El derrumbe de la industria editorial se acelera por la crisis económica, la devaluación del peso, la inflación y la recesión, una combinación pesadillesca para la cadena del libro. Nadie pronunciará esta expresión, pero la sensación de editores, libreros y distribuidores es que están en terapia intensiva. “El daño ya está hecho”, dice Carlos Díaz, director editorial de Siglo XXI, diagnóstico que comparten otros editores como Leonora Djament, Juan Ignacio Boido, Damián Tabarovsky, Julio Patricio Rovelli López, Juan Manuel Pampín, Graciela Rosenberg, presidenta de la CAL; y el librero y distribuidor Gabriel Waldhuter. Si las ventas se desplomaron casi un 50 por ciento en el período 2015–2018, si el mercado interno está muy deteriorado –adjetivo menos dramático para aquellos que preservan una mínima dosis de esperanza–, la novedad de aplicar retenciones del 12 por ciento a las exportaciones de libros empeora una sobrevivencia cada vez más complicada.
“La situación que está atravesando el sector es gravísima y se agrava más día a día”, confirma la editora de Eterna Cadencia, Leonora Djament, a PáginaI12. “Si las cifras de caída en ventas de los últimos tres años rondaban el 25 por ciento promedio, hoy ya se habla de un 50 por ciento en algunos casos. En un contexto recesivo, no hay dudas de que el libro, que no es un bien de primera necesidad, cae más y más rápidamente”, explica Djament. “Las pocas políticas estatales de fomento a la lectura o de ayuda a la industria editorial desaparecieron por completo. A esto se le suma un aumento del papel que al estar dolarizado ha subido por encima de la inflación, teniendo en el caso de las cartulinas con las que hacemos las tapas inflación en dólares. Una locura. Al día de hoy, aunque son pocas las papeleras que dan precio, el papel subió un 75 por ciento desde febrero y la cartulina un 163 por ciento más. Es imposible trabajar con estas cifras. Por otro lado, se oficializó las retenciones a las exportaciones del 12 por ciento: si hace por lo menos una década exportar libros es difícil por varias razones, sumarle dificultades no parece ser la mejor idea. El panorama es muy malo y peor es para las editoriales pequeñas y medianas, donde la fragilidad económica y financiera es estructural. Nada de esto se puede revertir sin un interés por parte del Estado”.
El derrumbe
Para Mardulce, cuenta el editor y escritor Damián Tabarovsky, mayo y junio estuvieron “muy amesetados, pero al menos las ventas no cayeron, lo cual a esta altura ya es medio milagroso”. “De agosto no tengo aún las cifras, pero algunos libreros ya nos fueron diciendo que son muy malas. Me niego a definir la crisis económica como una ‘corrida cambiaria’ o metáforas como ‘turbulencia’: esto es una tremenda y previsible crisis del modelo económico en vigencia. La edición tiene tiempos lentos, y si miramos entonces los últimos veinticuatro meses, veremos caídas sostenidas de las ventas y aumentos sostenidos de los costos”, advierte Tabarovsky. Julio Patricio Rovelli López, editor de El Cuenco de Plata, señala que el descenso de las ventas es una constante desde 2016. “Entre la Feria y hoy, y la crisis recién empieza, hubo un 20 por ciento de baja. Ahora bien, en un catálogo como el nuestro, dedicado a los clásicos contemporáneos, la caída más preocupante es la de las novedades: se venden cada vez menos, con lo cual el sistema de recuperación y de impresión de títulos nuevos se encuentra en jaque”. Carlos Díaz, de Siglo XXI, traza el panorama de la evolución editorial. “Hasta 2015 veníamos con un crecimiento constante, un año un poquito mejor, otro más flojo, pero siempre en niveles muy altos, hasta que en 2016 caímos; fue la primera caída. En 2017, caímos con respecto al 2016, y este año venimos cayendo con respecto al año pasado. A partir de julio, directamente fue un derrumbe, inclusive respecto a lo que venía siendo el 2018. Este derrumbe se repitió en agosto y lo más probable es que siga en septiembre. Este año no sólo ya está perdido, sino que va a ser durísimo”, subraya el editor de Siglo XXI.
Juan Ignacio Boido, director editorial del grupo Penguin Random House, confirma que hubo una caída de las ventas en julio. “Los motivos son varios, me imagino. Hay personas que quedaron afuera del consumo. Otras, que seguramente tienen preocupaciones más urgentes y no están buscando el libro del momento o ese del que todos hablan. E incluso los lectores más feroces y persistentes, si en vez de comprar tres libros por mes pasan a comprar dos. También se siente en la venta”, sugiere Boido. Graciela Rosenberg, presidenta de la Cámara Argentina del Libro (CAL), precisa que las ventas en librerías, después de la Feria del Libro, continuaron cayendo. “Entendemos que si bien nuestro sector no tiene gran visibilidad para el común de la gente que está atravesando una caída en las ventas muy importante, en el trienio 2015–2018 la caída acumulada llega al 45 por ciento”, plantea Rosenberg. “Desde la CAL estamos notando que entre 2016 y 2017 la cantidad de novedades del sector comercial no se resintió, aunque sí cayó la tirada promedio en aproximadamente un 30 por ciento. Si hablamos de cantidad de novedades producidas en el primer semestre de 2017 contra el primer semestre 2018, la caída fue del 15 por ciento.”
Gabriel Waldhuter, que tiene la librería y distribuidora Waldhuter, revela que la caída de las ventas en librerías oscila entre un 20 y un 30 por ciento. “Las ventas caen cada vez más por el mismo motivo sobre el cual nos venimos pronunciando: la caída del consumo, el aumento de los precios de los libros, la falta de financiación sin intereses para las compras con tarjeta de crédito, los últimos aumentos de tarifas disparatados. El otro día en la presentación de la próxima Feria del Libro escuché a un funcionario decir que Netflix es la competencia del libro. No, no es la competencia, la gente no lee porque no puede comprarlos”, aclara Waldhuter. “La Feria del Libro se ha transformado con la devaluación, de ser un gran momento de ventas, superior a lo que pensábamos a pesar de la crisis de ese momento, a un hecho prácticamente ruinoso, porque a la hora de pagar la venta fue hecha a otro tipo de cambio”, analiza el distribuidor y librero. “La distribuidora se ve afectada porque vende en pesos y paga en euros o dólares, es decir sus acreencias se mantienen y su deuda crece, y naturalmente también se ve afectada por la baja de ventas en las librerías. En relación a la librería, tenemos la posibilidad que al ser especializada y con una oferta muy variada, a pesar del dólar alto, la venta se ha mantenido, con los niveles del comienzos del 2016, pero nunca se recuperó la caída del 30 por ciento”.
Juan Manuel Pampín, de la editorial Corregidor, dice que los precios de los libros nacionales aumentaron entre un 15 y un 25 por ciento. “En el caso de los grandes grupos editoriales el aumento puede llegar a un promedio de entre el 20 y el 40 por ciento”, aclara Pampín. “Realmente a esta altura es complejo saber cuánto podemos aumentar el precio de un libro. Tenemos que entender que tenemos pocas referencias sobre lo que resulta caro o barato. El común de las PYMES argentinas tenemos que sumarle a todo esto el aumento exponencial que tuvieron los servicios, alquileres y demás gastos relacionados con la comercialización”.
Cambiemos de planes
“El plan siempre está recortándose, en nuestro caso se ha reducido en un 30 por ciento la cantidad de títulos nuevos”. revela Rovelli López de El Cuenco de Plata. “Nuestro sello planifica a dos años los libros que va a publicar y no hay plan que resista esta crisis económica. Hoy sale un libro o dos por mes; antes eran tres más reimpresiones. Julio fue el primer mes en dieciséis años en que no publicamos ninguna novedad. Esperemos a largo plazo imprimir todos los bellos libros que este año tuvimos que postergar. Pagar un contrato en dólares o los derechos de autor en el extranjero es completamente irracional”. Tabarovsky explica que los tiempos de la edición son lentos. “Todavía no se percibió demasiado la devaluación, aunque no tardará en llegar bajo el modo de una profundización de la recesión. Antes de los últimos descalabros ya habíamos decidido pasar dos libros de autores importantes a marzo del año que viene, pero por una cuestión editorial: nos parece que pueden funcionar mejor en esa fecha, cerca de la Feria del Libro, cuyos costos también van en aumento. Fuera de eso, no modificamos las tiradas ni ninguna otra cosa, al menos por ahora”, aclara el editor de Mardulce. Hay editoriales a las que no les resulta tan sencillo modificar el plan, como Siglo XXI. “Cuando estás muy organizado, te cuesta cambiar el plan. Se convierte en un problema. Lo que sí estamos haciendo es ajustar las tiradas, porque si vendemos menos no tiene sentido hacer la misma cantidad de libros que hacíamos cuando estábamos en una época de prosperidad. En lugar de tiradas de 3.000 ejemplares, estamos haciendo 2.500. No tenemos margen para bajarlas más por una cuestión de escala, de precio y de presencia en el mercado”, reconoce Díaz.
“Después del verano ajustamos el plan a las expectativas y a la realidad del año”, admite Boido. “También ajustamos las tiradas a las ventas, porque preferimos reimprimir y distribuir rápido. De todos modos, hay libros que ya no se pueden importar ni imprimir acá con costos razonables, así que esos libros quedarán para más adelante, cuando sea posible”. Los libros de Penguin Random House, añade el editor, aumentaron “muy por debajo de la inflación”. “Es una tensión difícil de resolver, porque no se pueden trasladar todos los costos al precio y a la vez, eso va complicando cada vez más la situación para todos”, advierte Boido. “Si hace apenas un año y medio pensabas en una novela de 700 pesos, te parecía una locura. Hoy es una realidad”.
Llueve sobre mojado
El incremento de precios es un tema sensible. “Entre la Feria y hoy hay un aumento del 50 por ciento en los costos –eso que la inflación en estos meses no superó el 15 por ciento–, impulsado principalmente por el papel: denunciar el carácter oligopólico y usurero de la empresa Celulosa es solo posible si decimos que lo mismo hace Molinos con el pan, entre otros productos nacionales que se venden en dólares. Todos los insumos suben de manera estrepitosa sin ningún control estatal”, denuncia Rovelli López. “Nosotros tuvimos un solo aumento del 10 por ciento; desde 2016 que tratamos de aumentar los libros cada vez menos, una a dos veces al año –como máximo tres–; perdemos, pero ganamos lectores, seguimos siendo más baratos que las multinacionales y nuestros libros son mejores”, agrega el editor de El Cuenco de Plata. “Hay días que no conseguís papel o hay papel pero no hay precio, que a esta altura, cuando estás curtido, es cuestión de esperar unos días hasta que se acomode el precio”, sintetiza Díaz. “Pero lo que termina sucediendo es que llega un momento en que te convertís casi en un ingeniero en finanzas para poder saber cuánto es el costo real de un libro. Lo que estamos haciendo es poner precios que pueda aguantar el mercado porque necesitamos que los libros sigan vendiéndose, no retroceder del lugar que ocupamos hoy en las librerías. Estas coyunturas siempre nos castigan por la forma que tenemos de comercializar los libros. Mis libros los tienen las librerías en consignación y si quiero hacer un aumento de precios, lo hago un mes más tarde; es imposible que lo haga de un día para el otro. Cuando hay estos saltos tan brutales del dólar, el perjuicio es imposible de esquivar; el daño ya está hecho”.
“Ante cada avalancha informativa sobre la crisis, hay una parálisis en las ventas, una decisión de no consumir, de no gastar. Es obvio que con la devaluación van a subir los costos de los productos dolarizados, como el papel, que se fue convirtiendo en el primer factor del precio de venta de un libro. Hoy es habitual que el costo del papel sea mayor al de una traducción o al de un anticipo a un autor”, confiesa Tabarovsky, y cuenta que incrementó los precios entre un 10 y un 15 por ciento en agosto. “Mardulce tiene una política de precios relativamente bajos; somos de las editoriales cuyos precios de venta son los más bajos del mercado. Ese posicionamiento nos impide llevar a cabo aumentos desmedidos. Pero es también una mirada política: no nos gustan los libros caros, el libro como objeto de lujo. Por supuesto que eso nos obliga a vender más para alcanzar un punto de equilibrio; en vez de vender 10 ejemplares a 500 pesos, tenemos que vender 20 a 250, situación que tiene algo de locura hoy en día...”.
El panorama se complica con las retenciones del 12 por ciento a las exportaciones. “Las retenciones están mal aplicadas y mal pensadas”, asegura Díaz. “Un sector que está muy castigado, que la única escapatoria que le queda es exportar porque el mercado interno está hecho percha, le complican la vida con esto. (Luis Miguel) Etchevehere dice que es una medida extrema y necesaria, que el país está sufriendo y además no es discriminatoria con respecto al campo porque se los pusieron a todos los productos. ¡Pero no es lo mismo Cargill o Bunge & Born que Siglo XXI o Eterna Cadencia! Nuestros niveles de exportación son paupérrimos; lo que van a recaudar es lamentable y nos complica más la vida que otra cosa. Ganar un mercado, tener presencia, es mucho más complejo que cuando vendés commodities como los granos. En la editorial estamos descolocados porque nos dejaron sin plan de acción claro. El mercado interno lo destruyeron, las exportaciones son una complicación; y aunque tenemos una actitud de sobrevivientes, de decir que tenemos que salir, estamos desconcertados, viendo para qué lado disparar... No nos quedan muchos lugares donde mirar para tratar de sacar algo bueno”.