En el último libro de poemas de Juano Villafañe, se plantea, desde el título, Públicos y privados algo que atañe simultáneamente al acto de escribir y a quien escribe. Al plantear esa oposición abre un panorama abarcativo que va desde pequeños actos, detalles, impresiones, hasta interrogantes mayores concernientes al modo de estar en el mundo, a lo perecedero y lo perdurable. Hallamos entonces el intento de responder, responderse, qué sería lo privado, algo que bien puede asociarse al espacio de intimidad, reflexión sobre la lengua materna, composición de los textos, como también a aquello que es singular precisamente en cada uno: lo vivido intransferible, el modo en que se adquirió el lenguaje, los tempranos aprendizajes y hechos que dejan sus marcas en el sujeto. Pero ni el lenguaje ni ese sujeto, cuya entidad justamente se define en la relación con el lenguaje, se encuentran aislados, así ya lo público está actuando en tanto se arriba a una lengua preexistente al individuo, compartida por una sociedad de hablantes. Y sin embargo está lo particular en ese proceso, en tanto a partir de ahí nacen los juegos y anudamientos de sonidos y significados que van enlazándose según lo que cada quien transita y que queda inscripto en la memoria, en la conciencia y en lo inconsciente, para volver en forma de reminiscencias, fantasías, sueños, creencias, en definitiva, en las palabras clave de un autor inmerso en un imaginario continuamente retroalimentado por las palabras y las cosas. 

Desde la privacidad vista como un adentro, lo público aparece como un afuera, ese mundo habitado por ese sujeto que escribe en indisoluble relación con los otros. En el poema “La erótica como una diferencia voluptuosa”, la relación amorosa vincula ambas instancias en una suerte de continua movilidad: “Mientras descansas, habrá pasado una multitud sobre/ la puerta,/ y esperarán que cantes esta noche conmigo/ con las abanderadas cortinas y los vientos sobre el reloj/ de la pared/ en la sombra de una soledad que viaja por tu sangre/ y grita en los silencios/ y se calla en los propios silencios privados de la noche,/ tan públicos para mí, tan enormes como esa multitud que/ aviva los fogones,/ los aplausos, los gritos, las banderas”.

También esas dos dimensiones pueden estar contrapuestas, como si lo privado albergara algo “clandestino” que no se confiesa a “la disputa de las mayorías” (lo público) o en “la fiesta pública”, lo que el poeta observa (“el mirador”) en su doble estar incluido en el conjunto y a la vez preservando lo recóndito de sí “un secreto que /guardo en mi cajita de cristal” para ir hacia la mujer “excluida de la multitud, única y cierta”, como surge del poema “La amante” que parece continuarse en el siguiente “La lógica secreta”, de nuevo la mujer cuyo enigma lleva a interrogar la “distancia inalcanzable” entre dos sitios, el lejos y el cerca, reunidos por un cuerpo como puente entre ambos, el cuerpo de ella. 

En un tono pausado, reflexivo, en versos extensos, se suceden los poemas de todo el libro, agrupados en tres secciones. A la primera, “Públicos y privados”, sigue “Poemas dedicados”, tal denominación despierta la expectativa de encontrar al inicio de cada uno, un destinatario específico, sin embargo, esto no sucede en todos ellos. En “Antes de mi ingreso a la eternidad”, el primero de esa serie, dividido en dos partes unidas de algún modo por la repetición del último y primer verso, respectivamente: “Es lo real, lo nuevo, la casa, lo extendido”, el yo poético aparece en actitud contemplativa, aguzando la mente para indagar el camino de la belleza con una certidumbre: “Creo que por eso voy hacia los otros y los otros/ son los últimos días”. Quizá en este poema donde se vuelve al pasado, se habitan los sitios (la calle, los suburbios, el campo), se mira el espejo, se desea en definitiva afincar y proseguir. Con dedicatoria explícita o no, surge la necesidad de escribir a partir de la varia experiencia de vida y lectura: “uno escribe por lo que lee, por lo que mira en el verde/ y lo que se transparenta del papel en la tierra… (“Regar el parque”, dedicado a Emilio Villafañe y Valeria del Mar).

La última parte, “Poemas anteriores” incluye textos de otros libros, Una leona entra al mar, Deconstrucción de la mañana, por ejemplo, algunos ostentan fechas y lugares y no faltan dedicatorias, así “Carta para Vicky en la botella rota. Buenos Aires, 1976 para Rodolfo y Vicky Walsh”, o bien pueden unir el amor y la belleza en diálogo con otro poeta, “Blues para una bailarina. Parafraseando un verso de Juan Gelman”. Entre las recurrentes presencias –notoriamente alusiones a mujeres– no falta la evocación de los padres, el titiritero Javier Villafañe y Elba Fábregas, a quienes les dedica “Inundación en el teatro”. La imagen del teatro queda grabada como una síntesis que condensa lo familiar amado y el necesario mostrarse al público.