Alguna vez, a lo largo de estos largos años, pudieron mirarse al espejo: vieron a otro. Flacos como “fakires”, triturados por la tortura incesante, los “rehenes” de la dictadura militar uruguaya anduvieron de cuartel en cuartel, condenados a la soledad de calabozos poco más grandes que un ataúd. No podían hablar ni siquiera con las cosas. En las celdas no había cosas, no había nada. Dormían sobre el helado suelo de hormigón, sobresaltados por cualquier ruido de rejas o paso de botas que podía anunciar una nueva ronda de torturas. A veces no les daban ni agua, y ellos bebían sus propios orines. A veces les negaban comida, y ellos comían moscas, gusanos, papeles, tierra. A veces ocurría un milagro: una ráfaga de aire fresco traía un aroma de naranjas por algún agujerito de la ventana tapiada; o por el agujerito entraba un bichito de luz, o una pluma de pájaro. Y a veces resonaba, en la pared, algún mensaje del preso vecino: un mensaje dicho con los nudillos de los dedos. Esta obra celebra una victoria de la palabra humana. Dos de los “rehenes”, Mauricio Rosencof y el Ñato Fernández Huidobro, evocan en estas páginas su experiencia en aquel reino del silencio y del terror. Cuentan cómo lograron salvar su condición humana, prendidos a la vida “como la hiedra al muro”, contra un sistema que quiso volverlos locos y convertirlos en cosas. La comunicación, lograda por un improvisado código morse, fue la clave de esa salvación. Tamborileaban los dedos y así ellos reconquistaban el negado derecho a la voz: a través del muro se daban aliento y consuelo, discutían, compartían experiencias y delirios, gentes y fantasmas, recuerdos y sueños. Aquella música de tamborcitos, aquellos ruiditos humildes, eran la mejor sinfonía de Beethoven; en ellos resonaba la maravilla del universo. Prohibida la boca, hablaban los dedos. Hablaban el lenguaje verdadero, que es el que nace de la necesidad de decir. El encuentro entre Mauricio y el Ñato a través de la pared no solo revela la fuerza de dignidad y el poder de astucia de nuestros presos políticos: ese diálogo alucinante es, además, el más certero símbolo del fracaso de un sistema que quiso convertir a todo el Uruguay en un país de sordomudos.
Prólogo de Memorias del calabozo