al Ministerio de Salud y al Ministerio de Ciencia y Tecnología obra en consecuencia con el Ministerio de Cultura.
La Argentina que fuimos hasta hace dos años y medio, es decir la Argentina que recuperamos para nosotros mismos en los doce años de gobiernos nacionales y populares, tenía a la cultura como uno de sus ejes principales porque desde allí se construían los cimientos de un futuro con soberanía territorial e independencia económica con el pueblo adentro, con el pueblo protagonista de su destino, de pie sobre una esperanza posible, con memoria y derechos inalienables.
Por decisión de la entonces presidenta de la Nación Cristina Fernández de Kirchner me tocó la maravillosa tarea de estructurar ese Ministerio de Cultura como corolario de aquellas políticas culturales que fueron centrales en su gobierno y el de Nestor Kirchner.
Hoy ese Ministerio vuelve a ser Secretaría.
El sector al que afecta esta decisión es el pueblo entero que además está siendo duramente golpeado por el modelo en sus más elementales derechos.
En esta vorágine de dolores desatados, perder el Ministerio de Cultura no es titular de ningún medio pero es el desguace más hondo y más profundo que se le puede hacer a un pueblo, aunque por cierto ese pueblo jamás dejará de elaborar y desarrollar su cultura porque desde allí seguirá diciendo quién es y hacia dónde quiere seguir caminando.
He sido y soy parte de esos refugios alternativos desde donde supimos reafirmar nuestro lugar de pertenencia. No soy una optimista voluntariosa, soy una militante de la cultura que sabe de qué se trata porque hace mucho que sostiene con tantos otros compañeros y compañeras la defensa irrestricta del legado que recibimos, de la memoria que no traicionaremos y de la manera de pensar la Patria desde esa raíz y esa conciencia.
Por eso no claudicamos ni claudicaremos.
La esperanza está viva porque la lucha continúa.
* Música, ex ministra de Cultura.