Debe haber sido a fines del año 85, o principios del 86.

Habíamos ido con mi primo Pablo a bailar a Pinar de Rocha, cuando llegamos la cola para entrar era larguísima, entonces nos enteramos que tocaba Virus, una banda que en ese momento no era masiva y se presentaba en discotecas o lugares pequeños. Yo justo había comprado un tiempo antes el disco Locura, que nos habíamos cansado de escuchar, pero nunca los habíamos visto en vivo. La pista central de Pinar estaba casi completa, hacía mucho calor y mi primo y yo no parábamos de tomar cerveza, una tras otra. Para cuando la banda comenzó a tocar los dos estábamos completamente ebrios, parados en el medio de la pista, justo atrás de un pequeño grupo de seguidores fanáticos que armaban pogo al comenzar cada canción.

Federico Moura estaba vestido con un traje muy ajustado al cuerpo,  colorido y brillante, sus movimientos  eran sinuosos y sensuales, muy provocativos, nosotros nos miramos con mi primo y nos empezamos a reír, y a continuación, en el medio de la canción que estallaba con sus melodiosos acordes, yo empecé a gritarle, ¡puto! ¡puto!, cada vez más fuerte, al compás de la música, solo para bardear un poco la provocativa imagen y movimientos de Federico. Estábamos muy borrachos, lo cual no es una excusa, y nos divertíamos gritándole, siempre al compás de la música y a las risotadas. Estaban tocando la canción “Pronta Entrega”, un grupo de unas cien personas bailaba y saltaba frente al escenario, nosotros detrás de ese grupo más fervoroso también saltábamos y yo le seguía gritando ¡puto! ¡puto! Justo a continuación de la frase de la canción que dice “la distancia va perdiendo su espesor”, Federico hizo un brusco movimiento mirando a sus músicos, extendió los brazos con las palmas abiertas en señal de stop, y paró la canción. Acto seguido me miró, y señalándome con el dedo me dijo: “¿Qué te pasa?” Yo no podía creer que hubiese parado la música y se estuviese dirigiendo a mí entre toda la gente, no podía creer que me hubiese individualizado entre el público. ¡Mi cara ardía! El corazón se me salía por la boca y me empezaban a temblar las piernas, no podía sostenerme parado, ante mi silencio Federico volvió a preguntarme: “¿Qué te pasa a vos?” Ahí yo atiné a un sordo y balbuceante “no, no, nada...”, y me escondí agachándome detrás de mi primo. Entonces Federico Moura hizo un leve y gracioso movimiento de manos hacia arriba y reanudó la música como si nada. La gente me miraba, alrededor mío se escuchaban comentarios que desaprobaban mi actitud y aprobaban la intervención de Moura con risas y aplausos.

Luego salí al jardín de Pinar de Rocha a refrescar las orejas que no paraban de arderme, y al rato decidimos mudar de boliche. Nos fuimos a Juan de los Palotes a cambiar de aire, y nos quedamos ahí bailando toda la noche. No me podía olvidar de la imagen del cantante de Virus levantando las manos, parando la música y señalándome con el dedo, pero de a poco me fui tranquilizando, ayudado por mi primo que había conseguido dos chicas muy lindas para bailar. En un momento empieza a sonar Destino circular, una canción de Virus del mismo disco, Locura, y con mi primo nos miramos y nos empezamos a reír por lo que había pasado un rato antes en Pinar de Rocha. Exactamente en la parte del estribillo que dice es un destino circular/ que gira en el mismo lugar, se cortó la música y automáticamente pensé que otra vez Moura iba a aparecer desde algún rincón para preguntarme qué me pasaba. Por las dudas miré hacia la cabina donde estaba el DJ y mirándolo repetí varias veces: “¡Yo no dije nada, yo no hice nada, es un destino circular!” Mi primo se reía y las chicas con las que estábamos bailando no entendían nada. Luego la música volvió a sonar, otra vez con el mismo estribillo, que hablaba de lo que estaba pasando: es un destino circular/ que gira en el mismo lugar.

Desde ese día, no solo continué siendo seguidor de Virus y fan de su próximo disco Superficies de Placer, sino que empecé a sentir una gran admiración y respeto por Federico Moura.


Daniel Durand nació en 1964 en Concordia, Entre Ríos, donde vivió hasta los 19 años, edad en la que se mudó a Buenos Aires. Es poeta, fundamentalmente, aunque también se desempeña como editor: cofundó la editorial Deldiego y la revista 18 Whiskys. Actualmente codirige la editorial Colección Chapita y el Taller Chapita, donde se elaboran e imprimen diversas ideas editoriales. Publicó los libros Segovia (Amadeo Mandarino, 1999); El Estado y él se amaron (Mansalva, 2006); Ruta de la inversión (Gog y Magog, 2009); Tengo una idea moteada de lo que soy (Belleza y Felicidad, 2010); El Cielo de Boedo (Blatt & Ríos, 2015); Como un Marlboro (Mansalva, 2016) y Cabeza de Buey (Lomo, 2017). Es director de la Escuela de Poesía y Edición, donde dicta cursos para la formación de poetas, editores y lectores de poesía contemporánea: escueladepoesia.blogspot.com