Desde París
La empresa contratada por el Estado argentino para buscar los restos del submarino ARA San Juan ha suscitado más interrogantes que certezas en sus últimas intervenciones. Ocean Infinity participó en la etapa final de la búsqueda de lo que sigue siendo el misterio más espeso de la historia de la aviación: la desaparición, en marzo de 2014, del vuelo MH370 de Malaysia Airlines con 239 personas a bordo. Un año después de que se abandonasen las búsquedas oficiales del Boeing de la compañía, Malasia autorizó a que se iniciaran nuevas exploraciones pero, esta vez, bajo un estatuto particular: el pasado 18 de enero, la empresa privada norteamericana basada en Houston acordó ser pagada sólo si encontraba los restos del avión (No cure, No pay). El contrato estipuló que, en un plazo de 90 días, Ocean Infinity cobraría 20 millones de dólares si encontraba el avión en los primeros 5.000 kilómetros cuadrados, 30 millones en los 10 mil kilómetros y hasta 70 millones de dólares si los restos aparecían en un perímetro más extenso. Pero este supuesto esfuerzo suplementario por parte de Malasia a través de una compañía privada destinado a explicar lo inexplicable está envuelto en artificios que no han hecho más que enturbiar aún más el misterio del avión esfumado y opacar la verdadera misión de Ocean Infinity. Esta empresa que ahora ingresa a la Argentina está enganchada con fondos buitres londinenses, un par de asociaciones humanitarias de curioso perfil y una aún no muy clara posición sobre sus objetivos reales: ¿buscar tesoros, aviones y barcos desaparecidos o explorar los híper estratégicos fondos marinos en busca de recursos petroleros, mineros y biológicos?
El problema empieza con los interrogantes sobre las tareas que estaba realmente efectuando Ocean Infinity y por qué la Oficina de Seguridad del Transporte de Australia (ATSB) volvió a ponerse en el centro de una búsqueda donde ya había fracasado. En primer lugar, en 2018, la zona de exploración se estableció casi en el mismo perímetro fijado años antes por la empresa británica de comunicación satelital Inmarsat a partir de las denominadas handshake pings (señales pasivas) supuestamente emitidas por el avión (siete veces) en la fase de su volatilización. De allí se concluyó que el Boeing había caído al Sur del Océano Indico, lo que llevó a que, una semana después de que se lo escrutara a miles de kilómetros de allí, las exploraciones cambiaran de geografía. Decenas de aviones y barcos provenientes de 26 países desplegaron sus tecnologías en esa zona del Océano. Sin embargo, esta información suministrada por Inmarsat nunca fue constatada por alguna “huella tangible” a lo largo de la zona. Las sofisticadas extrapolaciones matemáticas del principio no desembocaron en un ningún hallazgo: ni cuerpos, ni partes o elementos del avión. Luego de haber rastrillado 120 mil kilómetros cuadrados con un escáner de alta resolución durante 1046 días con un costo de 150 millones de euros (estuvo a cargo la empresa holandesa Fugro) no se encontró ni un salvavadidas, ni un alfiler perteneciente al avión. Las pesquisas terminaron oficialmente en enero de 2017 y se reanudaron sorpresivamente un año más tarde. En 2018 se volvió prácticamente al mismo lugar: intervino ahora una empresa privada especializada en buscar tesoros y se contó con un par de datos enriquecidos en parte con imágenes satelitales francesas de marzo de 2014 y nuevos cálculos basados en los anteriores con los que se identificó un área de menos de 25, 000 km2. ¿Ciencia o caza tesoros? The Times reveló que Ocean Infinity (fue creada en 2017) funciona con fondos aportados por el hombre de negocios Anthony Clake, socio importante de la empresa londinense de gestión de activos (fondo buitre con activos por 30 mil millones de dólares) Marshall Wace Asset Management. Se trata de un conocido inversor en empresas que recuperan tesoros que, hasta la fecha, rescató once barcos con tesoros adentro. Pero hay más: Paul Marshall es también un inversor de Ocean Infinity. En el curso de 2012, tanto Marshall como Clake se vieron involucrados en Gran Bretaña en un escándalo bien rodado: se servían del rescate de barcos con tesoros para no pagar impuestos. La estructura había sido cuidadosamente montada por el grupo de Robert Fraser, cuya filial Robert Fraser Marine se consagra, entre otros objetivos, a la exploración de fondos marinos.
Ocean Infinity no salió sola en esta aventura. Para ello se asoció con la empresa especializada en la recuperación de tesoros Deep Ocean Search (DOS). En 2016, DOS había logrado rescatar 100 toneladas de monedas de plata de las entrañas del City Of Cairo, un barco de vapor británico hundido en 1942 por un torpedo alemán que se encontraba a 5.150 metros de profundidad. El tesoro fue estimado en unos 65 millones de dólares. Deep Ocean Search es una empresa franco británica creada en 2010 por el británico John Kingsford que tiene en su historial positivo haber encontrado en 2016 las cajas negras del vuelo MS804 de Egyptair que se hundió en el mar con 66 personas a bordo. Según estableció el diario francés Le Figaro, el grupo DOS consta de 20 oceanógrafos, todos franceses y ex veteranos de la Marina Nacional capacitados en Intechmer, la institución francesa de las ciencias y técnicas del mar (el francés Nicolas Vincent es el responsable de las operaciones).
Deep Ocean Search y Ocean Infinity tenían un plazo de tres meses para encontrar los despojos del avión. En una entrevista publicada por Le Monde el pasado 12 de enero, el ministro malasio de Transportes, Liow Tiong Lai, aseguró que había “un 85% de posibilidades de que el avión se encuentre en esa zona”. El presidente ejecutivo de Ocean Infinity, Oliver Plunkett, le dijo al diario The Australian: “existe una posibilidad realista de encontrar el avión”. Los exploradores de los fondos alquilaron el barco noruego Seabed Constructor (de la compañía noruega Swire Seabed) para iniciar las búsquedas. Este navío está dotado con las mejores tecnologías de exploración submarina. Cuenta con 8 sonares submarinos autónomos (Hugin 6000) que le permiten bajar a 5.600 metros de profundidad, un helipuerto y una grúa capaz de levantar 250 toneladas sumergidas a 4.000 metros. El barco y sus dispositivos satelitales pueden escanear el equivalente a 140.000 campos de fútbol (1.000 km2) en 24 horas. Entre todas estas grandes certezas tecnológicas se van a deslizar sin embargo algunos enigmas que le restarán mucho crédito a los expedicionarios de Ocean Infinity y a los gobiernos de Malasia y Australia. El primero de febrero de 2018, el barco Seabed Constructor desapareció de los radares. El navío apagó el transpondedor y con ello cortó toda posibilidad de que se le siguiera la huella a través de los múltiples dispositivos GPS conectados a internet. Seabed Constructor recién apareció tres días más tarde en medio de una avalancha de especulaciones no sólo acerca de su paradero sino, sobre todo, acerca de la verdadera naturaleza de su misión. La prensa australiana alegó que la desaparición del Seabed Constructor se produjo muy cerca de donde se encontraban varios barcos hundidos con posibles tesoros en su interior. Este detalle dio fuerza a la teoría conspirativa según la cual Ocean Infinity estaba trabajando de forma encubierta en la búsqueda de tesoros marítimos y no rastreando el Boeing 777. La empresa explicó que el “corte” se hizo a propósito, con el fin de no “despertar” falsas esperanzas cuando se examinaba dos veces la misma zona. A principios de marzo de 2018, Ocean Infinity anunció que había concluido con la exploración del cinturón restringido de 25.000 kilómetros cuadrados situado al sur del Océano Indico donde tanto Malasia como Australia emplazaron la posible ubicación de los restos del aparato.
Todo apunta a demostrar que se trató de una nueva patraña. Las familias de las víctimas del accidente acusaron a Ocean Infinity de ser deshonesta y a los Estados de Malasia y Australia de poner más piezas falsas en un tablero brumoso. Hasta ahora, sólo se hallaron tres pedazos del avión, pero no en el mar mismo sino en las costas de La Reunión, Madagascar y Tanzania. El francés Ghyslain Wattrelos investigó el accidente a lo largo de cuatro años y plasmó el resultado de ese trabajo en un libro: Vol MH370, une vie détournée, Ed Flammarion. En el vuelo MH370 de Malasia AirLines viajaban su esposa, su hija y su hijo. Wattrelos desató todos los nudos y contrastó las pruebas y contra pruebas. Su conclusión es la misma que la de muchos expertos: “No se trata de un accidente sino de una acción voluntaria la que precipitó el avión hacia la nada. Un Boeing de última generación dotado de una tecnología muy precisa no desaparece de esa manera. Hay mucha gente que sabe y no quiere decir lo que ocurrió. Malasia miente, Estos Unidos y Gran Bretaña se quedan con los datos, y Australia juega un papel ambiguo en todo esto. Hay 239 personas sin ninguna información. Mi familia desapareció y carezco de respuestas. El avión no cayó allí donde lo buscan. Esta historia aún está llena de páginas blancas”. Muchos sospechan que la aparición repentina de Ocean Infinity fue otra pincelada tramposa para llenar esas páginas blancas. “Todo esto ha sido cualquier cosa”, asegura Florence de Changy, periodista y autora de otra investigación sobre la catástrofe (Le vol MH370 n’a pas disparu, éd. Les Arènes). Al final de sus infructuosas expediciones en el Océano Indico, el presidente ejecutivo de Ocean Infinity, Oliver Plunkett, dijo en un comunicado (29 de mayo): “parte de nuestra motivación para reanudar la búsqueda fue tratar de proporcionar algunas respuestas a los afectados. Por lo tanto, con el corazón roto, terminamos nuestra búsqueda actual sin haber logrado ese objetivo”. Hay investigadores que dudan de la validez de los datos de Inmarsat y creen que el vuelo MH370 nunca llegó al sur del Océano Índico. Otros siguen confiando en esos datos, pero ponen en tela de juicio las deducciones que se han realizado. Ocean Infinity ha contribuido a incrementar el misterio y las teorías conspirativas. La empresa existe legalmente sólo desde julio de 2017 pero en su página web evocó “sus 90 años de experiencia”. Buzos y especialistas de los rescates submarinos siempre miraron atónitos la aparición de Ocean Infinity y los enormes riesgos que corrió al condicionar el pago de sus servicios al hallazgo del los restos del avión. La estructura de esta empresa tejana es por demás curiosa. La periodista francesa Florence de Changy reveló que a ella están ligados un grupo estrecho de británicos, empresas norteamericanas del ramo marítimo, caza tesoros profesionales y ciertos organismos que consagran sus energías… a las acciones humanitarias como Flotilla Foundation y Elba Charitable Foundation. “Las dos fundaciones están presididas por Oliver Plunkett, tienen la misma secretaria y tesorera, Melanie Smith, quién también es directora de operaciones de Ocean Infinity”. Otro detalle sobresale en esta humeante trama: Ocean Infinity es la socia referencial de MACS, Maritime Archaeology Consultants Switzerland. MACS estuvo implicada en Colombia en una dudosa colección de irregularidades que llevaron al ex presidente Juan Manuel Santos a casi adjudicarle primero el rescate del galeón San José (un galeón español hundido en el siglo XVIII cerca de Cartagena de Indias) y luego a “suspender los términos del proceso en curso”. Su director, Ross Hyett, dirige igualmente Argentum Exploration, empresa donde Paul Marshall detenta una alta participación.
Es muy relevante el caso de la Fundación Flotilla y su interés mayúsculo por los mapas de los fondos marinos. En su bella página web la fundación se propone “mejorar la relación de la humanidad con el medio ambiente, en particular los océanos y mares”. Allí expresa su interés por “la adquisición y donación de mapas y datos de fondos marinos y oceánicos a organizaciones que les permitan utilizar tales mapas y datos para investigación científica”. Tesoros de barcos hundidos, aviones desaparecidos, mapas de fondos marinos (híper estratégicos), fondos buitres, misiones imposibles en el tiempo y financieramente suicidas, evasiones fiscales, todo esto huele a un póker cuyas verdaderas apuestas están debajo del mar. El 90% de los fondos marinos están todavía inexplorados. Desde el año 2000, varios países se precipitaron a explorar esas zonas sumergidas donde, entre petróleo, recursos minerales o biológicos, se esconde tal vez la supervivencia del planeta. Resulta por demás paradójico que una empresa norteamericana fundada apenas en 2017, dirigida por un británico y alimentada por capitales igualmente británicos se meta en los fondos marinos argentinos. Los Océanos son tan infinitos y secretos como las intenciones de quienes pueden llegar hasta sus profundidades.