Gaston Bachelard sugirió que las noches no tenían historia ni futuro. Sin embargo, en el tercer libro de poemas de Graciela Batticuore (Buenos Aires, 1966), llamado La noche, no sólo convergen varias historias, temporalidades y registros sino también el ejercicio de una escritura abierta, fluida y a la vez discontinua que no clausuran la oscuridad ni la intemperie. En el libro se define un territorio y, desde allí, una voz hecha de “hebras entrelazadas”, de “hilos de la suerte”, interroga la noche. Escribir podrá ser, cuando haya ocurrido la transformación que se anhela, “juntar/ los trozos/reunir/ las piezas”. Antes, una especie de máquina de rezar con la que se busca nombres “en la rueda de la noche” hace su trabajo a ciegas.
Batticuore crea pasadizos entre un poema y otro, desvíos que esquivan muros, maneras de salir, como la Alicia de Lewis Carroll, “del hoyo profundo/ de la noche”. En ocasiones, esa manera es la recurrencia y en otras, “entre relámpagos”. El corazón enamorado puede ser ciego, pero las palabras, como se lee en uno de los primeros textos, se asemejan a “destellos de una lengua”. La condensación es uno de los atributos en los que la autora confía.
“Lo que tenía para contar en este libro era la historia de una interioridad que se iba descubriendo a través de una pérdida –dice Batticuore–. No el argumento de una historia de amor en su ocaso sino la interioridad elusiva de un sujeto. Creo que La noche habla en la oscuridad, pero también asoma la noche luminosa de una identidad reencontrada.” Es una identidad femenina la que se perfila. “Mientras iba componiendo poco a poco este librito, a lo largo de los últimos dos o tres años, descubrí la literatura de Marguerite Duras y la de Clarice Lispector: su radicalidad poética, en uno y otro caso, me subyugaron. Yo encuentro en esa narrativa una potencialidad que excede la frontera de los géneros.” También Alejandra Pizarnik está presente: “Los poemas breves, la subjetividad femenina en juego, la intimidad más profunda. Ella también es una poeta de la noche. Sin duda es una equilibrista”, dice la poeta y crítica literaria.
En el libro de Batticuore se advierten varios pliegues. En uno se aprecia una voz no humana, mitad mariposa mitad flor, que podría ser también el arrullo de un órgano inventado, ebrio entre perfumes y hedores, y que no reconoce especies: “¿Será una rosa o un lirio?”. La segunda voz, más definida, cuenta un extravío, un desmadre, una estampida, el desvarío del final de un amor. “El derrumbe es total”, se lee. Y la tercera instancia funde, de manera delicada y hábil, ambas cadencias. “La noche surgió del trabajo con tres series de poemas, en etapas más o menos distanciadas en el tiempo –cuenta la autora–. Pensaba que las dos primeras formarían libros independientes. Pero el tiempo enseña y entendí después que todo era parte de una misma historia. Podría decir que sacrifiqué muchos que me gustaban pero a veces es indispensable quitar para obtener a cambio una cuota de intensidad.” En poesía es una ley el hecho de que cada palabra debe tener peso propio. “El poeta no puede dar un paso en falso si quiere que el poema quede en pie, con su pequeña belleza, su capacidad de producir alguna clase de emoción”, dice Batticuore.
Las emociones a las que se refiere la autora contrastan con los textos mínimos, diminutos como pétalos. “Echada al mar de tu corazón/ como una ráfaga al invierno”, se lee en un poema de dos versos. Allí hay un mundo. La naturaleza, como en la poesía romántica, sintoniza con las pasiones contenidas en las plegarias de La noche e incluso cede ante las demandas: “Soplo sobre tu olvido// me trepo a una ola/ me pierdo entre brumas/ te olvido”. Señala la autora: “Esto me interesa: lo que se desliza sesgadamente pero de un modo que no puede resultar indiferente porque su presencia lo invade todo: ¿quién puede escapar, por ejemplo, al olor de un narciso cuando se pudre en un vaso o al color lila sobre la piel desnuda de una mujer al rayo del sol o en medio de la noche?”