“El tema me elige, me aborda”, determina, tajante, Marcelo Valko. El es psicólogo, pero sus preocupaciones viran hacia un campo multidisciplinario, que entronca con la historia, la antropología y el interés por las castigadas etnias nativas. Tal es el tema que, además de elegirlo y abordarlo, lo ha llevado a fundar una cátedra en la UBA (“Imaginario Étnico, Memoria y Resistencia”), además de especializarse en etnoliteratura, y escribir más de cincuenta textos vinculados a su preocupación matriz: Pedagogía de la desmemoria, Desmonumentar a Roca y Pachamama, entre ellos. Como parte de esta saga hay que entender entonces El malón que no fue, libro recientemente editado por Peña Lillo y Continente, cuya sustancia es releer con lente crítico un suceso olvidado: una supuesta rebelión de mocovíes en el pueblo de San Javier (Santa Fe) a principios del siglo pasado que -para variar- no fue tal… el subtítulo del trabajo, en efecto, ofrece una clave para precisarlo mejor: “Historias y grietas de una masacre de película”.

 La inclusión de la palabra película no es caprichosa, marketinera ni arbitraria, claro. Valko fue hasta un antiquísimo film de Alcides Greca quien en 1917, trece años después del hipotético malón, intentó eternizar la versión oficial y, lo que es más, utilizando a los mismos indios como actores. “La idea de escribir este libro nació cuando me enteré que mocovíes sobrevivientes de una matanza preventiva que la historia había transformado en ´malón´, fueron convencidos para actuar de maloneros en una película muda”, refrenda Valko. “El film pretendía reflejar lo sucedido en abril de 1904 cuando, de acuerdo a la versión oficial, alrededor de un millar de mocovíes intentaron tomar el pueblo de San Javier y fueron rechazados por los vecinos, que le provocaron unas cien bajas, entre muertos y heridos. Entonces, ante semejante cuestión, empecé a investigar bajo el fin de comprender semejante e increíble ironía”. El final de la verdadera película, tras la ardua investigación volcada en las casi ciento cincuenta páginas que pueblan el libro, es que la rebelión mocoví no fue un malón invasor sino una matanza “preventiva” provocada por “buenos vecinos”, bajo el fin de disciplinar mano de obra. 

–El disparador de semejante trabajo, como dijo, fue la película de Greca. ¿Qué podría contar sobre ella y sobre su autor?

–La película se filmó en 1917, se estrenó un año después, y hoy se la puede ver en internet. La verdad es que se trata de un testimonio excepcional dirigido por Greca, que fue diputado provincial y autor de numerosos textos entre los que, precisamente, resalta Viento Norte, basado en esa masacre. Evidentemente era un tema que lo inquietaba… El último malón fue su única película, y en ella demostró notables cualidades como cineasta, además de permitir que el episodio no terminara evaporándose como tantos hechos de sangre.

A los huecos oscuros de este preciado material, el psicólogo-historiador fue a buscar entonces las voces de los ausentes (los indios actores) para detectar la otra historia de la historia. “Todo relato tiene un punto débil y es la falsedad acomodaticia que lo constituye”, sostiene él. Leyendo bemoles entre líneas Valko logró trocar el estigma de maloneros, o de “salvaje malón mocoví”, por el de “matanza preventiva”. 

 “No es casual que esta sangrienta represión haya ocurrido en una época en que se necesitaba mano de obra barata para ocupar la expansión de la frontera agroganadera”, apuntala el autor. “Con el correr de los días, el periodismo adicto comenzó a lavar y disolver la masacre mediante una narración conveniente donde todos ocupaban los roles acostumbrados: los indios eran los malos y los blancos los abnegados pioners que le abrían paso a la civilización y el progreso”, sostiene Valco, que le dedica el trabajo a un eterno luchador en estas cuestiones: Osvaldo Bayer. “Desde que nos conocemos, Osvaldo siempre me alentó en cada investigación. Tenemos una amistad de años, de viajes compartidos, de conferencias conjuntas, de largas cenas, de muchos brindis y de una mirada similar en tantas cuestiones de la realidad. Bayer honró cuatro de mis libros con sus prólogos pero por sobre todo es mi maestro de la vida, alguien que jamás traicionó sus ideales aunque vinieran degollando. Tan opuesto a tantos campeones olímpicos en el salto panqueque según soplen los vientos…”

–Buscando un input que permita explicar el todo por la parte, aparece la apropiación que usted hace de la frase del Pablo Neruda que visitó el Machu Picchu y no encontró a sus habitantes: “Yo vengo a hablar por vuestras bocas muertas”.

–Es que mis trabajos se ocupan del genocidio silencioso, masivo o por goteo de los pueblos originarios. Ingresar en los archivos, sumergirse en ese túnel del tiempo y del horror, investigar sobre esos crímenes y luego pensar detenidamente sobre ello y ponerse a escribir explicitando la verdad frente a la desmemoria tiene una carga pesada. Por eso, utilizar citas de grandes poetas actúa como una especie de bálsamo, o “limpia” una suerte de exorcismo que me permite salir indemne.