Violan hasta los dogmas propios, como un padre obsceno. Sin embargo lo han hecho: devaluaron el Ministerio de Salud; devaluaron la salud pública. El manual de buenas prácticas de una economía de mercado es un Estado pequeñito (lo oigo desde la infancia), cuya única pericia consiste en sostener la seguridad, la educación y la salud públicas. Pequeño pero eficaz, dicen, que cubra las necesidades básicas de supervivencia de quienes no tuvieron la fuerza ni el mérito para hacerlo por sí mismos. Para los abominables débiles debería estar el sistema público que los contiene, porque, si no, los perdedores se desmigajan, y la sociedad se impregna de su derrota. El liberalismo económico en su (di)versión tardía, devenido aquelarre financiero, graznido de ave de rapiña, deja en la Argentina a esos cuerpos sin mérito propio, sin la edad adecuada (en la miseria, ninguna edad es vivible) en la banquina. Para sostener el andamiaje de las finanzas, deja caer el edificio que los ampara, y lo cierto es que ese edificio es parte de un mundo en común. La caída dejará una Argentina inhabitable. Hasta a los esclavos se los trató mejor que a estos perdedores en la antigüedad clásica. Instrumentos del Amo, valían como extensión práctica de su cuerpo, disponible para el buen uso. Ahora, ni siquiera tienen valor de uso: los que viven de planes sociales, los desocupados, las mujeres gestantes sin recursos, los expulsados por generaciones ni siquiera califican como utensilio. Cuerpos que, si enferman, apresuran la muerte; si desarrollan –sin desearlo– un embrión, están condenados a abortar en la clandestinidad: su muerte es lamborghiana, un hecho natural y perfecto.
El anuncio de la degradación del Ministerio de Salud a Secretaría del Ministerio de Desarrollo Social aterra. Sólo durante dos dictaduras pasadas se atrevieron. En esta ocasión, además de los recortes presupuestarios, los trabajadores de los programas de salud advierten sobre la falta de garantía de provisión de medicamentos, la suspensión de proyectos de detección temprana de enfermedades, la prevención de embarazos indeseados. La ministra Stanley tendrá potestad sobre el ahora secretario Rubinstein, que como Ministro de Salud fue una de las figuras que más bregó por la legalización del aborto. Sabemos, entonces, que dos visiones contrapuestas sobre el derecho al aborto seguro, legal y gratuito chocarán, y cuál de esas dos vencerá. Stanley suma poder, y con ella, el consignismo celeste. Y lo que se salvará será menos la vida de las mujeres que la consigna. Como en ese humor gráfico ácido, veremos que cuando la cría nazca, vaya creciendo y les demande ayuda, las mismas personas que cacarearon por la maternidad forzada, le dirán blandiendo el cartel antiderechos "rajá de acá, que vos ya naciste".
El cuerpo sano del neoliberalismo es aquel que emerge perfecto del gym, la dieta de moda, el local de onda, las prácticas zen, la maternidad planificada y el dermatólogo como confesor. Es el cuerpo que absorbió los mandamientos superyoicos de gozar, autoexplotándose, hasta caer rendido de tanto consumo. Es el cuerpo agotado pero ideal, revestido de las proporciones óptimas y, a la vez, de la indignidad del privilegio. El dogma explica que la desigualdad, como el mal, es consustancial a los hombres e inevitable. Está escrito que en este mundo unos ganan y otros pierden. La salud pública es un territorio desconocido para la meritocracia, un purgatorio maloliente de los que precisan del Estado. Esa seca heredad de los débiles de la Argentina, como el acceso a la educación gratuita, les fue negada esta semana, porque "el esfuerzo tiene que ser de todos". Una herida infligida contra millones para preservar la guarida financiera. Tan injusta, como pocas veces se vio.