Hay aplicaciones para conseguir pareja y para conseguir trabajo. Hay juegos en línea que no tienen un final cierto y se transforman en un eterno pasatiempo. Hay programas de mapeo y navegación actualizados en tiempo real mediante el reenvío instantáneo de información de cada participante. Hay autos, casas y hasta lavarropas “inteligentes”. Desde lo más cotidiano hasta lo más sofisticado, como pueden ser el “trading algorítmico” o los sistemas de navegación de un avión militar, la incorporación de robots en la existencia es un hecho rotundo de la contemporaneidad. El carácter inasible de su participación, su existencia discreta, expresada a través de sugerencias, la asistencia o la predictibilidad de resultados, enmascara su omnipresencia. Asisten en las decisiones, cuando no las toman ellos mismos, a sabiendas de su superioridad algorítmica. Esta coreografía de drones que sobrevuelan la existencia está alimentada de millones de sensores y mecanismos de recolección de datos que monitorean el funcionamiento de cada rincón del cuerpo y del mundo y mapean compulsivamente la tierra hasta su último recodo. Se trata del más novedoso escalón en la larga y penosa marcha emprendida por la ciencia moderna hace cientos de años en la toma de control de la naturaleza y el hombre. El dominio del mundo bajo la era técnica parece haber alcanzado una cima inverosímil, solamente profetizada por la literatura y el cine de ciencia ficción.
Eric Sadin, filósofo y ensayista francés especializado en la etapa contemporánea de esta interminable conquista, ofrece un diagnóstico severo sobre el presente y presiente un futuro todavía más sombrío si las poblaciones no interponen algún tipo de contención ética, humanista e ilustrada frente al avance desaforado de las máquinas en la administración de todo lo existente. Para el autor, la era digital, “antrobiológica”, que define como un “soft-totalitarismo digital” comandado por las empresas radicadas en Silicon Valley que exportan continuamente su modelo de negocio al resto del mundo, propone una nueva forma civilizatoria que destruye el legado humanista de los primeros modernos. Lo que está en juego es lo más grave y profundo a lo que aspiró siempre la Ilustración: la libertad.
La marcha acelerada hacia un mundo controlado por la inteligencia artificial y los algoritmos comenzó con las fantasías faústicas de aquellos primeros teóricos de la cibernética que profetizaban el advenimiento de máquinas todopoderosas con aspecto humano. El autor advierte que el camino señalado por las primeras generaciones de tecnófilos fue rectificado hacia la consolidación de un sistema diseminado y anónimo en donde millones de aparatos silenciosos y ocultos colaboran mutuamente de manera simultánea en la construcción de una duplicación digital del mundo.
Existe una “humanidad aumentada” mediante la amplificación asombrosa de las prótesis cognitivas que asisten continuamente los procesos de toma de decisión. Una “humanidad paralela” que persigue como una sombra cada rastro de la realidad para procesar cada elemento en términos de monetización, optimización y predictibilidad. Bajo la “silicolonización del mundo”, la “economía del dato”, expresada en el Big Data, cumple como ningún otro artilugio liberal la ambición más profunda del capital: convertir absolutamente todo lo existente en mercancía. La posibilidad de almacenar y procesar volúmenes de información incalculables, incomparable con cualquier invención previa, se potencia junto a las constantes innovaciones en torno a la inteligencia artificial. La predictibilidad y la capacidad de rectificar el propio funcionamiento cognitivo (es decir, el aprendizaje, una característica eminentemente humana) se convirtieron súbitamente en las principales virtudes de los asesores maquínicos que hoy en día asisten continuamente cada operación y movimiento de lo humano. La intolerancia frente al error, la necesidad de desterrar cualquier tipo de ambigüedad en las comunicaciones y la búsqueda constante de optimización de todos los procesos revisten a las nuevas tecnologías de un aura salvadora, ontológicamente fundada en la confianza en el desarrollo sin límite de la técnica y en el síndrome de inferioridad del hombre moderno, que se percibe constantemente falible e incapaz de controlar certeramente el rumbo de las cosas. La marcha hacia un “mundo administrado” que Adorno y Horckheimer habían anunciado antes y después del nazismo, encuentra en el actual “tecnoliberalismo” su consumación más elocuente.
Para Sadin, el peligro que subyace a esta biopolítica de los algoritmos, esta nueva condición post-humana basada en la “administración robotizada de las existencias”, es la amputación del juicio y la libre decisión, los pilares fundamentales de la modernidad.
Bajo el argumento de facilitar la vida, del bienestar y el confort, este modelo supuestamente luminoso propone una versión controlada de la libertad en donde las acciones se encuentra bajo un estado de seguimiento continuo. Se trata de una potencia fragmentada al infinito que inaugura una nueva soberanía, digital, basada en una “vocación deductiva” alimentada por algoritmos que se propone eliminar cualquier contingencia y optimizar todos los procesos. Esta multitud de “agentes inmateriales y clarividentes” que tienen por destino rechazar la incertidumbre de la decisión humana, representa una ruptura civilizatoria sin precedentes. La “matematización subyacente del mundo”, respaldada por los flujos inmateriales de datos que se extienden como tentáculos alrededor de la vida, sentencia la obsolescencia definitiva de lo humano en manos del agenciamiento técnico. El autor describe este vínculo como una relación “totémica”. “No es la técnica lo que nos esclaviza, sino lo sagrado transferido a la técnica”, advierte, citando a Jacques Elull.
Paradojalmente, el huevo de la serpiente fue empollado en la capital de la contracultura. San Francisco, escenario de fértiles movimientos contestatarios y utopismos anticapitalistas durante los años sesenta y setenta, también alojó antes y durante aquellos años a los precursores del tecnoliberalismo. En La silicolonización del mundo el autor analiza sus diferentes etapas: desde el momento inaugural de la delegación de la decisión humana hacia la inteligencia artificial de las máquinas con la incorporación de los sistemas de pilotaje automático en los aviones durante la década del 60, hasta la actual incorporación masiva del smartphone como acompañante robótico y brújula existencial que asiste cada movimiento y cada mínimo gesto de los individuos.
La digitalización del mundo denunciada por el autor es el último episodio en la larga tarea de domesticación y amansamiento de la especie sobre sí misma. Una nueva forma de alfabetización que viene a suplantar los viejos valores humanistas asociados a la cultura escrita. La doma de lo humano a través de novedosos procedimientos de mediación y unificación de los códigos. Si la escolarización y la alfabetización fueron el molde mental que los primeros ilustrados esparcieron por el globo como método de crianza más o menos homologado para toda la especie, la traducción de todos los fenómenos existentes en una línea de código escrita de manera abierta y constante por los infinitos dispositivos que a cada momento recolectan, procesan y ofrecen información en todo el mundo es el credo de la domesticación de lo post-humano. Sadin describe esta coyuntura como un choque de civilizaciones en donde las conquistas dificultosamente alcanzadas por la modernidad están siendo acorraladas y puestas en duda en sus zonas más sensibles.
Este gesto de dominio contiene en su origen una paradoja insalvable que parece renovarse con cada nueva generación de aventureros técnicos. Silicon Valley es el último eslabón conocido en la fatigada cadena ideológica que comenzó con la modernidad y la revolución industrial. Una subjetividad de pixeles y redes sociales que no está exenta de la aporía de la Ilustración, aquella vieja denuncia de los intelectuales de Frankfurt que conserva su vigencia: la técnica viene a desterrar el mito para engendrar un nuevo mito. La razón disipa la niebla religiosa pero funda a su vez un nuevo credo basado en la técnica.
Sadin llama a la resistencia, reclama el advenimiento de un “nuevo humanismo”. Como escribieron Adorno y Horckheimer en el prólogo a su Dialéctica de la Ilustración: “No se trata de conservar el pasado, sino de cumplir sus esperanzas”.