En la actualidad vivimos una época de pérdida de ilusiones, de falta de confianza, de incertidumbre. En un mundo en el que han caído los semblantes y las creencias de siempre, las tradiciones. ¿En qué creer? ¿En quién confiar?

Nos encontramos cotidianamente con expresiones del estilo: ya no se cree en nada. Pero ¿hasta qué punto esto es cierto? ¿Habitamos un mundo de no creyentes? En principio podemos adelantar que la creencia en la ciencia, en las máquinas, en los números, hoy parece llevar la delantera hasta convertirse casi en una certeza.

Indagar acerca de las creencias es uno de los ejes que tomamos para nuestras Jornadas anuales de la EOL a realizarse el 29 y 30 de septiembre de este año con el título “El psicoanálisis y la discordia de las identificaciones. Vínculos, Creencias, Nominaciones”.

Sabemos desde Freud que ante la pérdida de satisfacción, es decir, la castración, la identificación es una de las soluciones posibles. Agregaría que también lo es la creencia. Creencia e identificación son soluciones subjetivas frente al traumatismo que golpea a todo sujeto.

Según Freud, la renegación del falo materno es el primer modelo de todos los repudios de la realidad y es el origen de todas las creencias que sobreviven al desmentido de la experiencia. Podemos agregar que el goce imposible de simbolizar constituye el fundamento de toda creencia.

La creencia en el padre es una solución que el neurótico se da para calmar su falta en ser, su vacío, su división subjetiva, su angustia. El neurótico es un creyente todo terreno, y la idea de la neurosis como religión del padre fue tempranamente propuesta por Freud. La crisis del padre pone en jaque al sujeto que debe inventarse nuevas creencias para subsistir. Nos inventamos un Otro en el cual necesitamos creer y tanto el Padre como Dios son semblantes en los cuales el neurótico cree… a veces demasiado. Doctrinas religiosas o creencias fundamentalistas, “Credo quia absurdum”, que se sustraen de las exigencias de la razón, nos recuerda Freud. Es un hecho que hay un ascenso de creencias fundamentalistas religiosas de todo tipo, de segregación y racismo, cuyos efectos podemos rastrear en nuestra clínica cotidiana.

Pero también vemos que al psicótico por ejemplo, la increencia y la desconfianza le son inherentes. Es un incrédulo “estructural” del Otro.

Por otra parte, hoy se busca en el cuerpo una garantía de goce que no tiene que ver con el Otro de la buena fe. El cuerpo, como un nuevo dios “es el prototipo de las falsas creencias", nos dice E. Laurent. Entonces, ¿Cómo confiar en un gobierno? ¿En un banco? ¿En un jefe? ¿En un hombre o en una mujer? ¿Y… en un analista?

Sabemos que es condición de un análisis creer en el inconsciente y en el síntoma. Hace falta creer en él como una entidad que puede decir algo, que tiene un sentido. Y es a través del síntoma que la creencia se toca con lo real, lo verificamos cuando se atraviesan las identificaciones y creencias subjetivas.

En el argumento de nuestras Jornadas decíamos que ubicar la etimología del término discordia puede orientarnos: “dis”: separación, “cordia”: corazón, incitación a “separar corazones”. La separación es desalienante, y para la Orientación Lacaniana es esencialmente un lazo, un nuevo lazo, en este caso al deseo del Otro, no a sus significantes o sus Ideales. Se trata de constatar de qué manera se orientan las curas que “separan” a los analizantes de sus identificaciones, nominaciones y creencias, al tiempo que demuestran aquellos obstáculos con los que se encuentran y con los que se orientan. Si bien las identificaciones primordiales se deshacen en el análisis, ello no implica una renuncia absoluta, porque siempre es mejor alguna identificación para protegernos de la locura decía Lacan. Y si el psicoanálisis apuesta a creer en el síntoma, esta elección ética no es sin consecuencias.

*Psicoanalista EOL y AMP. Dirección de Jornadas junto a Gabriel Racki.