En Moreno, inician la marcha miles de docentes y familiares en reclamo al gobierno neoliberal de María Eugenia Vidal por las muertes de Sandra Calamano y Rubén Rodríguez, tras la explosión por pérdida de gas en la escuela 49, un mes antes. Son miles que marchan y reclaman con sus nombres en las banderas y en los carteles, además de la conmovedora imagen de sus familiares directos, y de los grupos de jóvenes, algunos con carteles bien realistas: “Vidal es muerte”.
El mismo lunes, pero 12 horas después, y 920 kilómetros hacia el norte, en la ciudad de Sáenz Peña, Chaco, en el barrio Juan Domingo Perón, ex 713 viviendas, un barrio bajo y pobre, un chico muere de un disparo presumiblemente policial o de vigilancia privada, durante lo que los medios locales definieron como “saqueo”. Se llamaba Ismael Ramírez y tenía 13 años. Su muerte derivó en la orden de las autoridades locales de investigar cómo se produjo el crimen y quién fue su responsable.
En el medio, entre la marcha en reclamo por Sandra y Rubén, y la muerte de Ismael, se produjo otro hecho que más que suceso es un sucediendo y constituye la confirmación de las políticas neoliberales que desatan pobreza y muertes: dio su discurso el presidente Mauricio Macri, un discurso de confirmación y agudización del ajuste. Y lo siguió el ministro de Hacienda, Nicolás Dujovne para dar en detalle la sangría.
Entre la marcha por Sandra y Rubén, y la muerte de Ismael, hay un vinculante explícito, el neoliberalismo (inhumano es tautología) del gobierno nacional de los Ceos.
Pero a las 8 de la mañana, otra(s) muerte(s) pasa(n) invisibilizadas no sólo para los medios sino para la sociedad en su enorme conjunto. A esa misma hora, Miguel Pascutti, abogado, cantante de tangos y padre de una amiga, salió de su casa, en Almagro, y a 50 metros, sobre la esquina de México y Pasaje Spegazzini, se encontró con un patrullero estacionado, dos uniformados, y tres vecinas que miraban hacia abajo horrorizadas. Se acercó por curiosidad. En el piso, inerte –“ojalá que no pero creo que estaba muerta”, comentó después–, yacía una mujer de unos 80 años (aunque la calle envejece porque consume la vida), el rostro morado, endurecido por la muerte que sobreviene mucho antes de que suceda. La mujer estaba cubierta con una frazada celeste, una de aquellas que el gobierno neoliberal porteño regala a las personas en situación de calle para que se abriguen y sigan a la intemperie, aunque son tan livianas como una sábana. “Hacía mucho frío a esa hora”, recordó Miguel.
La mujer, con suerte, hasta el 31 de agosto pudo haberse guarecido del frío en los paradores que el Gobierno porteño abrió en el publicitado Plan Prevención del Frío. Hasta el 31 de agosto, porque ese día el Plan Prevención terminó porque el gobierno considera que el Frío termina el último día de agosto. El frío siguió y se llevó a la mujer en la esquina de México y Spegazzini, apenas cubierta con una frazada que no abriga, tal como la vio Miguel, quien todavía no se puede despegar esa imagen del recuerdo.
A diferencia de Sandra y Rubén, y el chiquito Ismael, de la mujer que yacía en la calle se desconoce su nombre, su edad. No hay quien la recuerde ni reclame por ella, al menos, no habrá mención en los medios. La escena la cargarán en su memoria Miguel, su hija, tal vez las tres vecinas, difícilmente los dos uniformados. Y nadie más.
Su invisibilidad es parte de esta política que no solamente se come el bolsillo, la salud, la educación, y el futuro de la inmensa mayoría de la sociedad, sino que además intenta agrietar y endurecer (y sí que lo logra) la percepción de quienes pasan alrededor de las personas arrojadas a la calle. Por eso, los ataques de amedrentamiento a las organizaciones de la comunidad que ponen mas que el corazón y el cuerpo para acompañar y levantar a esas mismas personas de la dureza de un rancho armado en la vereda.
Sandra, Rubén e Ismael, tienen nombre y quien los recuerde y reclame por ellos. Es lo único que los diferencia de esta mujer (y de tantas y tantos) a quien todavía no pude llamar por como quien era.