Para 1960, con un Estado de Bienestar rozagante y las matriculas escolares engordadas hasta estallar, los jóvenes dominaban una escena social que, por primera vez, los tenía como protagonistas. Los consumos culturales estaban a la orden del día (jeans, rock y twist), las sexualidades florecían y las novedades se acostumbraban a viajar más rápido a partir de la expansión de la TV. Al mismo tiempo, el triunfo de la Revolución Cubana y los procesos de descolonización en África y Asia parecían ubicar el mundo patas para arriba, en tiempos donde “nada ni nadie parecía permanecer en su lugar”.
Aunque el mayo francés será el fenómeno más recordado, en verdad, fueron más de cien las ciudades que, a lo largo y a lo ancho del globo, participaron con movilizaciones obrero-estudiantiles. La efervescencia social les indicaba a los jóvenes que estaban escribiendo la historia y que la liberación del sistema capitalista opresor estaba a la vuelta de la esquina. En 2018, a cincuenta años de ese ‘68 memorable y a cien años de la Reforma Universitaria, PáginaI12 conversó con Valeria Manzano –doctora en Historia Latinoamericana (Indiana University), docente en Unsam e investigadora del Conicet– para explorar las luces del pasado y analizar, en definitiva, lo que más importa: cuál es el rol de las juventudes en la actualidad, con la reinserción de los pibes y las pibas en la política a partir de una agenda feminista que marca el pulso.
–Se recuerda el mayo francés, pero en verdad fueron unas cien las ciudades de los distintos continentes que participaron con movilizaciones de estudiantes y trabajadores. ¿Por qué esa sincronía?
–La simultaneidad es clave para comprender las revueltas del ‘68. En verdad, se trata de un momento que despega un año antes y culmina un año después con la incorporación, por ejemplo, del mayo argentino del ‘69 (Cordobazo). Desde aquí, para analizar cómo se produjeron al mismo tiempo estos fenómenos tan similares y tan distintos a la vez, es fundamental conocer al sujeto social que los protagonizaba. Se trataba de estudiantes y trabajadores –generalmente– jóvenes.
–En este sentido, ¿lo que ocurrió en Francia se replicó en el resto de las naciones, o bien, no tienen mucho que ver?
–Pienso que las manifestaciones no son producto del efecto dominó. De hecho, las diversas ciudades que organizaban sus protestas no necesariamente emulaban lo que ocurría en Francia. En Latinoamérica, por ejemplo, no existen vasos comunicantes que relacionen las explosiones domésticas con las producidas en la otra orilla del Atlántico. En Europa, tal vez, funcione un poco distinto, ya que los liderazgos estudiantiles de países centrales –como Alemania, Inglaterra, Italia, Francia– construyeron canales efectivos de interconexión y organización.
–De modo que para comprender las causas de la sincronía hay que viajar más atrás en el tiempo. ¿En qué medida los acontecimientos y fenómenos de los ‘50 sirvieron para preparar la escena que vendría una década más tarde?
–Si bien se suele pensar que el ‘68 tiene un carácter fundacional, en la medida en que Francia parece inaugurar una nueva época y el desarrollo de nuevas subjetividades, existe una multiplicidad de transformaciones socioculturales y políticas que, en verdad, despegan en décadas anteriores. La expansión de la escolarización secundaria y universitaria funciona como caldo de cultivo y conlleva demandas antiautoritarias y de transformación curricular que atraviesa a todos los movimientos. De la misma manera, la explosión de las comunicaciones (con la expansión de la TV) habilita la diseminación de nuevos sentidos y significados (modas, estilos, pautas culturales) hacia públicos masivos juveniles. Los jóvenes comienzan a problematizar el lugar que se preveía para cada quien en la sociedad, en un marco de nuevas posibilidades de movilidad social ascendente.
–Como usted comenta en alguno de sus trabajos, eran épocas donde “nada ni nadie parecía permanecer en su lugar”...
–Exacto, era legítimo pensarlo así. Se tenía la percepción de que el cambio estaba próximo y, en efecto, era necesario prepararse de la mejor manera. Señalar que “los hijos iban a estar en mejores condiciones que los padres” era una frase típica que formaba parte del lenguaje de época y del sentido común. Eran tiempos en que se privilegiaba “la búsqueda del otro” político y cultural que se explicitaba en las vanguardias. Un ejemplo contracultural básico es la exploración por parte de Los Beatles, o bien, del propio Caetano Veloso, de la filosofía oriental así como de otros espacios a los que el público no estaba acostumbrado. En la política ocurre lo mismo, el panteón de héroes del ‘68 es de referentes tercermundistas: Ho Chí Minh, Che Guevara y Mao eran las figuras preferidas y más referenciadas.
–A pesar del carácter trasnacional de las revueltas, cada movilización tuvo sus propias características. Pienso en las diferencias entre el mayo francés y el Cordobazo: mientras la primera suele definirse como “más cultural”, la segunda sería “más política”.
–En Europa, el énfasis en la trama cultural del ‘68 es parte de una oleada interpretativa que se ha sedimentado. Desde mi perspectiva, en realidad estuvieron mucho más presentes los condimentos políticos de lo que se tiende a pensar cuando se recuperan los slogans más comunes como “La imaginación al poder”, o “debajo del asfalto está la playa”. En las propias formas de contracultura cotidianas emergían dimensiones políticas muy potentes. Además, no hay que olvidar los comités de acción obrero-estudiantil distribuidos por todo el territorio francés. Por otra parte, en las experiencias latinoamericanas de México, Uruguay y Argentina, la arista contracultural no está tan visible como sí lo está el lenguaje antiestatal y antiautoritario mediado por acciones políticas de confrontación.
–En apariencia, se trataba de un contexto en que la revolución parecía estar a la vuelta de la esquina. ¿Por qué no prosperó y se evaporó tan pronto?
–Existía una autorización social para pensar en el cambio, de manera que las transformaciones eran esperadas con entusiasmo y positividad. Más allá de la izquierda, que desde su existencia insistió en modificar el estado de cosas del capitalismo, se suman vectores fundamentales. La juventud, los pueblos descolonizados y las mujeres, a su turno, cuestionan la validez del sujeto universal. Todo el mundo empleaba el término “revolución”, incluso, el propio Onganía lo utilizó para denominar su irrupción en el gobierno. El problema fue que se cargó sobre los jóvenes todas las expectativas profundas de la modificación del statu quo y se clausuraron pronto a partir de derrotas políticas y de condiciones económicas internacionales desfavorables.
–La efervescencia pasa rápido.
–Tal cual. El plan de lucha y resistencia es más fácil de diseñar; el problema es qué hacer si la revolución triunfa. Además, por supuesto, no hay que olvidar que las aspiraciones revolucionarias culminaron con la acción estatal represiva. Mientras en Europa se desarrollaron fenómenos de cooptación estatal leves, en Latinoamérica la situación fue bastante más violenta con la feroz represión (por caso, Tlatelolco en México) y la implantación posterior de las dictaduras.
–¿Qué reflexión puede hacerse a cincuenta años? ¿Qué lugar ocupan las juventudes hoy?
–Durante los ‘90 se planteaba la declinación de la participación juvenil en la política y se advertía que los jóvenes activaban sus presencias a partir de producciones culturales en murgas, sociedades de fomento, clubes y otras formas de agregación barrial. En cambio, si observamos los últimos 15 años, se percibe un retorno masivo a organismos clásicos, como el movimiento estudiantil y los partidos políticos.
–Además, con una agenda renovada.
–Sí, claro. El activismo feminista, mediado por un lenguaje inclusivo que cuestiona las prácticas tradicionales de comunicación, desde las escuelas y en una multiplicidad de contextos marca un punto de inflexión muy importante. Al mismo tiempo, y a diferencia de lo que ocurría en los sesentas, hoy la juventud es estigmatizada y sus prácticas son cuestionadas en cada intervención pública y mediática. Por eso, en 2018, la participación juvenil se torna valiosa por partida doble, en la medida en que debe ser continuamente apoyada y robustecida.