Donde hay poder hay resistencia, decía Michel Foucault. Y el movimiento feminista es hoy un movimiento poderoso. Frente a la contundencia del reclamo de igualdad, las miradas conservadoras enarbolan virulentos discursos. Ayer fue la Interrupción Voluntaria del Embarazo (IVE), hoy es la Educación Sexual Integral (ESI). Sí, los sectores que decían oponerse a la legalización del aborto y clamaban por la educación sexual, son los que más resisten. Nada tiene de sorprendente, porque no se trata de “educación sexual sí o no”. Si no ¿de qué educación sexual hablamos?
La Ley 26.150 parte de una concepción de derechos humanos que entiende a las relaciones de género como un componente central. Los movimientos feministas y LGTTBI reclaman su implementación universal. Los sectores vinculados a la Iglesia y a grupos evangélicos, sostienen una concepción binaria de los sexos, a la que consideran natural. Su bandera: la lucha contra lo que denominan “ideología de género”. Argumentan que la ESI “impone” la homosexualidad y rechaza el orden del “creador”. Su bandera se cose a partir de la noción de propiedad de hijos: “con mis hijos no te metas”, vociferan, como si los niños, niñas y adolescentes fueran parte de sus posesiones y no sujetos con derechos.
Hace años que estos grupos están operando en los países de América Latina). Son los mismos que -en alianza con Álvaro Uribe- lograron atemorizar a la población colombiana y rechazar el acuerdo de paz con las FARC; los que en México, Panamá, Perú y Brasil se opusieron sistemáticamente a la educación sexual y lograron su propósito.
Argentina tiene un piso diferente: su institucionalidad. La ESI es obligatoria desde 2006. Con sus aciertos, resistencias y demoras y, pese a todo lo que falta, la ESI fue llegando a las aulas. No fue magia. Si se consiguió sancionar la ley, definir lineamientos curriculares, producir y distribuir millones de materiales y capacitar más de 150 mil docentes fue porque hubo decisiones políticas acertadas y oportunas, que neutralizaron a los férreos opositores que jamás faltaron. Hubo liderazgo político y decisiones traducidas en alianzas, programas sólidos e inversión presupuestal.
Hoy la pregunta es ¿quién asumirá, en el más alto nivel, el liderazgo político de la ESI? Si la discusión quedara librada a las influencias que los distintos grupos tienen en el Congreso, como ocurrió con la IVE, las perspectivas son inciertas. Las calles son verdes, pero el poder es capilar y nada está garantizado cuando se trata de ampliar libertades. Las iglesias cuentan con subsidios estatales, escuelas propias y una jerarquía que impone lo que se transmitirá en aulas, capillas y parroquias. Apelan a emociones profundas y prometen el cielo a fieles y a senadores. Nada de ello sucede con los movimientos feministas que, armados de evidencias científicas y filosóficas, luchamos por la libertad, la igualdad y el derecho a ser felices. De un lado: los derechos, del otro, la jerarquización patriarcal.
Avanzar en este terreno supone blindar los avances obtenidos y fortalecer el liderazgo político frente a la ESI. En última instancia, las decisiones gravitan, hoy, en el Poder Ejecutivo.
Eleonor Faur: Socióloga y profesora de la Universidad de San Martín (Unsam) e investigadora del Instituto de Desarrollo Económico y Social (IDES).