Euterpe, acabo de matar a un hombre.

¿En qué duraznos y qué penumbras libabas las esperanzas de alcanzar las pequeñas formas de la música?

Puse un arma sobre su cabeza, tiré del gatillo y ahora está muerto.

Preferiría estar atrapado en pasillos llenos de pequeños ángeles que ronden las rimas y hagan el amor con los diminutos demonios del silencio.

Euterpe, todos aquí y allá lo sabemos: la vida recién comienza cuando empezás a trabajar algún pequeño zapeo, alguna pequeña guturación sinfónica.

Euterpe,

oh,

Euterpe,

hija de Mnemosine y de Zeus, nieta de Gea y Urano, no quise hacerte llorar pero tus lágrimas fusas y semifusas son lo que más he amado.

Si no estoy de vuelta mañana, a esta hora, enviá una nave espacial a buscarme entre las almas del otro mundo jamás. Prometo que será fácil consumar físicamente lo que te pido con palabras vivas, llenas de estalactitas lunares y estalagmitas toroides.  

Mientras tanto, deja que la música continúe, continúe como si nada pasara. Como si realmente no importara que yo me haya ido, que me haya perdido.

Tal vez no sea demasiado tarde para volver a nacer.

Mi hora se acerca con una lapicera en la mano. Me concede tiempo para pensar en las corcheas y anticorcheas que se acumulan en las esquinas del espacio-tiempo. Siento escalofríos corriendo por mi espina dorsal. La materia y la antimateria crean familias enteras en este lado del mundo. Aquí los supermercados están llenos de gente. Beethoven entre los frascos de conserva, Mozart entre las bebidas gaseosa, la Callas sobre los embutidos, Pavarotti sobre la lata de sardinas. Somos muchos, de este lado del mundo. Somos muchos más aquí que allí, Euterpe.

Cuando lo permitas, les diré adiós a todos, les explicaré que me tengo que ir, que tengo que dejar esto atrás y volver a Zanzíbar. Volveré a aprender que  música viene de musa, que musa viene de Mnemosine, que Mnemosine viene de Gea y viene de Urano, que sola, Gea, engendró a Urano y con él copuló para dar a luz la inteligencia, los rebaños y las manadas, la mirada y la   perspectiva, el tiempo y la memoria, la luna, las aguas y la sabiduría.

Euterpe,

oh,

Euterpe,

veo la pequeña silueta del si antibemol en una profusa línea de antimateria. Zeus y antizeus preguntan si falta algo para que el mundo sea perfecto. Sí, responden los dioses, sí, confirman los antidioses, falta una voz para alabar en música y palabras la existencia y la antiexistencia, falta Freddy, falto yo, scaramouche, scaramouche, para hacer el anti-fandango, los antitruenos y los antirrelámpagos que ya no me asustan demasiado.

Como si fueran de nuevo a encarnarse, de la espalda de Galileo y de antigalileo, sobresalen los huesos angelicales, están prontos a venir conmigo. Si la nave espacial no llega, iremos por nuestros propios vuelos.

Euterpe,

oh,

Euterpe,

¿a cuántos más puedo llevar? El fígaro y el antifígaro ya están afilando sus navajas.

Yo soy sólo un muchacho.

Él es sólo un antimuchacho.

Perdoname la vida en la eternidad.

Perdonale la antivida en la antieternidad.

Euterpe, vos sos el instrumento con el que tengo que actuar.

Euterpe, vos sos el anti-instrumento con el que él tiene que actuar.

Fácil vine y fácil me voy.

Fácil vino y fácil se va.

-¿Me dejarás volver, Euterpe?

¡Vivamos!

El cuerpo. La necesidad de dar el cuerpo y el anticuerpo. La necesidad de amar. Quiero mi rapsodia bohemia, hilando fragmentos que vienen de la nada que es el todo. Bismillah y antibismillah, me conceden tiempo para pensar en el liquen que verdea las lejanas rocas grises de la luna. No, dicen, luego, no te dejaremos ir. Déjenlo ir, dicen Beethoven y antibeethoven que vienen caminando a grandes pasos por los amplios corredores del espacio-tiempo, solidarios, poseyendo cada partícula y cada antipartícula congelada o descongelada, sin pasar nunca por los controles de seguridad.

No lo dejaremos, dicen Bismillah y antibismillah. Déjenlo, replican a coro la Callas y la anticallas, Pavarotti y el antipavarotti. El estribillo se repite hasta el infinito. Se suman Mozart y el antimozart, el fígaro y el antifígaro. Es una súplica filarmónica.

No, no, no, no, no, no, Bismillah y antibismillah, se niegan.

Oh, Euterpe, la muy placentera, esta vez mi corazón está decidido. Dejame volver. Belcebú es un pobre diablo que no tiene ya nada por hacer. Ya no creo que pueda apedrearme y escupirme en el ojo para destruirme. Euterpe, es imposible que alguien, luego de amarme me deje morir. Ay nena, debo salir, debo salir ya mismo de aquí. ¿Dónde está mi piano? ¿Dónde mis estrechos calzones blancos? Nada es importante realmente, cualquiera lo puede ver. De todas maneras, sopla el viento, nena, y con toda delicadeza reencarna en mí.

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