Si a la dificultad habitual de ser adolescente, procesar un cuerpo literalmente nuevo y descontrolado y estar furiosx se le agregan unos 30 o 40 kilos de más con respecto a los estándares habituales que miden a los cuerpos, se obtiene un cóctel bastante explosivo: de eso se trata My mad fat diary, la serie británica de Channel 4 que acá emitió I sat hasta el año pasado y ahora puede verse completa en YouTube. La que escribe ese diario de locura obesa es Rae Earl, personaje de ficción que replica a la real autora del libro en el que está basada la serie. Arrinconada en un pueblito de Lincolnshire llamado Stamford en el que todavía en la segunda mitad de los noventa no hay vía libre para ser gordx ni gay (a pesar de que el libro se sitúa en los ochenta), Rae comparte casa con una madre que siempre fue gordita y loca, acaba de salir de una internación psiquiátrica que se ganó por lastimarse las piernas durante un colapso nervioso y todavía tiene serias dudas con respecto a sus posibilidades de ser normal.

Unx puede tener veinte o treinta años más que Rae y sentirse arrojadx de un empujón al corazón mismo de la adolescencia al ver My mad fat diary: cosas que habíamos olvidado, como esa primera necesidad básica de ser normal, frente al resto de los años que unx puede pasar tratando de diferenciarse o profundizar en la individuación. Pero hubo un tiempo en el que ser invisible, transparente o pasar desapercibido era lo más importante, y Rae está instalada en el centro mismo del conflicto de la visibilidad por esa especie de vidriera iluminada con neón que es, en este mundo, un cuerpo diferente.

Es cierto que las ficciones retrospectivas sobre adolescencia y coming of age a cargo de directorxs que ya pasaron los 30 o 40 son un nuevo tópico de estos últimos años -desde series como Freaks and geeks a películas como las de Greg Mottola o la muy reciente Le nouveau, de Rudi Rosenberg-, y también es cierto que todas esas adolescencias son excéntricas: ser freak, ser raro, ya es casi un asunto de etiqueta, casi no hay otro relato que valga la pena contar más que el de ser un descastadx. Pero si muchas veces lo raro de esxs rarxs consiste simplemente en sentirse fuera de lugar en este mundo, en el caso de My mad fat diary hay una dificultad extra, real, que pone al cuerpo en primer plano y hace del acceso a la sexualidad una conquista durísima, que dialoga al mismo tiempo con el estatuto de los cuerpos en general en este mundo de flacxs/gordxs.

También está la fragilidad mental de una chica que es capaz de lastimarse a sí misma, sí, pero la verdadera experiencia de Rae Earl está más allá de la excepcionalidad de cualquier tipo de patología diagnosticable y medicable, en el día a día de un mundo preparado para que te sientas afuera, monstruosx, inadecuadx: no pasa mucho tiempo en la primera temporada hasta que Rae conoce y conquista a un chico hermoso, pero poder desnudarse efectivamente frente a él es otra cosa. Llevada adelante por el encanto de Sharon Rooney, que interpreta a Rae con la mezcla perfecta de dulzura, desprecio y egocentrismo de nena caprichosa, la serie plantea un nivel de realidad mayor que el de cualquier producción norteamericana similar en la construcción de la chatura casi pueblerina de Stamford, sus familias comunes y corrientes de clase media trabajadora y la ambiguedad general de una banda de adolescentes amigxs de Rae que tienen sus momentos de heroísmo y egoísmo extremos, de súbita madurez y de estupidez arraigada, de estar tan equivocadxs y regirse por creencias tan delirantes como lo estuvimos todxs. Pero en el diálogo que establecen los adolescentes de la serie con los adultos hay sugerencias inquietantes: ¿Sabés lo que es sentir que la gente nos debe mirar y pensar cómo carajo están juntos?, le dice a Rae su madre acerca de su pareja con un varón de varios kilos y años menos; “Sí”, responde la hija, de 16 años y 104 kilos.