Se conocieron hace once años en el mundillo editorial mexicano y, desde entonces, no han dejado de provocar a los parroquianos de bares y mezcalerías de la capital de ese país, munidas de cigarros y la bolsa con el tejido del día. Pero dejemos que Miriam, una de sus protagonistas, cuente la historia de ese encuentro que daría por resultado El mensaje está en el tejido. Nacida en el extinto Distrito Federal -desde 2016, la metrópolis se llama, oficialmente, Ciudad de México-, Miriam es editora y tejedora y fue en la versión mexicana de Marie Claire donde conoció a su cómplice, Annuska Angulo. Alguien le había contado a esta periodista vasca -desde 2001 vive en México- sobre las agujas y lanas que atiborraban la cartera de Miriam y un día la invitó a tejer. “Empezamos a reunirnos los viernes para matar varios pájaros de un tiro”, recuerda Miriam. “Hablar de trabajo, ver enfoques sobre artículos -Annuska colaboraba con la revista y nos hizo unos artículos increíbles sobre las parteras-, tejer y echarnos unos mezcales. En ese entonces solo había una mezcalería en nuestro barrio y era ideal porque podíamos, además, fumar, llevar a mi perro, los precios eran baratos y teníamos buena luz”. Enseguida, se percataron de que para los habitués de la cantina era “un espectáculo” verlas tejer. “Desde ese momento nos propusimos salir del clóset y expandir el tejido como una acción democrática y creativa, una forma de escritura”, agrega Miriam. Empezaron a escribir sobre tejido en revistas y “a hablar de ello en todos lados”. En 2014, decidieron presentar su primer libro a una beca del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes de México (Fonca). Sabían que necesitaban escribirlo, “que hacía falta”. Editado en ese país a mediados de 2016, El mensaje está en el tejido desmitifica estereotipos sobre esta actividad, comúnmente asociada con viejitas o convalecientes, y que, por el contrario, congrega cada vez a más varones que reivindican una masculinidad diferente. También revela conexiones olvidadas por muchos -las palabras “texto” y “tejer” comparten la misma raíz latina, “textere”-, la química y física detrás de un ovillo de lana o los secretos del yarn bombing o bombardeo tejido, que al igual que un grafiti, deja su marca en el espacio urbano. A continuación, un diálogo con sus autoras, que, juran, se han vuelto “más inteligentes y aguerridas” gracias a un par de agujas y un poco de lana.
¿Cómo aprendieron a tejer?
Annuska: -Mi madre es una gran tejedora y me enseñó cuando yo era pequeñita. Pero, en realidad, aprendí ya mayor, en Nueva York, en la universidad. Tomé algunas clases en el Fashion Institute of Technology, y una de ellas era Knitting for Pleasure (“Tejer por placer”) y la daba Arnetta Kenney (¡síganla en Pinterest! es buenísima). En Nueva York, me tocó vivir el auge del tejido a finales de los 90, principios de los 2000. Libros como Stitch ‘n Bitch Crochet: The Happy Hooker, de Debbie Stoller, se vendían como churros. Pero mi gran maestra fue Elizabeth Zimmerman, autora de Knitting without Tears. Sus libros son una maravilla: además de estar muy bien escritos se aprende mucha técnica. Además, siempre me ha interesado mucho la historia -y la prehistoria- del tejido, así que tengo una pequeña biblioteca sobre el tema.
Miriam: -A mí me enseñó a tejer mi prima, cuando ella estaba en sus veinte y yo tenía siete años. Para mí, el tejido es una tradición manual que se pasa de generación en generación. Un acto amoroso, una forma de acompañarnos, de pasar el conocimiento. Nunca vi revistas porque lo que descubrí que me gustaba era inventar. No sé seguir bien los patrones, y aunque los lea empiezo a tejer y termino haciendo otra cosa. Lo que sí recuerdo de mi infancia y adolescencia es la búsqueda de lana por la ciudad. Las tiendas departamentales más trendy de México, como el Palacio de Hierro y Liverpool, tenían unas mercerías increíbles. En el centro de la ciudad, en la calle República de Uruguay sólo se vendía lana y en la calle Correo Mayor los colores brotaban por todos lados. Lo que me marcó fue la sensación de sentirme acompañada y también la posibilidad de crear y terminar una pieza. Era algo que podía hacer en solitario y sentirme a la vez parte de algo, como cuando se lee. Más que los libros de patrones, que ahora he descubierto, me maravilla toda la literatura teórica que hay alrededor, que incluye semiótica, filosofía, activismo y feminismo y que nos conecta con Deleuze, con las matemáticas, con la revolución industrial, el texto, Gandhi y el arte…
En su libro afirman que, en el pasado, el tejido no conocía barreras de género y que los hombres también tejían. Y mencionan varones que hoy son activistas del tejido.
M.: -Cada vez hay más porque es una forma de cuestionar el machismo e inventar una masculinidad propia. Y porque tejer no tiene género. Conocemos hombres que tejen en solitario y han hecho acciones colectivas, como Alejandro Murillo, cineasta, profesor en la UNAM y tejedor social, o Daniel Ulacia, que también da clases de cine en secundarios de la ciudad. Ambos se han unido a nuestros actos de tejer en público en cantinas. De a poco, ellas y ellos van saliendo del clóset.
A.: -Existe un colectivo chileno, “Hombres tejedores”, que teje en performances artísticas y es muy activo en redes sociales. Sus acciones son muy bonitas, bien orquestadas: todos se visten igual, tejen con lana del mismo color, etcétera.
¿Tienen contacto con tejedoras fuera de México?
A.: -Sí, mientras investigábamos para el libro nos pusimos en contacto con gente en Inglaterra, Estados Unidos, España... Por todos los lados hay colectivos y quienes usan el tejido como soporte para hacer arte. A partir de la publicación del libro, hemos seguido extendiendo las redes. La gente ya nos ubica y nos manda información.
Han organizado varios yarn bombing.
M.: -Entendemos el tejido como una forma de escritura. Hemos hecho activismo, nos gusta poner “tags” -firmas-, como a los grafiteros, y hacer acciones. Pero nos llama más la atención el acto performativo: ponernos a tejer en público en espacios “masculinos” o espacios que no son “aptos” para esta actividad, desde bares hasta clases o reuniones de trabajo. Lo hacemos porque nos ayuda a pensar y porque provoca. Al principio, solo éramos Annuska y yo, organizando yarn bombing colectivos y ahí surgió la frase “Tejer es punk”, que se convirtió en un distintivo, un nombre en el mundo de las tejedoras. Así conocimos al colectivo Lana Desastre y luego nos unimos a ellas. Ahora todas somos Lana Desastre: organizamos intervenciones en la ciudad y reuniones -picnics y sesiones de tejido y tequila en bares y cantinas-.
¿Cómo se lleva el bombardeo tejido con las autoridades?
M.: -Al igual que el grafiti, el yarn bombing es ilegal porque estás “atacando” el espacio público, es un delito. La idea es que todo sea muy rápido [para esquivar a las autoridades]. Previamente escogemos el lugar a “bombardear”: tomamos medidas y nos repartimos las tareas. Cuando ese día llegamos al lugar, solo colocamos el tejido. Lo que hicimos en la Línea 1 del metro de la Ciudad de México, por ejemplo, lo cosimos en un trayecto. Por otro lado, buscamos que nuestras acciones sean visibles y fáciles de colocar. Visibles para el transeúnte, ya que nos cuidamos de que no haya mucha vigilancia. También buscamos sitios donde nuestros bombardeos sean cuidados, por ejemplo, en las estructuras donde se encadenan o estacionan las bicis. La idea es que los tags sean anónimos, aunque en ocasiones se nos acercan personas para pedirnos uno afuera de su negocio o casa. Y también participamos en acciones artísticas como la intervención a la pieza El tendedero, de la artista Mónica Mayer, en el Museo de Arte Contemporáneo Universitario de la Ciudad de México. Durante un taller que dimos en el museo Jumex (pertenece a la productora de jugo más grande de Latinoamérica) hicimos una efímera intervención sobre el balcón de la fachada.
Da la impresión de que en México el tejido artesanal es aún una práctica bastante común, sobre todo si se lo compara con países como Argentina, donde ha tendido a desaparecer.
M.: -Los textiles fueron los primeros libros. De hecho, “tejer” y “texto” comparten la misma raíz latina, “textere”, que significa “tejer”. Lo que vemos en México es la continuación de nuestras “escrituras”, que vienen desde nuestras culturas antiguas y que a través del tejido transmitían sus cosmovisiones. En nuestro país, las artesanías son nuestros libros y un acto de resistencia. Venimos de una cultura que resiste y persiste y seguimos tejiendo porque nuestra madre nos enseñó y a ella su madre y así… Además, están los hombres y los niños, que en el norte tejen canastos, y en el sur, alfombras. En Chiapas se tejen muñecos mucho antes de los amigurumis, esos muñequitos de crochet hoy tan populares en todo el mundo. Tejemos sombreros, techos, chales, alfombras, bufandas, biombos… Aunque no tengamos la conciencia de hacerlo, aquí en México tejemos la vida. Es un aprendizaje continuo, una enseñanza que nadie cuestiona.
A.: -Creo lo mismo, que en México el tejido se mantenido vivo gracias a los indígenas. En Perú y Bolivia, donde los quechuas y los aymaras siguen resistiendo, también hay gran tradición tejedora. Allí donde haya pueblos indígenas, se sigue tejiendo.
En las mercerías de la Ciudad de México, las mujeres se encuentran a tejer. ¿Es algo habitual o una costumbre en extinción?
A.: -Tenemos la sensación de que no está en extinción, para nada. Ya hasta en las tiendas de lana de Polanco -un barrio caro de la capital mexicana- se reúnen las señoras ricas a tejer.
¿Qué les ha dado el tejido? ¿Qué les ha quitado?
A.: -Para mí, el tejido es una manera de estar en el mundo. Un soporte, una técnica que puede ser utilizada de mil maneras: para hacer arte, para relajarte, para pensar, para construir, para compartir. Me ha dado amigas, experiencias y, creo, me ha hecho más inteligente y aguerrida. Lo que te quita es tiempo: a veces se puede volver algo muy obsesivo y una deja de hacer cosas por tejer -por ejemplo, dejar de lado entregas de textos o no hacer la cena para los niños porque estás clavada en el tejido y solo quieres ver ya la pieza terminada-. Y bueno, también te quita dinero, sobre todo si te gusta tejer con buenas lanas.
M.: -El tejido ha sido mi entrada a la creatividad. Lo disfruto mucho en solitario porque me ayuda a pensar, a imaginar, y me acompaña. Como si en cada puntada tuviera detrás de mí a todos los tejedores de la historia. También me ha ayudado a conocer mucha gente, de hecho, me ha permitido conocer la verdadera diversidad. Porque tejer es el acto democrático más grandioso: no hay prejuicios sociales, ni intelectuales, de género, ni económicos, ni de edad, ni de nacionalidad. Tejer me ha quitado el prejuicio y el miedo a equivocarme. Se habla mucho de tejer, pero yo he aprendido a destejer, y lo gozo mucho. Si me equivoco o no salió como yo quería, lo desbarato y vuelvo a empezar.
¿En qué momentos o lugares suelen tejer?
A.: -Una de las maravillas del tejido es que lo puedes hacer en cualquier lado, es portátil y, por lo general, no necesitas mucha concentración. Puedes estar concentrada en la conversación o en la peli o en la música, y las manos van solas. De hecho, tengo la sensación de que cuando tejo estoy más presente en la situación que sea, en el “aquí y ahora”, que cuando no estoy tejiendo. ¿Dónde tejo? En casa por la noche, viendo películas con mi marido, y en el coche. En los viajes, los aviones, la playa, donde sea… Aunque no llego al nivel de Miriam. Ella sí teje absolutamente en todos los lados.
M.: -Sí, en mis reuniones de trabajo, en mi casa, en cafés, en bares, en el auto… Me encanta tejer caminando: es cuando mejor pienso y acomodo mi vida y se me ocurren cosas. Siempre cargo mi tejido, me da seguridad tenerlo cerca y doy unas puntadas cada vez que me bloqueo con algo. Mientras escribo, lo tengo al lado. Si estoy escribiendo y de pronto no sé para dónde ir, tejo tantito. Me ayuda a pensar mejor.
Habrán acumulado anécdotas sobre quienes las ven tejer…
M.: -Uf, muchas, pero lo que no deja de sorprenderme es que tanto los conservadores como los progresistas siguen teniendo prejuicios. Los primeros creen que es cosa de viejitas que tejen chambritas (así se llama a la ropa de bebé, en México). Y los segundos porque piensan que el tejido es algo que una mujer independiente, profesional y liberada no debería hacer. Me gusta mucho ver sus caras cuando ven que no nos da vergüenza. Se ríen nerviosamente, no saben qué decir, confunden términos -no conocen las diferencias entre coser, tejer y bordar, y dicen “Me encanta que borden”-. Hace unos diez años, propuse a una revista muy cool y abierta un artículo sobre el boom del tejido y el editor, que me había buscado porque le gustaban mis textos, solo me dijo “Te perdimos”. Otra anécdota: cuando empezábamos a tejer, nos encontramos con un escritor -muy bueno y exitoso, por cierto-, hoy protagonista de la escena cultural mexicana, y se quedó helado, preguntándome lo evidente: “¿Tú tejes?”. Y luego le dijo a una amiga mía, también escritora, que me acompañaba ese día: “No me vayas a decir que tú también tejes”. Paradójicamente, tejer ha sido para mí el acto más rebelde.
A.: -Mucha gente -hombres y mujeres- se saca de onda cuando tejemos en bares o cantinas. Piensan que estamos un poco locas, se ponen nerviosos, dicen “¿Qué necesidad tienen de tejer en público?”. Nos ven como una curiosidad de circo. Aún existe un prejuicio muy arraigado, que relaciona el tejido con la sujeción y la mujer domesticada, con el ámbito íntimo y hogareño. Al sacarlo de la casa y tejer en grupo y en la cantina, estamos haciendo un acto político. Tejer en público es, sin duda, una forma de rebeldía.