La idea se disparó como reacción al retiro de la Plaza de Mayo de los baldosones con los pañuelos blancos, esos que durante décadas señalizaron la ronda de las madres y abuelas. Juntando rabia contra frases como “el curro de los derechos humanos” o “los desaparecidos no fueron 30 mil”, la conmemoración del 24 de marzo último las impulsó a actuar.
Así, la doctora en ciencias matemáticas Marcela Sanmartino y la actriz y profesora de teatro Gisela Arandia decidieron transformar la bronca acumulada en arte comprometido. Desde la ciudad de La Plata parieron la iniciativa de colocar pañuelos blancos confeccionados con la técnica del mosaiquismo en las casas de las personas que deseen sumarse a la iniciativa, “para hacer visible este símbolo de la memoria y de nuestra historia”. Esta es la síntesis del proyecto 30Mil pañuelos por la memoria, que desde Facebook y en sólo cinco meses ya logró que más de mil obras fueran colocadas en toda la Argentina y en ciudades como París, Berlín y Montevideo.
“Creamos algo que ya no es nuestro, y esa era la idea, por eso nos autodenominamos ‘coordinadoras del proyecto’, para que cada uno se lo apropie”, festeja Sanmartino, y añade que “nunca pensamos que esto iba a tener la magnitud que hoy tiene. Empezó en nuestros hogares, en casas de amigos y con Gisela dijimos ‘armemos una página para darle publicidad al proyecto’. Y así empezó a sumarse gente a laburar”.
Una de las primeras fue la artista plástica Lucila Alemán, quien define como “muy sencillo” al disparador convocante: “hacer un pañuelo blanco sobre un fondo de color y con técnicas como cerámica, vidrio o mosaico, y ponerlo en los frentes de las casas. Así se fueron enganchando personas desde distintos lugares. No hay exigencias, críticas ni se corrige nada, porque buscamos que salga la expresión de cada uno”.
Los pañuelos se fijan en domicilios particulares, lugares de trabajo o en todo sitio de la memoria para que siempre esté vívida, presente y se difunda. “Ponemos pañuelos en donde haya personas a las que les interese conservarla. Trabajamos con materiales como mosaicos, cerámica y vidrio porque son perdurables y no se deterioran con el paso del tiempo”, enfatiza Sanmartino al hacer una alegoría entre los insumos empleados y el fin buscado. “Queremos que la gente se detenga frente a cada pañuelo y se cuestione por qué ésto está acá, y no sólo ahora sino también en el futuro”, acota Arandia.
La dinámica funciona de este modo: la persona interesada en obtener un pañuelo lo solicita en forma privada, y de acuerdo al área de la que provenga el pedido, se la conecta con gente que los esté haciendo en su zona. “Si no hay nadie, entrará en nuestra lista de espera en La Plata. La idea es que se sumen otros talleres, y eso está ocurriendo en todo el país”, asegura Sanmartino.
A fines de abril y luego de que Alfredo Zaiat entrevistara por radio a sus creadoras, desde Quilmes se sumaron Sandra Mechoso, Amalia Cozzi y Nelly Alvarez, al igual que Juan Sabia desde Capital. “Ya hay talleres funcionando en Córdoba, Tierra del Fuego, Río Negro y CABA”, se entusiasma Sanmartino. “Hace cinco meses, cuando pusimos a andar el proyecto, no imaginé que iba a haber gente de sitios tan lejanos emocionándose con él, sintiéndolo propio”, confiesa sorprendida.
“No concibo al arte escindido del compromiso social o político”, enfatiza Arandia, y esa definición las empujó a cuestionarse qué podían hacer desde su lugar “en este tiempo en que se exterioriza cierta violencia contra el pasado, porque se quiere olvidar y bastardear lo que pasó. Esto es un proyecto de arte y memoria, por eso insistimos en que cada uno le ponga su impronta al trabajo, y no que haga pañuelos en serie. En cada objeto que uno hace debe haber un compromiso”, dice Sanmartino.
Por eso recelan de quienes les encargan, por ejemplo, treinta pañuelos para regalar. “En esos casos preguntamos ¿quién los quiere, para quién son?. El que lo desee debe tener un nombre y apellido”, argumenta Sanmartino, a lo que Arandia acota que “llevamos un registro de quién lo tiene, de dónde es”. “La idea es que cuando se entrega un pañuelo se lo pegue y se suba una foto con la ubicación aproximada, y esa es la forma que tenemos de llevar un registro”, redondea Alemán. En breve dispondrán de un mapa interactivo de todo el país en el que podrán posicionar cada pañuelo.
Algunos posteos de personas que ya adhirieron a la movida celebran que se le ponga color a la memoria. “En mi caso es quitar un peso en el sentido de que todavía tengo muchas heridas no curadas por la desaparición de mis tías, que eran como mis hermanas. Esto es un homenaje permanente a ellas y por eso me gusta que sea colorido y alegre”, explica Sanmartino, una cordobesa afincada en la ciudad de las diagonales desde hace tres décadas y que es sobrina de las mellizas Adriana y Cecilia Carranza, secuestradas el 5 de mayo de 1976, a los 18 años, y desaparecidas luego de permanecer alojadas en el centro clandestino de detención de “La Perla”.
Allí instalaron uno de sus pañuelos, así como otros ya señalan para siempre sitios del horror como el Campo de la Ribera; el ex centro clandestino D2 de Mendoza y el Pozo de Quilmes. Otras obras fueron colocadas en el Archivo de la Memoria, en la sede de Familiares de Detenidos-Desaparecidos y en la sede de las Abuelas de Plaza de Mayo, ambas de Córdoba.
También en la casa Mariani-Teruggi de La Plata, de la que hace más de cuatro décadas arrancaron a la beba Clara Anahí Mariani, tras ser bombardeada durante horas y en la que su madre y otros compañeros fueron asesinados en un operativo conducido por Miguel Etchecolatz. Su abuela María Isabel “Chicha” Chorobik de Mariani acaba de fallecer sin poder reencontrarse con la nieta robada.
Definida como “apartidaria”, la movida no persigue ningún lucro, ya que una vez terminado el pañuelo “quien lo retira puede colaborar con materiales o con dinero para poder seguir realizando otros, y la gente colabora con lo que quiere y puede. Los que trabajamos haciendo pañuelos no cobramos ni un centavo, no un hay interés monetario”, dice Sanmartino.
Beatriz Argañaraz, la presidente de Familiares en Córdoba; las abuelas Chela Fontana, Elsa Pavon y recientemente Delia Giovanola ya recibieron sus pañuelos de mosaico. “No sabíamos cómo iba a desarrollarse este proyecto, y ahora queremos que cada abuela, cada madre y cada centro de la memoria tengan su pañuelo”, cierra Arandia mientras sus manos y las de sus compañeras dan forma al mural que en breve instalarán en la facultad de Trabajo Social de la UNLP, en el mismo predio en el que años atrás funcionó el Distrito Militar La Plata.