Si bien el psicoanálisis es ante todo un tratamiento, requiere de otros métodos distintos del de la interpretación para extraer las consecuencias de su aplicación. Uno de ellos lo estudia con rigurosidad el psicoanalista Gabriel Lombardi en el libro El método clínico en la perspectiva analítica (Editorial Paidós). Miembro fundador del Foro Analítico del Río de la Plata (Farp) y de la Escuela del Campo Lacaniano, Lombardi es también médico, doctor en Psicología y profesor titular de la materia Clínica de Adultos de la Facultad de Psicología de la UBA. El autor entiende que el método clínico le aportó al psicoanálisis “todo lo que puede tener de científico porque Freud primero inventó un método que fue el de la interpretación, que se confunde con las otras terapias existentes anteriores a Freud y existentes hoy en día”.
Lombardi señala en su libro que la cura por la palabra existe desde que existe la palabra. “O sea, que el solo hecho de hablar y dialogar con otro tiene un valor terapéutico que es evidente para algunas personas. Otras no: prefieren tener sus problemas en reserva. Pero es evidente que hay gente que hablando se siente mejor. Freud comenzó a aplicar el método de la interpretación de los síntomas, de los sueños, de los lapsus, de los chistes, de la psicopatología de la vida cotidiana y advirtió que eso produce efectos terapéuticos, pero no sé si diferentes de otras terapias”, ejemplifica el autor. El método clínico, presente en Freud desde el comienzo, “consiste en determinar qué de esos efectos terapéuticos no son efectos sugestivos ni el efecto normal del empleo de la palabra donde uno le cuenta a otra persona un problema y quien lo escucha le dice alguna cosa por vía de la interpretación, del consejo, de la sugerencia. Eso tiene una eficacia terapéutica”, afirma Lombardi. Y profundiza la idea de que hay que ver qué de eso, qué de los que produce un análisis no es un efecto meramente sugestivo. “Ahí empieza el método clínico a tallar por el lado de que existe aquello que no puede ser curado por la palabra, existe aquello inexorable, aquello que el significante no puede vencer. Y allí comienza a tallar una clínica, donde hay algo que no se cura, aunque no sea del organismo sino que es de la estructuración subjetiva, psíquica o psicosomática del ser que habla”, entiende Lombardi.
–¿Qué diferencias podría trazar entre el método clínico y el analítico?
–El método analítico es el método resolutivo de aquello en lo que se demora un neurótico, un psicótico, un perverso y que le produce efectos de inhibición, de síntomas, de angustia. El método analítico sería lo que tiene de lítico, de resolutivo. “Lisis” quiere decir disolver, resolver, mientras que el método clínico es detenerse en lo que no se resuelve, eventualmente para darle otra vuelta y encontrar el modo en que se resuelva; a lo mejor, no por la palabra sino más bien por el corte, por el silencio, por una interpretación que no lo dice todo sino una partecita.
–¿En qué aspectos el método clínico trasciende a la teoría freudiana?
–Yo creo que el método clínico ya está presente en Freud, aun cuando es Lacan y algunas lecturas rigurosas de Lacan, que hay después de Lacan, que permiten leer a Freud de una manera más precisa, y que permiten revisar todo lo que Freud ha dicho, en qué ha acertado y en qué se ha equivocado. También permiten advertir que una experiencia analítica puede ser eficaz, pero sin que uno pueda dar cuenta del por qué. El método clínico permitiría interrogar al analista –analizado, incluso– sobre cuáles son las razones que pudo encontrar para que esa terapéutica haya sido eficaz y no meramente de orden sugestivo. Habría otros elementos para pensar de qué modo Lacan relee a Freud y precisa algunas cosas que había introducido Freud que son sumamente novedosas. En el libro doy una serie de aproximaciones al método clínico desde la perspectiva de Lacan. Por ejemplo, el método clínico ya está en interrogar lo que Freud ha dicho porque hay algo del decir de Freud que tiene que ver con una posición analítica pero que hay que revisar en qué incide bien y en qué no. El método clínico consiste en poner al analista en el banquillo e incitarlo a dar por lo menos sus razones. La clínica está en repudiar la idea de conocimiento exterior y más bien ponerse del lado del síntoma de quien lo padece y que sólo él sabe que lo padece, sólo a él le duele, sólo él percibe lo que otros no.
–En un pasaje del libro, usted señala, citando a Lacan: “Como efecto de su advenimiento en los intersticios del significante, el hablante no es ya un ser biológicamente comandado ni etológicamente predecible, tampoco es una máquina programable”. ¿Esto puede leerse como una contraposición con el cognitivismo y el determinismo de las neurociencias?
–Sí, hay un oposición nítida entre la neuropsicobiología y el psicoanálisis porque éste tiene en cuenta que el ser hablante no es totalmente determinado, que hay un margen de elección por la cual si bien nacemos con una cantidad de determinaciones biológicas, culturales, familiares, genéticas, de todas maneras, en muchos casos tenemos la posibilidad de optar por A o B: de elegir. En este momento, hasta se dice que podemos elegir nuestro género, nuestra sexuación. Podemos elegir cómo nos posicionamos en la vida, si queremos o no estar con alguien, si queremos o no tener hijos, si queremos o no seguir ciertas orientaciones que nos han dado nuestros padres, si queremos o no adherir a tal o cual club y cosas, a lo mejor, mucho más importantes: si queremos jugarnos o no con cosas que tienen que ver con nuestro deseo más personal, más íntimo o no.
–¿Por qué se separa la clínica de la experiencia del análisis?
–Porque la experiencia del análisis puede ser bastante eficaz pero sin ninguna reflexión. Hay analistas que son muy buenos porque naturalmente les sale, que se han analizado, trabajan con pacientes (a veces, con muchísimos), pero nunca se preguntan respecto de lo que hacen, nunca publican nada, nunca supervisan. En la clínica paramos un poquito e interrogamos cuál puede ser la razón de la eficacia, por qué una interpretación puede ser eficaz o no. A veces, constatamos que las interpretaciones más eficaces son las peores. Las interpretaciones calculadas y pensadas suelen no ser muy eficaces. También para constatar que si uno insiste mucho con el mismo estilo de intervención eso termina siendo ineficaz.
–Cuando Lacan señaló que “la clínica es lo real en tanto insoportable”, ¿se refería al momento de la experiencia del analizante?
–Sí, se refiere a un momento de la experiencia del analizante en la cual el síntoma, que pudo haber sido algo más o menos desconocido por el propio paciente, no lo padecía porque lo tenía integrado al yo, porque el síntoma era egosintónico, porque formaba parte de sus rasgos de carácter. Hay otros para los cuales un síntoma ya no es tan egosintónico y empieza a molestar y, en algún momento, empieza a volverse insoportable, y ya ni siquiera se puede adornar con fantasías. Entonces, comienza a transformarse en algo insoportable. Y ese es el momento clínico del síntoma.
–¿Ahí es cuando el síntoma deviene en analizable?
–Exactamente, cuando la persona ya no se lo banca más, porque si no es algo que lo tiende a mantener. “Los psicóticos pero también los otros amamos al síntoma como a nosotros mismos”, dice Freud.
–¿Qué debe suceder para que el síntoma se experimente como imposible de soportar?
–Freud lo introduce muy bien en el texto “Inhibición, síntoma y angustia”. Dice: “Hay que ayudar al paciente a que advierta lo que su síntoma tiene de cuerpo extraño”. Es algo a lo que puede estar acostumbrado, pero que puede ser extremadamente molesto o que le impide algunas cosas. Le inhibe, le impide realizar ciertos deseos. Se queda como trabado, y trabando las expectativas del otro, traba también sus propias posibilidades de realización.
–Usted cuestiona la idea de tomar al paciente como objeto de conocimiento. ¿Qué pasa cuando eso sucede?
–Es escucharlo desde afuera, a la manera del cognitivismo que lo que puede hacer es ubicarlo dentro de determinadas coordenadas y tratar de reeducarlo emocionalmente. Es muy distinta la posición del analista que va a hacer lo que pueda para entrar dentro de la realidad psíquica –podríamos decir ficticia– para acceder también a las limitaciones reales que encuentra cada analizante. Unos psiquiatras, al hablar de la locura de dos, señalaron que en la locura de dos puede haber alguien que sostiene con certeza un cierto delirio y otro que, a lo mejor es un buen comunicador, que es el que lo comparte con los demás. Una vez que uno logra entrar en el castillo de la certeza del psicótico, a lo mejor, él deja de ser desconfiado y nos cuenta todas las claves de su certeza.
–¿Cómo observa la relación entre el deseo y la ley?
–Clásicamente se oponen la ley y el deseo particular de cada uno. De modo, que más bien el deseo tiene que acomodarse a la legislación del lugar. Pero hay casos en que eso no es así. El ejemplo que toma Lacan es el de Antígona, de Sófocles. Por un lado, está Creonte, el que representa la ley de la ciudad que prohíbe ciertas cosas, y Antígona, sin embargo, quiere realizar un cierto deseo que viene, de alguna manera, de su linaje, de su familia, que no es un mero capricho. Ella decide jugarse por ese deseo, aunque le cueste la vida. Esto no es necesario tomarlo en casos tan extremos. Hay momentos en que por azar el deseo puede imponerse. Hay momentos en que el deseo deviene la ley, se equipara con la ley. Esto lleva a Lacan a decir que, en realidad, el deseo y la ley no son dos cosas que necesariamente se opongan y hasta que la función del padre puede llegar a entenderse no como oponer el deseo a la ley sino unir el deseo con la ley.
–¿Por qué el neurótico no advierte los momentos de felicidad? ¿Es una suerte de búsqueda de insatisfacción?
–Creo que nadie se banca la felicidad mucho. El propio Goethe, que no era ningún neurótico, decía que no había nada más insoportable que una sucesión de días felices. Y un colega mío, Matías Buttini, ha escrito un libro sobre eso, sobre los días felices. Nadie soporta mucho tiempo la felicidad, pero es cierto que sí podemos llegar con suerte a tener algunos momentos felices, algunos encuentros felices, algunos hallazgos felices. En fin, la felicidad pueden ser distintas cosas para distintas personas. Pero lo que caracteriza al neurótico es que se presenta siempre como infeliz, como que no encuentra, como que no se satisface, como que nunca tiene un orgasmo, por ejemplo. Un analizante me decía: “Nunca me van a hacer acabar”. El neurótico obsesivo siempre está posponiendo lo que quisiera porque nunca es el momento. Incluso, cuando pareciera que para todo el mundo sí es el momento, él sigue, de alguna manera, pensando que no es el momento todavía.
–¿Y la histérica?
–Bueno, la histérica está siempre insatisfecha. Para el obsesivo “todavía no es posible”, “todavía es imposible, más adelante puede ser”, mientras que para la histérica “ya pasó el momento” o “para mí fue demasiado pronto, me hizo mal, no me gusta, no me satisface”. En cambio, hay algunos que son felices a su manera. – o “No siempre estoy inspirado, pero si la inspiración llega que me encuentre trabajando”. Entonces, pintaba una cantidad de obras que es inconmesurable: ocho mil, nueve mil, no se sabe.
–¿Por qué el fin de análisis debe ser una elección del analizado y no del analista? Usted lo plantea como una condición ética del análisis.
–El análisis es un proceso, donde hay momentos en que el analista puede saber un poco más sobre lo que está pasando a nivel del deseo del analizante. Y el analizante lo tiene tan reprimido que no tiene ni idea, pero en la medida en que se va desplegando el análisis cada vez el deseo va siendo algo un poco más advertido, notado, más próximo al autoconocimiento. Uno advierte que cuando está actuando en contra de su propio deseo se siente culpable, se siente mal, mientras que cuando se permite algunos paseos del lado del deseo la cosa funciona de otra manera, uno tiene posibilidades de encuentro, alguna felicidad, alguna pequeña realización. Y el analista puede tener cierta idea, incluso puede ser investido con la idea de que él puede saber, pero hacia el final del análisis es justamente cuando ya no es el otro quien sabe sino el propio analizante quien advierte los índices de la proximidad del acto con la angustia, de la negación del deseo con la culpa o con el síntoma. Y la sensación o el sentimiento de realización que implica la aproximación o el dejar pasar algo del deseo es más bien algo que el propio analizado lo advierte y es por eso que queda de su lado ver que cuando se siente satisfecho de lo que ha hecho es su decisión terminar con el proceso.