Uno toma la mano de Mauricio Macri. El otro admira a Arturo Frondizi. Uno es una de las patas del armado radical de la Capital en Cambiemos y el otro fue compañero de militancia de Fernando Abal Medina, Carlos Ramus y Mario Firmenich. Uno apoya el ingreso de las sociedades anónimas al fútbol y el otro las rechaza de plano. Uno lidera uno de los grupos que maneja el poder en la AFA y el otro pisa fuerte en FIFA y Conmebol. Uno se hizo millonario en el juego y otro emergió desde un gigante del mercado de los seguros. Daniel Angelici y Rodolfo D'Onofrio no se parecen en casi nada, pero son los dos autores de dos frases prácticamente idénticas de acuerdo a una cuestión central (acaso la única) en la que coinciden. Ambos quieren construir estadios nuevos para las instituciones que presiden.
Pese a los avances y evoluciones que se atropellan en todos los ámbitos con una vorágine permanente, en el planeta de la pelota hay cosas que permanecen inalterables. Al menos así es en la primera línea de muestro fútbol. No importa que se esgrima el profesionalismo, en la Argentina ciertas cuestiones no corren. Con la cancha, con la casa, con los tablones, con las tribunas, con los colores, que no se meta nadie. Porque no importa que el olor de los baños confunda los sentidos, que cada escalón tenga una buena cantidad de mugre como para pintar un paisaje o que los ingresos a una cancha sea lo mismo que tomar el subte a las 8 de la mañana. Se está dispuesto a todo eso para mantener la identidad.
"La Bombonera es todo para nosotros, es el estadio más lindo del mundo. No se dan cuenta lo importantes que son los hinchas. Si nos mueven de lugar, perderemos la ventaja de jugar en ahí”, enfatiza Juan Román Riquelme.
Están el arraigo y la pertenecía. Pero también el negocio y la ambición. La historia y el marketing confrontan. La pasión y la necesidad tampoco se ponen de acuerdo. Como el fútbol es mucho más que un deporte, un estadio también excede a una mera estructura que contiene y enmarca un partido. Apenas alcanza con mencionar una posible mudanza para que la temperatura se eleve en los dos colosos del fútbol argentino. Boca y River parecen instalados en territorios sagrados.
La Bombonera es una caja de resonancia que se hace escuchar con vigor en todo el mundo y por eso es el estadio preferido de los turistas que llegan desde otros países. El slogan que asegura que late convoca a todos a querer vivir la experiencia. El Monumental integra una elite de máxima exclusividad: es uno de los pocos estadios en los que se jugó una final mundialista y el sitio donde Argentina alzó por primera vez la Copa.
Mayor capacidad y modernidad se imponen para los clubes, pero ¿cuántos dirigentes están dispuestos a dejar de gastar en refuerzos para ofrecer mejores escenografías parar los que pagan una entrada? Los hinchas que completan la capacidad en cada encuentro no están dispuestos a dejar sus casas. ¿Y el valor histórico a cuánto cotiza en el mercado de los auspiciantes?
La seguridad se impone como una arista impostergable. ¿Es posible imaginar a la Bombonera y el Monumental tal y como los encontramos hoy en 20 años, cuando ya tengan un siglo de vida? El hormigón armado no representa un problema, de hecho se solidifica todavía más conforme pasan los años. Pero las filtraciones, los portones de entrada y salida, las escaleras y los pasillos son amenazas latentes. En ese contexto se puede pensar en una evolución. Sólo hace falta revisar un poco que cada una de las mudanzas de los equipos de la Argentina obedecen a una necesidad imperiosa y no por convencimiento.
Ni Boca ni River estuvieron siempre en el lugar que ahora ocupan en la geografía porteña. Antes de instalarse en el sitio donde desde 1940 late la Bombonera, el Xeneize jugó en la Dársena Sur y también en Wilde. En los 70, Alberto J. Armando proyectó un nuevo estadio para más de 100.000 espectadores en la Costanera Sur. El Millonario estaba asociado a su cancha de Tagle y Alvear hasta que se instaló en Figueroa Alcorta y Udaondo.
La dirigencia de River se enfocó en el nuevo estadio del Atlético de Madrid y la de Boca se acercó a los capitales de Qatar, que ya se estampó en la camiseta. Los proyectan en el mismo barrio. “A no más de 400 metros”, aseguró D´Onofrio con la mirada puesta en el espacio detrás de la ex ESMA. Los terrenos lindantes con Casa Amarilla, conseguidos en una licitación a medida; son la alternativa azul y oro.
San Lorenzo sufrió como ningún otro si de estadios se trata. Le remataron el que tenía y lo derrumbaron para un emprendimiento comercial. Durante muchos años el Ciclón fue nómade y vivió de prestado a la hora de jugar, hasta que pudo construir su nueva casa en el Bajo Flores. Hoy son muchos los hinchas que sueñan con volver a Boedo y levantar otro estadio en el terreno histórico que recuperaron luego de la expropiación en tiempos de la dictadura. Si finalmente el proyecto se concreta, atrás quedará un hogar que el club armó con mucho esfuerzo y donde consiguió todos los logros internacionales de su historia, entre ellas la memorable la conquista de la ansiada Copa Libertadores.
El estadio de Independiente fue rebautizado Libertadores de América sin que le quede un solo rasgo de aquel en el que el Rojo que se convirtió en el Rey de Copas. El campo de juego siguió inamovible, pero del que había sido el primer estadio de cemento de Latinoamérica apenas quedó el recuerdo. La obra se demoró muchos años y la versión que hoy presenta no es la que se le había prometido a los socios.
Estudiantes tacha los días para volver a 1 y 57, donde hace más de diez años que no juega. Incluso Juan Sebastián Verón, el presidente, volvió a jugar para recaudar fondos para la obra. La vieja cancha con tablones de madera, el hierro de las torres de iluminación y los pisos de baldosas municipales dejó de ser funcional. El Pincha se instaló entonces en el Estadio Único, donde recobró la gloria pero al que nunca sintió como propio y por eso es capaz de salir de la ciudad, se traslada a Quilmes, para no jugar en un recinto que dicen no les pertenece.
La cancha de Platense es parte del paisaje fronterizo urbano de la General Paz, pero el club por el que vibraba y sufría el Polaco Goyeneche no siempre estuvo a la vera de la avenida por la que transitan más de 300.000 vehículos por día. Durante más de medio siglo, el Calamar fue local en su estadio ubicado en la intersección de las calles Manuela Pedraza y Crámer.
La historia también da cuenta de las mudanzas de Chacarita, que comenzó su casa en Villa Crespo y terminó por consolidarse en San Martín. La disputa con Atlanta por los terrenos de la calle Humbolt resultó una de las historias de destierro futbolero más importante de estas tierras. El Funebrero y el Bohemio alguna convivieron espalda con espalda, sin que mediara ni siquiera una calle. La actual cancha de Atlanta era la de Chacarita, que hasta diciembre de 1943 alquiló los terrenos y después vivió el exilio un año hasta instalarse en San Martín. Antes de instalarse en Villa Crespo, Atlanta había peregrinado por Parque Chacabuco y Floresta.
En Europa hay varios casos de mudanzas de estadios emblemáticos. El Athletic de Bilbao dejó el viejo San Mamés después de ser local ahí durante un siglo y levantó uno nuevo y más moderno al que le montó el histórico arco de hierro. El Atlético de Madrid también se despidió del Vicente Calderón a orillas del rio Manzanares para estrenar su nueva casa, el Wanda Metropolitano, lejos de su anterior reducto. Hace poco más de una década, el Arsenal cambió su dirección londinense al dejar el mítico Highbury para instalarse en el ampuloso Emirates y su viejo estadio se convirtió en un complejo habitacional. Bayern Munich y Manchester City también se trasplantaron, con ese impulso que en Europa se impone con fuerza: la denominación comercial de esos domos deportivos.
Pero como las idiosincrasias, las soluciones tampoco se trasplantan y lo que funciona en un lugar puede no servir en otro. Acá la pertenencia se impone entre los hinchas, aunque eso implique dejar de lado ampliarse en un nuevo espacio.