“La vida resuelve sola. La vida resuelve siempre”. Este enunciado guía la actitud ética del protagonista de la segunda novela policial de Lucrecia Mirad: La ley Muia. Y explica su título, ya que Evidencio Triputti, que así se llama el antiheroico detective, atribuye a un tal Iacha Muia el aforismo al que convirtió en “ley” de su vida.

Publicado este año por Baltasara Editora, La ley Muia se distingue dentro de su catálogo por su lenguaje coloquial, su tono humorístico y un estilo accesible a un público amplio. Si bien es una obra independiente, puede leérsela como secuela de Crimen en el Pasaje (Ciudad Gótica, 2013), donde la autora presentaba a sus personajes. La novela Crimen en el Pasaje estaba ambientada en un lugar emblemático de la ciudad de Rosario, el Pasaje Pan, rebautizado como Pasaje Francés en un universo donde no dejaban de mezclarse la crónica y la ficción. Quizás esto mismo suceda en La ley Muia pero no hay forma de que un lector rosarino pueda enterarse a menos que viaje por la provincia, ya que la acción transcurre en Venado Tuerto y sus alrededores. Es una ciudad de Venado Tuerto que se parece un poco a la Casilda natal de la autora, donde su nuevo libro se presentará el sábado 15 de septiembre en el Museo y Archivo Histórico Municipal "Don Santos Tosticarelli" (Ovidio Lagos y Catamarca), coincidiendo con los festejos de la Biblioteca Popular "Carlos Casado".

La trama policial entra por el sesgo del azar que rige la existencia de don Evidencio, un hombre maduro casi en edad de jubilarse a quien el comienzo del libro encuentra en el final de su relación con una mujer llamada Dalila. Su último fin de semana largo con ella lo lleva al lugar de unos hechos que por supuesto no se sabrá bien cuáles fueron hasta el final del libro. Como muchos argentinos de su edad y clase (media, cayendo en picada), Evidencio Triputti sobrevive en los márgenes de la sociedad con lo mínimo imprescindible y no se queja. Su filosofía de vida, aunque la autora no lo diga con estas palabras para no espantar al lector común y corriente, parece un cruce entre la deriva situacionista y el wu wei (en chino, literalmente, “no acción”, más bien algo así como “fluir con los acontecimientos”). Triputti es una obsolescencia también en lo literario, un detective privado con una oficina del año 1900. Su único lujo es el jazz que suena todo el tiempo en las radios inverosímiles de un auto prestado.

Dos tipos corriendo, un rengo, una casa rodante, un perro y un chisme local sobre la desaparición de un estanciero configuran el llamado a la aventura. Con escasos recursos materiales pero con la astucia de un viejo chacal (“Chacal” es su alias de juventud y también un guiño al pintor rosarino Aldo Ciccione, que lleva ese apodo), el detective se las ingenia para conseguir primero un Watson y luego una clienta que sostengan su berretín de resolver el “caso” solo, sin policías.

La curiosidad lo va llevando a través de un laberinto de tipos sociales, clisés de género y refranes pueblerinos, hasta encontrarse con una historia de brujos querandíes que adoraban la sal. Escenas de comedia narradas con el toque justo de poesía contienen con disimulo esos ingredientes tan necesarios para la receta detectivesca que son los indicios. Uno de ellos está representado en la foto de la tapa.

El misterio del estanciero no es más que una excusa para recorrer, de la mano de una narradora con mucho oficio literario y mucha calle de tierra andada, una típica localidad de la pampa gringa donde solamente existen dos bares: el del Tano y el de la YPF. Bares donde se habla en voz baja porque las mesas escuchan. Un mundo chico donde todo se sabe, abarcable por la conciencia de un solo personaje: “Esa mujer estaba enterada de todo lo que sucedía en la oficina, en los galpones, en la playa de camiones, en la vereda, en las tolvas, en los negocios frente a la Cooperativa, en el tránsito en la ruta, en la iglesia, en el shopping y en el bar de su padre”. En una de las pocas contraseñas cultas que se permite la autora, el apellido del Tano y de su hija es Dalla Valle, el mismo del pintor de los malones.

Lucrecia Mirad (Casilda, 1954) es arquitecta. Coordina y dirige el espacio de producción literaria “El Laboratorio de Autor”. Colabora en la sección Contratapa de Rosario/12. Ha publicado, además de las novelas mencionadas, Batón y poder (UNR, 2012), Fragmentos (Ciudad Gótica, 2012) y Crónica de una resurrección (Ciudad Gótica, 2004). La ley Muia, su mejor libro hasta la fecha, es literatura popular de alta calidad. Se disfruta por la gracia de su prosa, la intriga de la trama y lo cercano de sus estampas. Cabe esperar nuevos episodios.