La trilogía documental Desacato a la autoridad. Relato de punks en Argentina 1983-1988 (que hoy re-estrena su segundo capítulo) no es, como dice su título, un estricto relato del punk. Reconstruye, a través de fabulosa producción y edición de entrevistas y material gráfico de archivo, toda una trama de la cultura joven urbana en esa posdictadura transitada con una democracia enclenque y aún violenta. Aquella juventud que se modeló entorno a un referente identitario que comenzó musical pero rápidamente devino en ideología y actitud: el anarquismo y el hazlo tu mismo fueron dos polos que atrajeron mucho interés en un sector social que aborrecía la dictadura concluida pero igual no se veía espejada en las representaciones que le ofrecía la democracia.
La producción audiovisual pertenece al realizador Tomás Majaki(que ya había hecho en 2009 el documental Buenos Aires Hardcore Punk) y a la inoxidable activista Patricia Pietrafesa. El primer capítulo salió en 2014, está disponible en YouTube y pone ante cámara la palabra actual de quienes empezaron a interesarse por la cultura punk entre fines de la dictadura y los años siguientes, cuando en verdad no era mucha la información que se tenía. Manteniendo el espíritu oral y coral (apoyado por piezas gráficas de época), la segunda parte de Desacato a la autoridad avanza en las alianzas identitarias que esa juventud dispersa pero coincidente debía hacer para convertirse en un grupo, en una tribu: en un colectivo definible, consciente de sí.
Ahí aparece el anarquismo alrededor de la biblioteca José Ingenieros de Villa Crespo, que le dio espacio al incipiente movimiento punk porteño y lo nutrió de lecturas sobre referentes libertarios como Bakunin, Stirner y Malatesta. O las primeras experiencias autogestivas como los fanzines o acciones que incluían reclamos por los desaparecidos, protestas anticlericales en iglesias, escraches a la primera sucursal de McDonalds en el país o el reemplazo uno por uno de los carteles de la calle porteña Ramón L. Falcón por otros con el nombre de Simón Radowitzky.
Si bien la película fue realizada en 2015 y apenas la proyectaron una vez, se reestrenará recién hoy a las 16 en el Cine Hoyts Abasto, dentro del festival Rock N’Doc. La postergación tiene un motivo: “En ese entonces empezaron a correr como reguero en la escena rock muchas denuncias por abusos, y de hecho dos de los que hablan en el documental están implicados. Además otros tantos que en su momento se manifestaban en contra del sistema hoy se ríen de expresiones que persiguen el mismo ideal”, señala Patricia. “Eso nos expuso a una situación conflictiva: ¿Qué hacemos con esos testimonios? Finalmente resolvimos dejarlos y abrir esas complejidades, y la aparición de este festival de documentales rockeros nos abrió una buena oportunidad de mostrarlo”.
“Nuestra intención es relatar la subterraneidad de Buenos Aires de un período que no tiene demasiados registros. Nos interesaba contar las vivencias de gente vinculada con el punk desde el lado de sus ideas libertarias, la autogestión y el activismo”, dice Pietrafesa, que además de haber liderado numerosas bandas fue catalizadora de experiencias tales como el fanzine Resistencia o una cooperativa que llegó a organizar algunos festivales a finales de la década. “Todos creen que el punk vino envasado de Estados Unidos e Inglatera, pero hay escenas genuinas no solo en Argentina, sino también en Perú o Colombia. Yo fui testigo y parte, y además me la paso rescatando negativos, revelando fotos y encontrando cosas. Soy una recopiladora amateur pero compulsiva, y de hecho estoy trabajando con dos personas en un archivo contracultural sobre todas estas escenitas desprolijas que en algún momento subiremos a la web”.
–La película habla del salvajismo del punk, pero también de su ordenamiento intelectual alrededor del anarquismo y la autogestión. ¿Es una manera de reivindicar este aspecto ideológico?
–Yo era tirapiedras, drogadicta, alcohólica, salvaje, pero al mismo tiempo iba a talleres de lectura, hacía fanzines, armé una cooperativa. La película no habla sólo de mí, por supuesto, e incluso participan personas con las que no coincido en muchas cosas. Pero a todos nos definían ambos aspectos, no uno solo. En otro sentido también éramos un canal de información vinculado con gente de otros países;naturalmente por correo postal, porque no existía Whatsapp, jaja. Queremos hacer una reivindicación de esas formas de manifestarse, que no solo incluía a los punks, sino también a personas de otros ámbitos que transitaban esa cosa subalterna y subterránea.
–¿Cómo se ve usted misma en retrospectiva?
–Hay algunas cosas que las estoy comprendiendo recién ahora. ¡De hecho una la comprendí antes de hacer esta entrevista! La peli me ayudó a reflexionar sobre un montón de cuestiones. Creía muchísimo en poner en practica los conceptos de autogestión, cosas que en ese momento casi no existían. Eran palabras poderosas pero que no tenían contenido, había que crearlo. La discusión sobre la separación entre Iglesia y Estado, por ejemplo, la habíamos empezado a reclamar en aquel tiempo. Pero de ninguna manera veo ese pasado con nostalgia, porque el documental tampoco aspira a eso. Se trata simplemente de un registro tipo fanzine, un archivo que está bueno exponerlo. Y no hablamos de bandas, sino de los principios ideológicos de esa camada. Porque no me copa eso de “uh, que groso tal disco o tal banda”. Eso es un gusto personal y tampoco nos interesa alimentar esa cosa de idolatría y heroicidad. Fueron momentos de pasión y deseo transformados en algo político. Alianzas entre urbanidades que eran llamadas “marginales” como heavys, darks, góticos, putas, putos, lesbianas. Todas expresiones disconformes que estaban en contra de la norma establecida. El punk era el más salvaje, aunque solo uno entre tantos otros. Un tacho de basura en el que te incluías… o donde alguien te tiraba.
–¿Encuentra una línea histórica entre esas minorías en torno a las cuales giraba aquel punk y las reivindicaciones masivas que muchas de ellas alcanzaron hoy?
–Eramos todos parte de pequeños grupos que confluían en determinados espacios. Ibas a una manifestación contra la policía y había diez punks, cuatro heavies, tres maricas, cinco trabajadoras sexuales. Estas identidades fuera de la norma y que resistían contra ella fueron parte de esa bisagra en los ‘80. Después algunos buscaron adaptarse al sistema o vivir más tranquiles, ampliar derechos, etc. Pero en ese momento había que romper un montón de cosas. Veníamos de la dictadura. Las generaciones posteriores siguieron echando leña al fuego y hoy vemos que esas pulsiones derivaron en expresiones más masivas. Igual me asombra que muchas personas que manifestaban querer cambiar el sistema en sus canciones, remeras o conversaciones, no ven que delante de sus ojos tienen una gran oportunidad. Por ejemplo la fuerza que atrajo el feminismo demuestra que sigue habiendo gente traccionando contra el sistema. Es un gran momento para seguir revisando lo que está ocurriendo, algo en lo que humildemente creo que la generación que releva la película aportó en sus germinaciones.