La curiosidad es uno de los principales motores de Beatriz Sarlo. Si un tema le interesa, si despierta una inquietud, un interrogante, ella lo explora y analiza con la destreza de quien despliega una diversidad de herramientas culturales y literarias, incluida también la habilidad periodística para intervenir en los medios de comunicación. Sarlo se adapta a los lenguajes, sin renunciar a la complejidad, apelando por momentos a un filo de ironía que le da una vuelta de tuerca diferencial a su escritura. No se propone destripar a los famosos, más bien intenta captar el pulso de las narraciones que ellos mismos componen y administran. “Los tipos de discurso mediático (...) comparten las figuras. Se puede encontrar hipérbole en el relato de una pareja que se separa o en el de la llegada de un niño a este mundo; es posible apostrofar a quien se odia y a quien se ama, y así sucesivamente. (...) Se narran batallas amorosas con el estruendo del que son capaces los que transmiten las noticias y los chismes. Por cualquier pequeñez, arde Troya. Y, por el intercambio de nimiedades, se termina firmando una paz hasta el próximo capítulo”, advierte la escritora en La intimidad pública (Seix Barral), un conjunto de ensayos que reflexionan sobre el idilio de la maternidad de las mediáticas y el escándalo como ese espacio, entre realidad y ficción, “que introduce, en lo siempre igual, la detonación de un nuevo giro, aunque la novedad de ese giro tenga también la monotonía de lo siempre igual”.
“Las narraciones que rodean lo político son cada vez más complejas. Lo percibo mucho hablando por la gente en la calle; la posibilidad de comprender en una lectura sumaria lo que sucede en el feed del celular es muy ardua. En cambio, las historias de los famosos tienen la sencillez del más sencillo de los folletines; son historias que pueden ser percibidas prácticamente en la primera frase y repiten su estructura sin variar sus detalles, que es todo lo contrario a lo que sucede con las historias políticas –plantea Sarlo a PáginaI12–. Estas historias de los famosos son muy sencillas, son muchísimo más sencillas que los folletines de 1920”.
–Se vuelve al sencillismo del folletín, pero más sencillo aún, ¿no?
–Sí, mucho más sencillo, porque como el folletín era leído y después escuchado por radio o visto por televisión, obligaba a una duración larga, pero que no fuera tan extremadamente repetitiva. El folletín tenía más variaciones y se le agregaba un elemento costumbrista. Pero estas historias de famosos carecen de costumbrismo. Son siempre personas de los medios que no sabés muy bien cuál es su cualidad de trabajo, son personas que trabajan de mediáticos. Incluso la forma contemporánea del folletín, que son las series, tienen muchísima más precisiones; seguir una serie implica un grado de atención alto respecto del argumento. En cambio, estas historias no te piden nada: al primer “me enamoré, pero me traicionó”, ya la conocés entera.
–Facebook, Twitter, Instagram, ¿las nuevas tecnologías alientan este tipo de formato de historias, más allá de la televisión, que es el medio de donde surgen?
–Tenemos que estudiarlo. Twitter es más penetrante, Facebook es más narrativo y expresivo; pero las plataformas unen todo. Lo que encontrás en una plataforma lo vas a encontrar en la otra; no hay forma de perderse una noticia. Por otra parte, las plataformas autogestionadas reducen la complejidad de aquello que te cuentan, porque vos y yo trabajamos en periodismo y sabemos que la complejidad de aquello que se cuenta tiende a ser medianamente alta. Y uno tiene que plantearse una serie de problemas narrativos para describir a un personaje que uno está entrevistando o para hablar de una circunstancia que acaba de suceder en la vida pública. Las plataformas, en general, no te piden esa complejidad. Eso ayuda a que sea un relato extremadamente elemental. Por otra parte, hay que ver cómo se consume eso, es decir yo miro cómo se consumen los feeds, la gente que va clickeando lo que le llega al feed del celular. La velocidad de consumo es inigualable: ni vos ni yo leyendo el texto más sencillo consumimos a esa velocidad una frase de veinte palabras. Entonces ahí hay que preguntarse qué es lo que se consume, qué es lo que se entiende, qué es lo que se presupone de eso. Es probable que en el caso de las maternidades y los escándalos, como la historia es siempre la misma, importe muy poco lo que queda.
–“Quienes queman incienso en el altar de las redes sociales dcien que democratizan. No entraré en la discusión”, dice en un momento de La intimidad pública. ¿Podría dar esa discusión? ¿Es una falsa democratización la que proponen las redes sociales?
–La cuestión es mirarlas dentro de décadas. Hoy es difícil decir si esa democratización es realmente una democratización tecnológica que tenga un impacto sobre cómo se narra o cómo se deja de narrar. Lo mismo uno podría decir sobre cuáles fueron los efectos del folletín. Mi tesis es que uno de los efectos del folletín fue crear un público que después pasó a leer los libros que publicaban las editoriales de Boedo. No podría demostrar por completo mi tesis porque no hay estudios cuantitativos del pasado, pero es posible que eso haya sucedido. No podemos tener hoy una visión pesimista ni tampoco una visión optimista, porque la cuestión de estas nuevas tecnologías es cuánto hacen posible la recuperación del pasado. ¿Se puede leer a Balzac en Kindle? Mi hipótesis es que no, que no todo puede ser metido dentro de un aparato tecnológico que pertenece a un siglo y medio después. ¿Se pueden ver los cuadros del Renacimiento en Internet? Sí, se pueden ver. ¿Cuánto se pierde de un cuadro impresionista en Internet? Porque no todo puede pasar del mismo modo a ser tramitado por las nuevas tecnologías. En un cuadro de Claude Monet se pierde la pincelada, se pierde el degradé absoluto entre colores. La cuestión de la dimensión se puede ver perfectamente en la Capilla Sixtina en Internet; posiblemente lo que se pierda es la sensación sublime de su dimensión. A lo mejor lo sublime ya no existe más como cualidad estética.
–¿Hay un problema de “traducción” de tecnologías, un problema de “pasaje”?
–Sí, hay un problema de pasaje, que es un problema tecnológico. ¿Cualquiera podía leer la Biblia de Gutenberg? No, porque no estaba hecha para manejarla. Quien haya visto en un museo la reproducción de la Biblia de Gutenberg sabe que esa Biblia no estaba hecha para ser leída por cualquiera. Cuando la imprenta la achica, la pone en un formato manejable, con la reforma protestante esa Biblia entra en todas las casas, incluso en la casa de los campesinos que aprenden a leer para leer esa Biblia. A medida que los libros circulan más en sectores sociales más extensos, los libros se hacen más pequeños. Lo que no sabemos es por qué celebramos tanto todo; esta es la cuestión. Si digo que el folletín desde un punto de vista narrativo es infinitamente superior a lo que se lee en los chimentos de la web o en los programas de la media tarde de la televisión, no es cuestión de celebrar esos programas sino más bien pensar por qué antes se consideraba que a un público había que darle un tipo de narración más compleja, cierto ideal de belleza literaria. No soy de esas que celebran y dicen “los chicos leen todo el tiempo”. No celebro eso. Leer es una operación muy complicada.
–¿Por qué estas historias sencillas necesitan de la exageración?
–Tiene que ver con la disputa por el público que escucha esas historias. Mi hipótesis es que en esa disputa aparece la hipérbole, una de las grandes figuras retóricas. La hipérbole, la exageración, aparece como uno de los instrumentos por los cuales disputás la atención, que es un instrumento que incluso tenemos incorporado en la vida cotidiana. Uno sabe que para llamar la atención habla más alto o dice algo que es inesperado y magnifica aquello que quiere decir. Entonces es una disputa por la audiencia. Por otra parte, la hipérbole convierte en apasionante historias muy banales: “me enamoré, estuvimos en un paraíso durante quince días, y resulta que me traicionó y yo me vengaré”. Esa historia es muy banal, ¿quién de nosotros no la vivió? (risas). Para darle densidad a esa historia banal, la hipérbole, es decir “me enamoré como nunca creí que me iba a enamorar”; es necesaria porque la rescata de lo banal. Por eso me interesó ver la hipérbole, en el caso del escándalo, y el idilio, en el caso de la maternidad. En la maternidad, el corazón se nos pierde de alegría, las sensibilidades están a flor de piel; nunca nos había pasado algo así en nuestras vidas...
–¿Cómo vivió el hecho de que el proyecto de legalización del aborto no fue aprobado por el Senado?
–Será ley el año que viene o el otro. Lo que se abrió es irreversible porque es el ingreso de una nueva generación a la esfera pública. Eso no se borra con un fracaso de una ley que no salió este año y que seguramente podrá salir el año que viene. El proceso de ocupación de la esfera pública marca para siempre a esta nueva generación; fue un proceso muy masivo de capas medias, pero uno podría decir que los grandes momentos de ocupación de la esfera pública fueron encabezados por movimientos de capas medias. A esa generación no la van a poder borrar. Creían que Macri era lo nuevo; no, eso es lo nuevo: el ingreso de toda una generación que tiene entre 20 y 25 años. Esa experiencia, la experiencia de haber ocupado la calle y haberse quedado toda la noche bajo el frío y la lluvia, esa experiencia no se borra. Hay un núcleo muy fuerte que va a quedar y va a depender de las organizaciones, de los movimientos sociales y de los partidos; de si esas fuerzas se encuadran en hacer un camino más o menos político. Eso no lo sabemos. Pero lo que pasó es nuevo; en ese punto, pese a que la ley no salió, tengo un optimismo sociopolítico.
–Es un optimismo en el largo plazo: la legalización del aborto será ley.
–Sin duda, además por el compromiso muy firme de políticos que vienen de estilos más tradicionales. El compromiso de Miguel Angel Pichetto, Daniel Lipovetsky y Silvia Lospennato no parecen coyunturales; es decir que también atravesó a la clase política.
–“Delicias de la maternidad”, uno de los capítulos del libro, aunque no tenga directamente que ver, se puede relacionar con la idea de maternidad que tienen los antiderechos: por un lado idealizan la maternidad, pero poco les importa las mujeres que se mueren por abortos clandestinos.
–Sí, la dimensión social de lo que se discutió no les importa. Y no les importa porque están en otro mundo. Uno podría decir que están en un mundo donde lo que les acontece y puede ser mostrado debe ser celebrado. La maternidad está de moda. La maternidad es como el elemento que completa el escenario de una vida de éxitos. Por otra parte, hay una zona del discurso feminista minoritaria que plantea que la maternidad es el momento donde la mujer prueba su superioridad frente a los hombres. Espero que las famosas no empiecen a repetir esto, porque en cualquier momento pueden hacerlo (risas). En el fondo, cuando uno piensa en ideologías, está trabajando la idea del empowerment, que es una idea estadounidense y no es de las tendencias más progresistas del feminismo. Pero también me preocupan otras cuestiones: los chicos que son mostrados, pegados a madres semidesnudas; todas son falsas imitaciones de Gustav Klimt. Si son bebés, están casi sin pixelar. Si tienen 6 o 7 años, están levemente pixelados. Eso me causa cierta preocupación por la manipulación de la imagen de alguien que todavía no tiene ningún control sobre su imagen. ¿Qué va a pasar cuando se vean de ese modo en un mundo donde no hay imagen que se pierda? ¿Qué va a suceder con esas subjetividades? Todos sabemos que la relación con el cuerpo de la madre es una relación fundante; entonces esa proliferación de fotos de madres semidesnudas con chicos pegados a la piel de manera casi erótica abre un interrogante sobre el futuro. Mi padre me llevó a los 6 años a un acto del partido conservador y siempre me he preguntado cómo me sentiría yo a los 18 años viéndome en una foto de ese acto. Ya bastantes conflictos políticos tuve con mi padre como para además agregarle a ese conflicto una foto (risas).
–No hay foto de la niña Sarlo en ese acto del partido conservador...
–No, no hay foto. Primero porque no había fotos en esa época y en segundo lugar porque mi padre era un conservador acérrimo, pero sensato respecto de cuál era la relación que mantenía con su familia. Hoy me parecería algo pintoresco de mi pasado, pero a los 18 años, cuando estaba yendo en el sentido inverso políticamente, me hubiera molestado.