A Julio Maier

 

Mirá Pelado, me decía siempre el Mulita Ortiz, la gente aprende, ¡cómo que no!, pero recién cuando está acorralada y busca una salida -. Se agachó para abrir la puerta del Renault 12 modelo ‘95, excelente estado, caja de 5ª, GNC, pero sin control a distancia. Por eso tuvo que estirarse para sacar el seguro de la puerta del acompañante, y dejarlo subir a Lechuga.

-Mulita le decían en Constanza, el pueblo donde nació. ¿No viste la cara que tiene? Los ojos abultados y los párpados siempre a media asta, como si se estuviera durmiendo. Parece que las mulitas duermen como 20 horas por día -pensó en invitar a Lechuga a compartir el almuerzo en el mismo momento en que recordaba que el otro era vegetariano. La idea se evaporó-. Aunque el Mulita será muchas cosas, menos dormido.

-¿Qué sabés de él? -le preguntó Lechuga, mientras trataba de sacar la pila de diarios viejos sobre la que se había sentado.

-Ponelos atrás.

-Sí, no te los voy a leer en voz alta, Pelado… Me dijeron que después de que se destapó el barullo con el Senador, no lo vieron más.

-Ya va a volver. Le habrá rajado a la envidia. Vos viste como es esta ciudad: sólo la esclaviza la guita, pero cuando el que la tiene tropieza, se le amontonan para cobrarle la indignidad que nadie les pidió -quiso poner la tercera, pero los engranajes de la caja de cambios rechinaron tristemente-. ¡La puta madre que lo reparió!

-Parece que ahora los cambios van a venir de goma, Pelado.

-¿Vos vas a tu casa, no? -le contestó con furia.

-Sí. Dejame por ahí.

-Mirá, desde que lo conozco al Mulita -dijo el Pelado-, una punta de años, hizo de todo. Choreó ganado, vendió a domicilio, entró en el mercado de trueque del usado, fue chofer del Senador, fue director del Banco de la Provincia, se hizo intermediario de jugadores de fútbol, anduvo en la televisión. Pero a mí me parece que esta joda de las transferencias a los entes municipales fue demasiado. Cayó el Senador… -el Pelado se relamió por debajo del bigote, concentrado en el ronroneo de la caja de velocidades.

-A mí, me parece que esta vez viene en serio -Lechuga levantó la ceja izquierda, agregándole severidad a su rostro-. Te lo digo porque ahora los fiscales laburan diferente, las audiencias son públicas, los jueces se pusieron las pilas.

-Escucháme Lechuga, primero que estos son los mismos jueces y fiscales que no pueden poner en cana a los que se cagan a tiros todos los días, y después que, como decía el mismo Mulita, se debe de sentir acorralado, buscará una salida y ya va a aprender cómo escurrirse. Estará tratando de hacer que las cosas vuelvan a la normalidad.

-Lo veo mal, porque acá las cosas nunca fueron normales. ¿Tendrá a alguien que lo banque?

-Si no lo tiene, se lo va a inventar. ¿No te acordás de aquella historia de que descendía de un patricio de mediados del siglo XIX, cuando cayó con el daguerrotipo? -la quinta entró con suavidad, mientras el Pelado se juramentaba no volver a meter un rebaje.

-¿Cómo fue aquel chanchullo? Era una caja roja…

-Mirá, no sé de dónde lo habría sacado, pero parece que compró o robó un daguerrotipo viejísimo, de un chabón sentado con un libro en la mano, chaleco iluminado a mano color celeste, un pañuelo que parecía esos cuellos antiguos para llevar moños, y un saco negro. ¡Me acuerdo que atrás, la caja tenía pegado un diario viejísimo, amarillo! Decía: “J.Elliot informa que el tiempo que se requiere para sacar un retrato varía de 20 segundos hasta un minuto y medio, desde las 10 de la mañana hasta las 3 de la tarde, sea el tiempo bueno o nublado”. Como el daguerrotipo ya estaba pintado, le hizo retocar la cara por un artista de Constanza, parece que un pibe bastante ducho, y quedó idéntico a él. Decía que el del cuadro era Vicente Ortiz de Rosas, pariente del Restaurador, y su tatarabuelo. ¡Andaba por los bares prometiendo que le iba a iniciar juicio a la ciudad de Buenos Aires para reclamarle una parte del Parque 3 de Febrero, que le pertenecía por leyes de herencia! ¡Qué petiso mentiroso! -el Pelado dobló, aunque sin saber exactamente si era el camino más rápido.

-¿Y lo que le hizo al Bichi Rossi? Y eso que los dos eran de Constanza -Lechuga había achinado los ojos por el resplandor del mediodía.

-Sí, sé que hubo un barullo, pero no me acuerdo bien en qué consistió.

-Gabriel Paolo Rossi era clase ’79 u ’80, me parece que ahora dejó el fútbol -el esfuerzo por recordar le plisó la frente-. Hijo de madre soltera, en un pueblo chiquitito así, ¿te imaginás? O la madre no sabía quién era el padre, o el viejo se hizo el sota, la cuestión es que le puso su apellido. Siempre le decía: “Mejor es no tener un hijo que tenerlo y perderlo. Y vos, Bichi”, porque siempre le dijeron igual, “… sos un Rossi, nunca te lo olvides. Si no, no sos nada”. Cuando tenía 13 o 14 años, el Mulita lo trajo a la ciudad, y aunque era enfermo de Ñuls lo colocó en Central, porque tenía un enchufe con un dirigente. El pibe debutó a mediados de los ’90, y la rompió como lateral por izquierda, tanto que lo quiso un club de Italia. Me parece que el Sampdoria, donde jugaba Orteguita.

-¿No fue el Mula el que lo trajo a Ñuls? -la pregunta fue corta porque justo en ese momento el Pelado rabiaba con la tercera, porfiada.

-No -dijo Lechuga-, ése me parece que fue Berrozpe. La cosa es que el Bichi Rossi la quería tanto a la vieja, que un día casi lo caga a trompadas al árbitro Collazo porque le dijo “tomatelás, llorón, la concha de tu madre”.

-El turro de Collazo siempre bombeaba a los equipos de acá.

-Sí, Pelado, con él nosotros no ganábamos nunca. Bueno, la cuestión es que el Mulita va y le dice que para sacar el pasaporte italiano iba a tener que cambiarse el nombre, de Gabriel Paolo Rossi a Federico Plumeri. Yo nunca pensé que iba a ver una pelea semejante en la ciudad, pero si vivís lo suficiente vas a verlo todo. En particular, estando el Mulita de por medio. El pibe le dijo: “yo no quiero que se muera Gabriel Rossi, y si me llamo Federico Plumeri me voy a morir”. Al final, se quedó aquí, después se fue a España y a México, volvió, en fin, hizo su vida. Siempre que se lo mencionaban, el Mulita decía resentido: “ya va a aprender, cuando esté acorralado y busque una salida, me va a venir a buscar. Y esta le voy a dar” -Lechuga hizo el gesto de “vaffanculo”.

-¿Sabés que no la sabía así, tan completa? -ahora el Pelado renegaba con el giro, que ignoraba las leyes mecánicas de la obediencia.

-Oí, seguí derecho por ésta, tres cuadras, y déjame ahí. Mi casa es una para adentro, me voy caminando -las glándulas salivales se le habían activado ante la imagen de unos tomates y unas chauchas hervidas.

Cuando llegaron, Lechuga se bajó, dio una vuelta por delante del Renault 12 modelo ‘95, excelente estado, caja de 5ª, GNC, y se acodó en el marco de la ventana del conductor.

-Ché Pelado, si sabés algo del Mulita, avísame. Ah, y si estás acorralado y buscando una salida, cambiá esta cafetera por un auto. ¡Chau! -. Y le hizo el gesto de “vaffanculo”.