“El premio me ha sido concedido por el descubrimiento del radio y del polonio. Creo que no hay ninguna relación entre mi trabajo científico y los hechos de mi vida privada. Por principio, no puedo aceptar que la apreciación del mérito de un trabajo científico pueda verse influenciada por las calumnias e injurias sobre mi vida privada”.

Esto le respondía Maria Salomea Skłodowska -más conocida como Marie Curie- a su colega Arrhenius el 5 de diciembre de 1911, cuando éste le pidió que no fuera a recibir su segundo Premio Nobel, tras difamaciones sobre su amorío con Langevin, un hombre casado. 

Marie Curie es conocida como el estandarte de las mujeres en ciencia, dado que fue la primera mujer en ganar un Premio Nobel (y luego, por ser galardonada por segunda vez), la primera Profesora mujer en la Universidad de La Sorbona, la primera mujer en ocupar un lugar en el Panteón de París. Pero más allá de recordarla como una heroína de la ciencia por sus logros, creemos que vale la pena reflexionar y recordarla por todo lo que luchó para llegar los espacios que ocupó, viviendo en una sociedad fuertemente machista y patriarcal. Lejos de tener que romper lo que se conoce como el techo de cristal, que enfrentan hoy las mujeres en el mundo laboral para acceder a cargos jerárquicos, Marie Curie tuvo que atravesar techos blindados. 

Su historia comienza en Varsovia, Polonia, ciudad donde nació. Hija de docentes, fue enviada al colegio en un período en el cual la educación estaba intervenida por la ocupación zarista. Al terminar la escuela, se vio en la dificultad de acceder a los estudios universitarios, puesto que en Polonia no estaba permitido que las mujeres asistieran a ese nivel educativo. A raíz de esto, tuvo que trabajar como institutriz y, ayudada económicamente por su hermana, terminó sus estudios en la Universidad de París. Allí conoció a su esposo, Pierre Curie, con quien compartiría gran parte de su vida y su trabajo. A pesar de haber trabajado juntos y ser pioneros en los estudios sobre radiactividad, la academia Sueca decidió otorgarle el Premio Nobel sólo a Pierre y Becquerel. Frente al reclamo de su esposo por el reconocimiento del trabajo Marie Curie, el premio fue finalmente otorgado a los tres. Dicho premio catapultó a la pareja a la fama y permitió que Pierre accediera a un cargo de profesor en la Universidad de la Sorbona, espacio que no fue ofrecido a Marie hasta que ella lo ocupó tras la muerte de su marido, en 1906. 

Años después, Curie comenzó una amistad con Paul Langevin, discípulo de Pierre, amistad que pronto se transformó en un affaire. Los diarios sensacionalistas hicieron de esto un escándalo. La noticia tomó tal relevancia, que opacó momentáneamente su reconocimiento debido a méritos académicos. En 1911, fue elegida para recibir su segundo Premio Nobel, esta vez por el descubrimiento de dos elementos nuevos de la tabla periódica: el polonio y el radio. A pesar de que era indiscutible el valor de su trabajo, varios de sus colegas -hombres- le sugirieron no ir a recibirlo debido a los rumores sobre sus amoríos. A pesar de esto, ella fue a la ceremonia, entendiendo que no había razón para mezclar su vida personal con su trabajo científico. 

Hoy se discute si el caso de Marie Curie puede ser entendido como un ejemplo de la lucha feminista, puesto que tuvo que masculinizar su comportamiento para poder ingresar a mundos habitados sólo por hombres. Sin embargo, es innegable que Marie Curie pasó a la historia no solo por sus aportes científicos sino también por ser un ejemplo de fortaleza ante la discriminación por género que caracterizaba (y sigue caracterizando) a las ciencias.

Santiago Sosa: licenciado y profesor en Ciencias Biológicas (FCEN-UBA). Becario doctoral (CONICET) y docente en el Bachillerato Popular Vientos del Pueblo