Desde Brasilia

De capitanes,  parapoliciales y pastores. La campaña electoral brasileña ingresó en su tramo decisivo con un hecho de sangre: la puñalada de la que fue víctima el militar retirado Jair Bolsonaro el jueves pasado, restando  31 días para los comicios, durante uno de sus tantos actos proselitistas en los que menudean las incitaciones a la violencia, las bromas (macartystas, misóginas, homofóbicas) combinada con las saudades de la  dictadura. Eventos en los que escasean las expresiones de apoyo a la democracia. Tampoco hay mujeres en esos mitines del candidato ubicado segundo en las encuestas con  20 puntos –la mitad de los recogidos por Luiz Inácio Lula da Silva– pero que a la vez que cuenta con los más altos índices de rechazo en el electorado femenino. El aspirante a la presidencia está procesado en el Supremo Tribunal Federal por incitación al estupro.

Ayer, 48 horas después haber sido operado de urgencia por las heridas sufridas en los intestinos y una arteria saludó a su público desde una sala de terapia intensiva del Hospital Israelita Albert Einstein de San Pablo  colocando las manos como si fueran revólveres. Su gesto icónico. A través de los dedos imitando el caño de un arma de fuego el ex capitán del Ejército dispara mensajes.

En marzo pasado los colocó sobre una imagen de Lula, cuando el candidato ultraderechista hizo notar su simpatía con los presuntos paramilitares que un par de días antes habían baleado la caravana del ex presidente por el estado de Paraná, donde está uno de los principales enclaves de la ultraderecha blanca. Ese estado también es tierra del juez Sergio Moro, responsable de la antipetista causa Lava Jato, a quien Bolsonaro prometió promover al Supremo si gana las elecciones.

Consultado sobre si sus disparos imaginarios sobre la figura de Lula eran una forma de celebrar a los atacantes, lo negó diciendo que eran expresiones jocosas desprovistas de dobles intenciones. Nada de eso: su sentido del humor merece ser tomado  en serio porque a menudo solapa amenazas. O le sirve de coartada para eludir preguntas comprometedoras como las relativas a su amistad con personajes de las fuerzas de seguridad vinculados al gatillo fácil o a las milicias, que son grupos parapoliciales, herederos de los escuadrones de la muerte de la dictadura, expandidas de manera vertiginosa en las favelas de los grandes centros urbanos.

Según Amnistía Internacional estas bandas se valen del “vacío dejado por el Estado” para cometer asesinatos, enriquecerse cobrando seguridad a los vecinos y comerciantes, a la vez que operan en complicidad con las policías, de cuyas filas proviene parte de sus miembros. Bolsonaro mantiene relaciones con dirigentes de los sindicatos policiales, entre quienes hay personajes presuntamente ligados o que conviven armónicamente con las milicias. El candidato es amigo, y posiblemente socio político, del  Capitán Asunción, el responsable de una huelga policial en el estado de Espíritu Santo en la que se dio carta blanca para que las milicias asesinen a decenas de personas durante diez días en febrero de 2017.

Aflliado recientemente al Partido Social Liberal (PSL), Bolsonaro es el diputado más votado de Río de Janeiro, donde las milicias han conquistado el control de decenas de favelas e influencia política a través de legisladores. Habrían sido miembros de esas fuerzas irregulares las que ejecutaron con cuatro balazos de una subametralladora a la activista Marielle Franco el 14 de marzo pasado. El Ministerio de Seguridad Pública y Amnistía Internacional consideran que hay indicios de sobra para sostener que Marielle fue víctima de las milicias que ella había denunciado en la Cámara Municipal de Río.

Poco después del crimen, Bolsonaro fue el único dirigente de peso nacional que eludió condenar el asesinato. Sí se manifestó en cambio sobre la “interferencia” en asuntos de seguridad interna de los “canallas” de Amnistía, a los que amenazó expulsar si fuera electo presidente el próximo 7 de octubre. El candidato del minúsculo PSL carece de estructura partidaria para penetrar en un país de 8,5 millones de kilómetros cuadrados, como sí la tiene el Partido de los Trabajadores. Ante esa limitación  su red de apoyo procede en buena medida de las bien organizadas policías provinciales, las que además de estar sindicalizadas en general expresan un furibundo antipetismo y antilulismo.

Esas militancia policial se percibe incluso en los actos de campaña, como el del jueves pasado, cuando el presidenciable fue apuñalado en el centro de la ciudad de Juiz de Fora, en el interior de Minas Gerais. Las concentraciones bolsonaristas son eventos casi exclusivamente masculinos en los que se nota una presencia importante de policías y agentes de seguridad privada.

Desde que ingresó de urgencia a un hospital de la ciudad Juiz de Fora, desde donde fue trasladado a San Pablo, sólo unos pocos miembros de su entorno político pudieron saludarlo. Entre ellos el diputado y policía Mayor Olimpio, que es uno de los más influyentes miembros de la Bancada de la Bala en el Congreso, que defiende la pena de muerte y una legislación benévola con los policías acusados de asesinatos. El otro visitante que pudo ingresar a la sala de terapia intensiva fue el senador Magno Malta, un pastor evangélico que pregona la castración de los violadores y la prohibición de la educación sexual en las escuelas. Malta es uno de los puentes de Bolsonaro con los millones de fieles de las iglesias neopentecostales que crecieron de forma acelerada en los últimos años y son un electorado clave para sus aspiraciones de victoria el 7 de octubre en el balotaje del 28 del mismo mes.