Los ciudadanos suecos celebrarán hoy las elecciones generales más reñidas en décadas, por la estrecha diferencia entre los dos bloques políticos y el ascenso de la ultraderecha.
Según los sondeos publicados ayer, la mayoría de las encuestadoras colocan al xenófobo partido Demócratas de Suecia (SD) entre el 16 y el 20 por ciento de intenciones de voto, pugnando por el segundo lugar con el Partido Moderado (conservador), la formación que lidera la opositora Alianza de centroderecha. Otras dos encuestadoras sitúan al SD a la cabeza, con porcentajes en torno al 24 %, solo unas décimas por encima del Partido Socialdemócrata del primer ministro. No obstante, la mayoría sigue colocando al partido del mandatario Stefan Löfven como ganador con cerca del 25 por ciento de intención de voto, las peores cifras de la historia para una fuerza que ha ganado todas las elecciones en Suecia en el último siglo y gobernado 80 años. Si se confirma ese resultado, al gobierno de coalición en minoría de Löfven con los ecologistas, apoyado por los excomunistas, se le haría muy difícil continuar, ya que la Alianza, de centroderecha, reiteró en campaña que no se abstendría en una hipotética votación parlamentaria para aislar al SD, algo que sí hizo en 2014.
“Este es un referendo sobre bienestar y decencia en la democracia sueca. No podemos tener un partido que ataca a las minorías y a los medios con influencia decisiva”, dijo el primer ministro en alusión al SD, una fuerza con raíces neonazis en su origen hace tres décadas. Löfven, habló de luchar hasta el último momento por cada voto, una idea que llevará a cabo hoy con varios búnkers en la periferia de la capital sueca, algo que es permitido en el país.
Además, el primer ministro volvió a instar a la Alianza –sobre todo a liberales y centristas, los más reticentes a tener cualquier contacto con el SD– a romper la política de bloques. Sin embargo, la Alianza, que desoye los ofrecimientos de Löfven, volvió a hacer una demostración de unidad en el acto conjunto con los líderes de los cuatro partidos que la integran: conservadores, liberales, centristas y democristianos. El líder conservador y principal favorito a gobernar, Ulf Kristersson, insistió en la importancia de desalojar del poder a la centroizquierda, aunque sin que él ni sus aliados hiciesen mención a la cuestión de cómo van a formar gobierno sin tener mayoría. El conservador insistió durante la campaña en que su intención era gobernar independientemente de cuál de los dos bloques tenga más votos. Así, daba por supuesto que el SD se abstendrá o votará a favor de su investidura, aunque su líder Jimmie Akesson aseguró que su apoyo no iba a ser gratuito.
“Se nota que retamos de verdad a los socialdemócratas y los moderados en la cuestión de cuál es el partido más grande del país”, dijo Akesson ayer en un acto en Malmoe (sur de Suecia), donde, como ha ocurrido en muchos mítines, se encontró con que a pocos metros había una manifestación contraria que le propiciaba gritos de “racista”. Akesson presenta al SD como la fuerza política que se enfrenta a los viejos partidos y defiende la línea más dura en la cuestión migratoria. Un resultado electoral del 24 por ciento, que estiman dos encuestadoras, supondría estar muy cerca de extender un fenómeno que ha protagonizado este partido desde 2002: duplicar los resultados obtenidos en los comicios generales anteriores, lo que le ha llevado de pasar del 0,4 por ciento en 1998 al 12,9 logrado hace cuatro años. “No creo que sea imposible que el SD quede primero, porque tanto los socialdemócratas como los conservadores se enfrentan a unos pronósticos muy malos, así que ¿por qué no?”, estimó Li Bennich-Björkman, profesora de Políticas en la Universidad de Uppsala.
Con el SD marcando el paso, por primera vez en una campaña electoral sueca, la inmigración y la delincuencia han tenido un lugar preferencial en el debate político, restándole protagonismo a otros temas como el modelo de bienestar, los impuestos y la salud. Suecia es un país con una larga tradición de recibir refugiados pero este año el sistema de acogida colapsó tras recibir 300.000 solicitudes de refugio en los últimos cuatro años.