Una chica muy jovencita se pasea sola por el escenario. Lo único que tiene con ella es su instrumento: su voz, su andar, sus palabras, sus ideas. La chica es Zoe Hochbaum, una talentosa actriz de 19 años que en escena hace de Eva, una estudiante algo más chica que investiga la vida de Ana Frank para un trabajo práctico del colegio. Hay, en ese cruce, una potente primera analogía: en la piel de Eva, Zoe interpreta en grandes tramos a la propia célebre escritora que, como ella, también está sola con su instrumento encerrada en su cuarto, aunque por supuesto en otro contexto. En esa triangulación entre actriz/personaje/personaje histórico radica el mensaje de La Ventana del Árbol y Ana Frank, la obra que dirige Nicolás Gil Lavedra y que pretende generar conciencia sobre hechos de discriminación y destacar la importancia de los derechos humanos. La pieza tuvo el jueves su estreno en Buenos Aires en la Usina del Arte. Durante este mes hará funciones en distintas ciudades.
La Ventana del Árbol… es coproducida por el Museo Ana Frank argentina, único en su tipo en América Latina, y cuenta con el auspicio de la Secretaría de Derechos Humanos y Pluralismo Cultural de la Nación. Se trata de un trabajo pensado para público jóvenes, además de para adultos, y eso se tradujo desde la concepción del proyecto en decisiones políticas, estéticas y artísticas. En principio, la pieza juega todo el tiempo con el lenguaje digital, con proyecciones que no sólo muestran imágenes históricas sino que también crean espacios de representación, como las habitaciones de Ana y de Eva. Por otro lado, esa orientación de público también se nota en el texto (de Gustavo Gersberg), cuidado para ser sutilmente didáctico, sin perder estilo y calidad narrativa.
La interpretación de Hochbaum es fundamental. La actriz tiene una capacidad enorme para bordear los límites de las dos niñas que encara. De forma precisa, la joven hace una inversión interesante, porque cuando es Ana pareciera tener una proyección externa mucho más arrolladora que cuando es la alumna, a la que presenta como alguien más retraída y solitaria, pese a no estar encerrada. Ese juego, ese intercambio de espíritus, va en línea con el mensaje que pretende transmitir el espectáculo, relacionado con que la discriminación y la violencia en cualquiera de sus formas –se nombran el nazismo, el racismo, el machismo y el bulliyng, entre otras– es algo universal.
La obra es corta (dura 45 minutos) pero aun así tiene momentos y climas. Uno de los más altos se da cuando la joven Ana habla del “chico que le gusta”. En esa parte de la obra, bajo la lúcida guía de Gil Lavedra, Hochbaum da rienda suelta a un aspecto bastante ignorado en las interpretaciones mundiales de la niña Frank: su sexualidad. Con destreza y encanto, la actriz explora las sensaciones más íntimas de la joven judía que escapa con su familia del régimen nazi. Por un rato, la Ana que se ve en escena es medio niña medio mujer también en ese aspecto, pese a que un rato antes en su parlamento se lamenta por ser víctima del “ser o no ser judío” y pide “divertirse como cualquier chica de catorce años”.
Ese último deseo es, a fin de cuentas, también el de la obra: que los niños y niñas (la pieza se exhibe en escuelas de distintas ciudades) se liberen de la violencia y decidan cómo actuar frente a ella. “¿Vos qué actitud tomarías frente a una situación de discriminación?”, le dice Zoe a su público, Eva a sus compañeros de clase y Ana a sus millones de lectores en todo el mundo, mientras detrás pasan imágenes de distintas guerras, conflictos armados, dictaduras y atentados de toda la historia. Porque, más que la cuestión judía, La Ventana del Árbol… es un canto a la tolerancia universal.