Para Carlos Irusta, autor de la imprescindible biografía definitiva de Carlos Monzón, se trata de la “novia del boxeo argentino”. Así, sin más, Irusta definió hace más de un lustro a Yésica Bopp. “Siempre mostré lo lindo del boxeo, aporté resultados cuando el boxeo femenino estaba apagado y nunca dejé de sonreír ni de ser una mujer”, cuanta para explicar el apodo. Tuti, con sus 47 kilos y su metro con cincuenta centímetros, está parada en la puerta de su gimnasio a pura carcajada. Se ríe mientras los rayos del sol le cruzan el rostro, tarea ciclópea si febo fuera alguna de las tantas rivales con las que batalló arriba del ring. Pero no, esta vez no se trata de un combate por un cinturón sino de un momento de dispersión que es interrumpido por el impaciente cronista de Enganche. “Llegaste antes”, advierte la pugilista de 34 años que en 2015 se recibió de Psicóloga Social y hace poco más de tres es mamá de Ariadna. “Vení, pasá”, invita. El “Yesica Bopp - Gym&Boxing” se ubica sobre la Avenida Belgrano al 200, a metros de la bajada del puente Pueyrredón, en Avellaneda. Advertirlo al arribar a su ciudad resulta muy sencillo: su imagen, por diminuta que parezca en la realidad, se impones en varias gigantografías. Y con ella, su sonrisa, un sello propio que la acompañará a lo largo de toda la entrevista.
No baja la mirada, como si estuviera en guardia. Eso sí, no se muestra infranqueable. Al contrario. Cuando se relaja, entre mate y mate, invita a pasar por todos los rincones y recovecos de su vida. Hasta los más tristes. Para ella, su historia, su pasado, no son motivo de clausura con un candado inexpugnable, sino que la formaron como mujer. “Mi papá era un terrible peleador de la calle; lo miraban mal o entraba a un boliche y lo empujaban y se peleaba. No se podía controlar. Era un demonio y un ángel, porque también lo querían mucho y ayudó a un montón de gente”, abre el juego. Y añade: “Pero la vida lo llevó por el mal camino, conoció la droga y eso lo terminó de arruinar. Nosotros como familia lo bancamos, mi vieja me demostró ahí que no había que odiar; él no nos pasaba un mango y ella igual lo ayudaba. Nunca pudo salir de la droga y así se murió, joven”.
–¿Sentís que con el boxeo saldaste cuentas con tu viejo?
–Lo lloré mucho tiempo antes, porque me despertaba soñando que se moría. Sentía que tenerlo así, como un zombie, no valía. Me crié con eso, con mi papá que se peleaba con todo el mundo, y cuando empecé en el boxeo será que eso hizo crecer el amor por mi papá, porque él estaba contento, me venía a ver. Era quedarme llorando o hacer algo por mí. Repetir o reparar. Si yo repetía lo que había hecho él me iba a ir mal, y si reparaba ese dolor iba a lograr cada objetivo que me proponía. Todos los ejemplos que tenemos de nuestros padres nos enseñan, para bien o para mal. Acepté, perdoné y fui feliz igual.
–¿Pudiste haber caído en la droga?
–Estaba todo ahí todo el tiempo. Fumaba adelante mío. Pero depende de uno y elegí el buen camino. Yo ya conocía lo malo, probé la marihuana. Por mi papá sabía lo que te hacía la cocaína, que era una cruz que te arruinaba, pero veía que la marihuana sólo te hacía reír un ratito. Por todo eso, a los 17 años me metí en el deporte. Siempre fui media chispita. En el colegio hice vóley y handball. Pero cuando me presentaron el boxeo encajé más porque era la responsable total de cualquier acción y de cualquier resultado.
–Entre esos primeros pasos y subirte a un ring, hay un trecho muy largo.
–La confianza te la dan los guanteos y encima sabía que iba a subir al ring con alguien que conocía como Alejandra Romero, porque entrenaba con ella. Estaba todo muy programado. No subí con alguien extraño. Igual, estaba cagada de miedo. Yo, desde los 12 o 13 años seguía mucho a mi hermano mayor, a Carlitos. Él se iba a bailar o a una fiesta y yo quería ir con él. Me sumaba mucho con los amigos de él que eran todos más grandes. Entonces, era la más peque. En su momento era común pelearse en una esquina acá en Avellaneda. Acompañaba a mi hermano con los amigos y cada vez que se agarraban a trompadas yo estaba ahí metida. Me peleaba, hubo oportunidades en las que me tuve que meter porque estaba mi hermano primero. Entonces, cuando fui al gimnasio y me pusieron guantes y cabezal me dije: “¡Esta es la mía, esto es un picnic!”. Eso me dio más seguridad, porque el boxeo no era tan como nosotros creíamos o como la sociedad lo cree, que es muy bruto, que es violento. Era todo técnica, era un juego para mí.
–¿Cómo se rompe esa imagen del boxeo como un deporte violento?
–Antes entrabas a un gimnasio para entrenar y pelear, no era recreativo. Hoy, después de lo que fue Maravilla (Martínez), de lo que hizo en el país con el Bailando (por un sueño) y todo, la realidad es que ese paradigma fue cambiando. Hoy, toda la gente que conoció el boxeo en sí, o sea el detrás del boxeo, que no es sólo pelear, que no es que te peguen, y que no es el ojo morado, empezó a ver que hay una gimnasia, que hay un trabajo en equipo, compañerismo, solidaridad. Entonces, empezó a ver el detrás de escena del boxeo que es algo que lo puedo hacer yo, siendo bonita, siendo mujer, y no cambiar nada de eso. Estamos rompiendo todos esos paradigmas que había en su momento de lo que era socialmente el boxeo.
–Hablás de paradigmas, de prejuicios, de preconceptos, le sumo uno más: ¿cómo una mujer va a hacer boxeo?
–¡Encima! Para mí fue bravísimo romper ese paradigma de cómo una mujer iba a meterse en el boxeo. ¿Meterme en un lugar de hombres? Ese era el reto más importante. Y eso me motivó a hacer las cosas lo mejor posible. Mi objetivo desde el primer momento fue romperme el lomo para estar preparada y salir con la victoria.
–¿Cómo te diste cuenta que eras buena y que ibas a dedicarte al boxeo?
–La vida me demostró que uno puede ser una apasionada y crecer en un deporte, disfrutar esa pasión y vivir de lo que hace. Entonces, eso me llenó más el alma. Cuando gané el primer Panamericano en la Argentina vivía en el Cenard con muchas chicas que los fines de semana se volvían a sus casas y yo que estaba a 40 minutos de mi casa me quedaba. Me quedaba porque quería hacer todo lo posible para ganar esa medalla. Fui la única medalla panamericana de oro (en 2005) y eso me clasificó para el Mundial de Rusia, donde traje medalla de bronce. Al año siguiente se hizo otro Panamericano acá, gané otra medalla de oro y clasifiqué al Mundial de India (de 2007) donde logré la medalla de plata. Entonces, viajé por todo el mundo, vi diferentes realidades y eso me hizo entender que no me había equivocado, que era yo buscaba: estar en un lugar donde me sintiera plena y pudiera vivir de lo que amaba.
–Hablás de pasión, vos encontraste la tuya a los 17 años, que es una etapa en la que los adolescentes buscan qué hacer con su vida.
–Sí, tal cual. Porque me fui sintiendo plena y la pasión te lleva a eso. Creo que cualquier persona que dé el 100 por ciento en lo que haga, o sea pequeños esfuerzos todos los días, va a tener un resultado exitoso. Eso es claro, yo no lo sabía pero lo hacía. Hacía todo lo que tuviera que hacer porque me había decidido por este deporte. Cuando lo empecé a desarrollar y encima me empezaron a pagar viáticos, a viajar al interior, empecé a abrir la visión de lo que yo creía que era el mundo del boxeo. El boxeo era mucho más, había un trasfondo del boxeo.
–¿Por ejemplo?
–Que te reconozcan en los premios o que te aplaudan. Ya, el hecho de que te subas al ring y que te aplauda todo el mundo sin conocerte, eso es re bonito. Cada aplauso es una caricia por el esfuerzo que vas a hacer porque el boxeo es sacrificado en serio. Si te dedicás de lleno es sacrificado.
–¿Qué es el éxito? Porque hablás de ser exitosa en un mundo tan edulcorado, donde las redes sociales, la cantidad de likes o de seguidores parecen indicar la supuesta importancia de una persona.
–No, ser importante es justamente algo que publiqué en estos días: “Ser importante es el ego, ser feliz es el alma”. A mí el boxeo me llena el alma. Yo quería ser feliz en cada acción que hiciera. Creo que eso es el éxito: ser apasionado y poner el máximo esfuerzo todos los días. No importa lo que hagas, pero si lo hacés con amor y pasión y con amor, vas a tener un resultado hermoso.
–En un deporte machista, ¿con qué cosas feas o malas y con qué cosas lindas o buenas te encontraste?
–Lo feo, y es algo que sigo viendo hoy, es que no tenemos apoyo como tienen los hombres. Ahí te das cuenta que la sociedad es machista porque muchas empresas argumentan que el boxeo femenino no gusta como deporte y directamente no te auspician. Por eso, las bolsas de los hombres no tienen nada que ver con las que recibimos las mujeres. Y en eso nos sentimos discriminadas y ahí está nuestra lucha junto con todas las mujeres. No podemos hacer un lucha en conjunto y decir todas que no peleamos porque los que manejan todo son los hombres y desde ahí estamos en desventaja. Hacer eso es que te congelen y que le ofrezcan a otra. Indirectamente te lo hacen igual.
–El boxeo, en sí, es un deporte individualista, ¿no hay forma de que se unan, no hay manera, es una utopía?
–Es una lucha desigual. Apoyamos la creación del sindicato del boxeador, es una lucha constante pero mientras sigan gobernando los hombres es muy complicado.
–En el boxeo si no negociás con los promotores no entrás. ¿Cómo se hace para hacerse valer ahí?
–Si a vos te ofrecen algo y aceptás, después ya está. Si te ofrecieron 20 y vos dijiste que sí, ya está, aunque después te enteres que había 100. El mercado del boxeo femenino es mucho más chico que el masculino; depende de uno buscar más en otro mercado, porque en ese no te van a dar más. Yo creé mi imagen para seguir facturando, para vender como puedo lo que hago, en mis redes sociales, o con una gorrita cuando subo a pelear.
–Dijiste que una vez finalizada tu carrera profesional, no descartabas la posibilidad de postularte como presidente de la Federación Argentina de Boxeo.
–(se ríe). Cuando uno es referente y busca ser y busca estar, es porque realmente ve cosas que pueden mejorar. Queremos ver en qué podemos sumar y en qué podemos hacer que el resultado sea diferente. Como estamos hoy, no estamos mal pero podríamos estar mucho mejor. Ese camino va a ser largo y habrá que meterse de lleno. Hoy no puedo ser presidenta, pero cuando finalice mi carrera si me lo propongo por qué no. Eso es romper estructuras, es romper paradigmas, es juntarse con un buen equipo de trabajo que piense lo mismo que uno. Todas lo queremos (el cambio y la igualdad real con los hombres), pasa que nadie quiere dar el pasito para adelante.No es que estamos mal, pero el día que nosotras podamos hacernos cargos sabemos que podemos mejorar un montón de cosas. Pero cada una está en su carrera, en sus cosas.
Transcurre más de una hora y Tuti Bopp no se levanta del sillón que ella misma acomodó en el medio de su museo, donde lucen guantes, cinturones y fotos que retratan distintos momentos de su vida como pugilista. Poco queda de aquella niña brava de 16 años que se llevaba el mundo por delante a pura adrenalina. Hoy, esta mujer madura de 34 sólo se transforma en un torbellino arriba del ring. Tan sólo, cuando algún automovilista intenta esbozarle algo, ella sólo atina a bajar la ventanilla para preguntarle qué sucede. Su rostro y los guantes que cuelgan del espejo retrovisor bastan. “¡Ah, no, no campeona”, le dicen entre risas. “Es como que no hay chance y me relacionan al toque: rubia, con guantes, es la Tuti”.