Les hablé con el corazón y me contestaron con el bolsillo. La declaración de Larry Kudlow, director del Consejo Económico Nacional de Estados Unidos, asesor directo de Donald Trump, asegurando que el problema de la Argentina es el peso, dejó al gobierno de Mauricio Macri tan consternado como estuvo Juan Carlos Pugliese en 1989 cuando buscaba ayuda desesperada para intentar detener lo inevitable y recibió como respuesta un mazazo de los mercados. Aquella confesión para la historia del entonces ministro de Economía de Raúl Alfonsín ahora podrían repetirla el Presidente o sus funcionarios si pudieran superar el shock de desconfianza que sembró el ex banquero de Wall Street en medio de las duras negociaciones con el FMI. Kudlow trabajó entre 1987 y 1994 como economista jefe del banco de inversión Bear Stearns y expresa el pensamiento de ese sector de las finanzas globales. Si sus palabras contenían una revelación, al sostener que el Departamento del Tesoro de Estados Unidos y el gobierno argentino trabajan en un plan de regreso de la convertibilidad, o si buscaron instalar una operación política para forzar al debilitado presidente Macri a dar ese paso, se verá con el correr de los días. Lo cierto es que expusieron con la diplomacia de un boxeador que el gobierno de Cambiemos está para el cachetazo, al punto que le bajan instrucciones desde Washington sin que atine a amagar una defensa. También lo hizo Christine Lagarde en una entrevista con el Financial Times, donde acumuló condicionales antes de ratificar que las negociaciones siguen abiertas. Fue una nueva desmentida al mandatario nacional, quien había asegurado hace dos semanas que el adelanto de los desembolsos del préstamo del Fondo estaba acordado con el organismo. “Si el presidente Macri incluye reformas serias en su plan, entonces las vamos a analizar”, arrancó la directora del FMI en ese reportaje de mitad de semana que leen los inversores internacionales. “Evaluaremos el impacto de las reformas sobre la situación macroeconómica del país, determinaremos la sustentabilidad de la deuda y trabajaremos con ellos”, completó. La disparada posterior del dólar arriba de los 40 pesos fue la ratificación de que el Gobierno habla con el corazón y los mercados le contestan con el bolsillo. El hecho de que Lagarde esté advirtiendo que el FMI debe analizar la sustentabilidad de la deuda argentina agrega otro condimento de inestabilidad a una situación cada vez más delicada.
El 18 de mayo se publicó en esta columna un anticipo de lo que vendría bajo el título “Dolarización”. Por esos días el Gobierno aseguraba que la crisis cambiaria se apagaría con el acuerdo por 50.000 millones de dólares con el FMI y Elisa Carrió prometía que el dólar quedaría en 23 pesos. Desde entonces se perdieron 13.000 millones de dólares de las reservas, la corrida se intensificó y el dólar superó los 40 pesos, pero otra vez las autoridades sostienen que el nuevo entendimiento con el Fondo –el primero fracasó antes de los tres meses– disipará la desconfianza, en tanto el valor de la divisa bajará, según repitió anteayer la diputada oficialista. “El nivel de alarma entre los argentinos es tan grande al ver la inconsistencia de la política económica que pocos alcanzan a reaccionar para advertir que lo que se supone una solución, el acuerdo con el Fondo Monetario, no hará más que profundizar la desigualdad social y generar un persistente clima recesivo”, se escribió en aquel artículo de principios de mayo. “Como el destino inexorable de ese plan es otra vez el fracaso -seguía-, la oposición haría bien en apurar los trámites para constituir una alternativa de poder antes de que el mensaje antipolítica se reinstale con el que se vayan todos”. Esa asignatura sigue tan en veremos como entonces, con plazos que se acortan. “Como se viene escribiendo insistentemente en este diario -agregaba otro párrafo que no ha perdido actualidad sino todo lo contrario-, el talón de Aquiles de la economía es el déficit externo, la insuficiencia relativa de divisas. Negociar ahora un nuevo blindaje con el FMI no cambiará en nada esa situación. Solo permitirá que los ganadores del modelo sigan retirando dólares hasta que se agoten los recursos del potenciado endeudamiento. Al final del camino, por más que desaparezca el déficit fiscal, la hemorragia de divisas volverá a generar una situación explosiva”. Por último, la conclusión era la siguiente: “La pregunta que queda flotando cuando los dólares del Fondo también se acaben es si volverá el proyecto que el establishment financiero no pudo imponer después de la debacle de 2001: la dolarización”. Las declaraciones de Kudlow a la cadena Fox terminaron por confirmar que efectivamente era así.
La propuesta de dolarización planteada como una opción para terminar con el peso solo conseguiría cristalizar lo peor del modelo de Cambiemos por tiempo indefinido, pero además sepultaría las posibilidades de utilizar instrumentos básicos de un país soberano como las políticas monetaria y cambiaria. Son herramientas esenciales para cualquier plan que no sea la exportación de materias primas y la dependencia de los capitales financieros. La zanahoria de matar la inflación sacrificando al peso omite la explicación de que ello también destruiría a la enorme mayoría del aparato industrial, condenaría al desempleo o al trabajo de subsistencia a la mitad de la población, ahogaría capacidades de desarrollo nacional, ataría a la Argentina al humor de las corporaciones políticas y económicas estadounidenses, sería una bomba para los procesos de integración regional y traería encadenadas reformas estructurales en los regímenes jubilatorio, laboral y de seguridad social, solo en beneficio de una casta de sectores concentrados con inserción internacional y un tercio de la clase media actual integrada a ese sistema. Si Kudlow en representación del poder financiero de Wall Street se atreve a sugerir semejante programa en las actuales condiciones de dependencia que presenta el país, no hace falta ser demasiado imaginativo para anticipar lo que vendrá después de implementada la dolarización.
Si bien es cierto que la dirigencia nacional en sentido amplio por ahora descarta el plan de la dolarización, su aparición en escena habla del desconcierto que ofrece el Gobierno para resolver la crisis que hace naufragar al país. Como el plan A de devaluación, ajuste y endeudamiento fracasó (2016 y 2017), el B de más devaluación, más ajuste y pedido de socorro al FMI también fracasó (junio de 2018), el C de más devaluación, déficit cero y más desembolsos del Fondo son pocos los que estiman que tendrá éxito, ya surge el D de la dolarización. Esa oferta en el horizonte no hace más que agregar incertidumbre en el presente y alimentar las especulaciones sobre la voluntad real de Estados Unidos de apoyar una solución a los problemas actuales sin condenar al país a convertirse en una virtual colonia.
El Gobierno responde a toda esta situación con más de lo mismo: ajuste en el Presupuesto al punto de que no hay plata para vacunas ni Ministerio de Salud para responder a emergencias inesperadas, Macri con la muletilla de que no hay otro camino, ruegos al FMI, a Trump y a Angela Merkel para que el país no estalle antes del G-20 de noviembre, la enésima suba de encajes bancarios, desregulación cambiaria cuando se diluyen las reservas y ahora también empiezan a salir depósitos en dólares de los bancos, pasividad frente al derrumbe de empresas, empleos y consumidores, resignación ante la aceleración inflacionaria y la destrucción del salario, represión para el efervescente conflicto social y retroexcavadoras en el Sur para entretenimiento de la prensa adicta. A la descomposición económica se suman hechos de gravedad institucional como la designación del ministro de la Corte más allegado al oficialismo en la presidencia del tribunal y el secuestro con tortura a quién ofrece resistencia simplemente por participar de una olla popular. Son imágenes del naufragio, el tiempo dirá si son las últimas.