Gobiernos gemelos, los de Argentina y de Brasil, siguieron los mismos guiones. Superar a gobiernos populistas, que habían hecho gastar a sus países más de lo que podían –“Vivir por encima de sus posibilidades”, como les gusta repetir–, restablecer el equilibrio en las cuentas públicas, controlar la inflación. Y listo, las economías retomarían sus cauces normales, orientadas por los equilibrios mágicos del mercado.
Para crear las condiciones para que la gente aceptara los inconvenientes que las medidas de ajuste traerían, estaba el arsenal de acusaciones en contra de los gobiernos populistas, tanto en los gastos excesivos en políticas sociales, como en los casos de corrupción, lo cual daría tiempo a la transición entre las herencias recibidas y el porvenir glorioso de las economías liberadas de las trabas estatales.
Bastaría retomar los ajustes fiscales como eje de las políticas económicas, para que las inversiones de adentro y de afuera de los países llegaran ansiosas por obtener pingües ganancias en los procesos de privatización y la expansión económica. Asimismo, los éxitos permitirían sepultar definitivamente los liderazgos populistas nefastos, responsables de todos los males de los países.
Pero, de repente, factores extracampo e incluso desde adentro del campo hacen que el gobierno de Mauricio Macri tenga que hacer una intervención televisiva patética, depresiva, desesperanzada, para anunciar que lo peor estaba todavía por delante para los argentinos, que la situación de los pobres empeoraría todavía más.
Su gobierno gemelo, que ni siquiera ganó elecciones para llegar a la presidencia de Brasil, llega a su final reducido a su mínima expresión. Ningún resultado económico positivo, su ministro de Economía, candidato a la presidencia de Brasil, tiene un 1 por ciento de apoyo.
Naufragan juntos las dos esperanzas del gobierno de los Estados Unidos, abrazados al modelo neoliberal. Llevando a la debacle a los dos países, que se habían recuperado de los efectos de la primera experiencia neoliberal y volvieron a sufrir sus consecuencias desastrosas. Las esperanzas blancas del imperio caen estrepitosamente. Pasarán a la historia como breves intentos desesperados por recuperar un modelo fracasado.
Intentaron borrar de la historia de los dos países todo lo que habían vivido en los años anteriores de este siglo y de la memoria de las personas lo que había mejorado sus vidas. Se han valido de todo: acusaciones, apelaciones al olvido, recuentos falsos, pero la realidad no se deja llevar por esas trampas.
Macri y Temer están derrotados. Sus políticas han fracasado. Sus gobiernos están en pedazos. Las personas de los dos países están indignadas y rebeladas en su contra. Fueron breves intervalos borrables de nuestras historias. Personajes grotescos, ridículos, mediáticos, cuyo discurso se ha agotado rápidamente.
Uno elegido por un operador de marketing, que mal sabe explicar por qué su hechizo se ha agotado tan rápidamente. El otro, triste figura de un golpe, nunca ha dejado de ser un mediocre personaje que será fragorosamente derrotado en las elecciones de octubre en Brasil.
Han fracasado, como fracasan todos los gobiernos neoliberales, porque ese modelo no tienen capacidad de generar amplios apoyos sociales, menos todavía los de carácter popular. Porque promueven los intereses del capital especulativo, que no genera expansión económica sino, al contrario, vive del endeudamiento de gobiernos, de empresas y de personas, reproduciendo los mecanismos de recesión económica.
Es una circunstancia histórica única para la izquierda recomponer la capacidad hegemónica de un programa antineoliberal. Todas las diferencias deben estar subordinadas a la recomposición del bloque popular, democrático y nacional. En Brasil, ese proceso ha avanzado mucho. En Argentina puede perfectamente avanzar. Llegaríamos al final de 2019 con gobiernos hermanos de nuevo, aliados, ejes de los procesos de integración regional, de rearticulación de los organismos regionales.
Habremos pasado por inmensos sufrimientos, pero estaremos a la altura de aprender de los errores del pasado reciente y de volver a protagonizar la historia latinoamericana como países aliados y solidarios, camino que Néstor y Lula encauzaron.