En cada discurso Mauricio Macri afirma, con cara compungida, que está arreglando una decadencia iniciada hace 70 años. En la semana que pasó lo dijo en su mensaje a la Unión Industrial Argentina, cuando llamó a “hacer los deberes”. Lo repitió cinco veces en Mendoza el jueves, durante la rueda de prensa. El ministro del Interior Rogelio Frigerio todavía no alcanzó la marca del Presidente pero se esfuerza. En Mendoza él también habló de los 70 años. ¿Casualidad? Difícil. Si hay letanía es porque hay guión. Y si hay guión es por algo. Una pista: hace 70 años, en 1948, gobernaba Juan Domingo Perón. La polarización buscada no es solo con Cristina.
El oficialismo intenta poner de moda que los argentinos deben dar la vida por el déficit cero. El primario, claro, porque el otro, el déficit a secas, incluye los intereses de la deuda y ésos son de pago obligatorio para el Gobierno. En palabras de Macri, así debe actuar un país responsable.
Elegir la cifra de 70 años tiene algunas ventajas.
Una, que el número es redondo, y por lo tanto fácil de recordar.
Otra ventaja es que remite sin dudas al primer gobierno de Perón, que asumió el 4 de junio de 1946 tras ser electo por el voto popular el 24 de febrero. Si en ese entonces comenzó la decadencia distribucionista –la fiesta, diría Javier González Fraga– Macri sería lo opuesto a Perón.
La ventaja tres reside en que coloca a Macri como un nuevo fenómeno luego de 70 años de historia. Y también conforma el intento de despegarlo de gobiernos que aplicaron políticas parecidas a las suyas tanto en dictadura (José Alfredo Martínez de Hoz) como en democracia, con Carlos Menem y Fernando de la Rúa. Ellos, al revés de Macri, quedarían incluidos en los 70 años malditos. Macri aparecería como el nuevo absoluto.
La sinonimia entre peronismo y dispendio fiscal es un facilismo. “Un atajo”, lo llamaría el Macri que se presenta como un mandatario responsable.
El investigador Omar Acha, que acaba de presidir el Congreso de Estudios sobre el Peronismo en la Umet, dijo a PáginaI12 que “el ingeniero Macri nunca reclamó para sí la posesión de una cultura histórica”. Explicó que “respecto de la relación entre gobiernos peronistas y déficit fiscal, la afirmación implícita del Presidente es sencillamente equivocada y no se verifica históricamente”. Para Acha, “sea que se consideren los dos primeros gobiernos de Juan Domingo Perón, los dos de Carlos Menem en los años noventa o las tres gestiones kirchneristas, el lugar del déficit, del equilibrio o del superávit fiscal fue variando de acuerdo a las circunstancias”.
“Hasta 1937, con los conservadores, hubo superávit primario y déficit financiero porque la deuda externa existente se siguió pagando”, dijo ante la consulta de PáginaI12 el historiador económico Mario Rapoport. “Durante el peronismo el déficit primario en relación al PBI fue solamente muy alto en un año, 1948, en que llega según mis cifras al 17 por ciento, pero la deuda externa bajó a cero. Luego vino la crisis de 1949 y hubo que pedir un crédito al Eximbank. Con todo, a partir de ese año el déficit primario bajó notablemente hasta un 2,33 por ciento del PBI en 1953. Luego aumentó algo pero a los mismos niveles posteriores de los años 60 y 70.”
Tribus
Antiperonismo más una prédica de austeridad es la última combinación salida de los laboratorios de Cambiemos. Con esa prédica Macri no está solo en el mundo. El austericidio como ideología cobró una fuerza inusitada con la crisis del 2008, cuyo comienzo está cifrado en el 15 de septiembre de hace 10 años por la caída del banco de inversión Lehman Brothers, el cuarto de los Estados Unidos. En la última edición de la revista Nueva Sociedad, el ex ministro de Economía griego Yanis Varoufakis describe una interesante tipología de los fanáticos de la austeridad. Los agrupa en tribus y dice que son tres.
Según Varoufakis “ninguna política es tan contraproducente en épocas de recesión como tratar de obtener superávit fiscal con el objetivo de contener la deuda pública, es decir, las políticas de austeridad”. Explica que la desaceleración económica implica reducción del gasto del sector privado. Y sigue: “Cuando en respuesta a la caída de la recaudación tributaria un gobierno recorta el gasto público, deprime sin darse cuenta el producto nacional (que es la suma del gasto privado y público) e inevitablemente sus propios ingresos”. De ese modo, “dificulta el objetivo original de reducir el déficit”. Si esto es así, ¿cuáles serían los motivos para defender la austeridad?
La primera tribu citada por Varoufakis es la que compara al Estado con una empresa o una familia que en vacas flacas debe ajustarse el cinturón. El problema, para el economista griego, es que esa noción no considera lo suficiente la interdependencia entre el gasto del Estado y sus ingresos tributarios. Entonces los miembros de la tribu “dan el salto intelectual erróneo que va de la frugalidad privada a la austeridad pública”. Interpretación de Varoufakis: “No es un error arbitrario sino fuertemente motivado por un compromiso ideológico con el achicamiento del Estado, que a su vez oculta un interés de clase más siniestro en la redistribución de riesgos y pérdidas hacia los pobres”.
La socialdemocracia europea encarna la segunda tribu. El ejemplo de Varoufakis es el alemán Peer Steinbrück, ministro de Finanzas hace diez años. La entronización de la austeridad hasta podría proteger a los alemanes de daños mayores. Crítica de Varoufakis: “Extrañamente no se le ocurrió que, al menos durante una recesión hay un modo mejor de preservar ese margen (de decisión democrática) sin ajuste fiscal: aumentar los impuestos a los ricos y las prestaciones sociales a los pobres”.
La tercera tribu, de origen estadounidense, no está preocupada por el déficit. Los gobernantes incluso lo aumentan cuando reducen los impuestos para sus donantes de campaña, que son los más ricos. Los republicanos como Donald Trump saben que esos regalos impositivos incrementarán la presión política sobre el Congreso para recortar la seguridad social, Medicare y otros programas. “Así, echan por la borda la justificación usual de la austeridad (equilibrio fiscal y contención de la deuda pública) y van directo a su objetivo político más profundo: eliminar las ayudas a los muchos y redistribuir el ingreso entre los pocos.”
Varoufakis escribe que en la década de 1990, cuando las corporaciones se hicieron financieras hasta en el caso de una empresa industrial clásica como General Motors, las corporaciones sustituyeron el objetivo del crecimiento del PBI por el de “resiliencia financiera”, o sea “una incesante inflación de activos de papel para los pocos y austeridad permanente para los muchos”.
El sistema económico se hizo “global, financiarizado, jerárquico y cartelizado”, lo cual seduce a todas las tribus de la austeridad y no solo supone “un padecimiento innecesario para amplias franjas de la humanidad”. También “presagia un terrible círculo vicioso global de aumento de la desigualdad e inestabilidad crónica”.
Por reacción
El macrismo procura tapar el círculo vicioso de la desigualdad que narra Varoufakis con una identidad construida por reacción ante el peronismo.
“Hay un consenso en las ciencias sociales y en los estudios culturales respecto a la construcción ‘diferencialista’ de las identidades”, dijo Acha. “Para afirmarse en un ‘yo’ se requiere un ‘otro’ del cual distinguirse. El antiperonismo fue desde 1945, al menos, decisivo en la formación de identidades peronistas y no peronistas. Hoy podemos advertir la presencia de diversos sectores que no saben lo que son, ni les interesa definirse positivamente. Lo que sí los define e incluso les proporciona una clave emocional es el antiperonismo, con una secuencia de equivalencias como anti-‘negros’, anti-‘piqueteros’, anti-‘vagos’, anti-‘sindicalistas’. Así una opinión no institucionalizada, el partido antiperonista, es una de las fuerzas ideológicas más importantes de la Argentina actual”.
Según Rapoport “Perón se apropió legítimamente del gobierno y les robó la identidad a todas las fuerzas políticas construyendo una nueva identidad, que tiene varias caras como siempre ocurre en nuestro país”. Pero lo esencial del peronismo está para él en su legislación social. “Esto no lo toleran los oligarcas, por supuesto, ni los comunistas o los socialistas que pretendían representarla. En cuanto a los radicales, se quedaron sin conducción ni cargos políticos aunque fueran menores.”
En opinión de Rapoport “no hay identidad antiperonista”. Dijo que “en todo caso hay un único odio y distintas causas”. Y añadió: “Hay sectores de clase media que crecieron a costa del Estado o como sirvientes de la oligarquía. Pero el peronismo, que también hizo de las suyas en varias de sus versiones, les quitó una identidad que creyeron recobrar con Macri. Aunque Macri sea una cruza del caporale Franco y de los Blanco Villegas y no tenga nada que ver con esa clase media que, por estos días, se quedó en calzoncillos”.
“A nosotros nunca nos interesa demasiado autodefinirnos”, comentó un veterano dirigente peronista que pidió reserva de su nombre. “Pero a los otros sí. El antiperonismo es uno de los pilares de la identidad conservadora. Es irracional, porque sus estereotipos no resisten ningún dato comprobable, y se pone en movimiento agitando fantasmas. Los antiperonistas quieren que tocando una tecla se active un tic y se mueva un sentimiento.”