La despedida de Mario Quintana es una fidedigna expresión de la exótica ambigüedad que identifica al “mejor equipo de gobierno del último medio siglo”. De haber peleado en la guerra de Vietnam, Quintana hubiera sido al mismo tiempo un combatiente del FNLV (Vietcong) y un piloto estadounidense que rociaba con napalm a quiénes resistían la intervención imperialista. ¡Así estamos y así nos va! La misma agraviante ambigüedad que lleva al presidente a proclamar su vocación de diálogo con la oposición y a manifestar al mismo tiempo, que hay “que dejar atrás y dar vuelta la página de setenta años de frustraciones y de engaños” en una directa alusión a la transformación revolucionaria, iniciada por Juan Perón hace siete décadas. Nos propone dialogar sobre la base de la negación de nuestra identidad, de nuestra historia y del proyecto de nación que se instaló en el país en 1945 con el objetivo de construir una Patria Libre, Justa y Soberana. 

Señor Presidente, no hay diálogo posible sobre la descalificación del adversario y sobre el supuesto de que traicionará sus convicciones. Usted y su gobierno, no quieren dialogar, ni buscan el bien común. Ustedes nos quieren imponer un modelo que atrasa más de setenta años. Ustedes quieren conservar y fortalecer a como dé lugar, el poder que construyeron al amparo del fraude, de las dictaduras y de la violación de los derechos y la dignidad de la mayoría de los argentinos. Ustedes quieren subordinar nuestra soberanía, la soberanía de nuestro pueblo y su futuro, a los dictados de organismos que sirven al interés de los capitales financieros que hoy gobiernan al mundo y sacrifican el presente de los pueblos a un futuro que nunca llega. Así señor presidente, no hay diálogo, hay un irritante monólogo. Un monólogo que los hechos demuestran que no tiene ni tiempo, ni futuro alguno. Ya van casi tres años de su gobierno y no hay un solo indicador que no refleje un retroceso inadmisible. Estamos no en una tormenta que es obra de la naturaleza, sino en un incendio que es producto de errores humanos y de la impericia del equipo de gobierno que usted formalmente preside. Usted esta malgastando el bien más preciado y el único que no puede comprarse: el tiempo. Y defraudando el capital más sensible de las relaciones humanas: la confianza pública. El peronismo no puede dialogar sobre las bases que usted impone. Si efectivamente quiere evitar males mayores que nadie desea, deje de repetir las consignas que le dictan sus escribas y gurúes y escuche los reclamos de su pueblo que sufre las terribles consecuencias de casi tres años de impericia, de idas y venidas y de ambigüedades cada vez menos tolerables. Como esa que lo llevó en el acto de la Industria a reclamar “hombría”, para superar una crisis que no distingue entre hombres y mujeres, ni como víctimas ni como protagonistas necesarios de su superación. ¿Qué es la hombría, señor Presidente? Si quiso decir coraje, olvidó que las mujeres de esta tierra, han demostrado con hechos que usted ignoraba, un coraje incomparable. Lo traicionó su inconsciente, como lo viene traicionando desde hace dos años y nueve meses. Termino por citar alguno de los versos más ambiguos con que se despidió su amigo Quintana:

“Soy el niño de Uganda, todo piel y huesos,

con piernas delgadas como cañas de bambú, 

y soy el comerciante de armas

que vende armas mortales a Uganda.

Soy la niña de 12 años

refugiada en un pequeño bote,

que se arroja al mar

tras haber sido violada por un pirata,

y soy el pirata

cuyo corazón es incapaz de amar”

Lamentablemente la vida, ese tránsito fugaz que se nos dona, exige optar. El intento de ser a un tiempo “ángel y demonio” tiene un solo destino, el infierno de la soberbia y la perversión.

Q Ex embajador en Uruguay.