Con partidos como el que le ganaron a Australia ayer en Gold Coast, Los Pumas construyeron su historia de épica, tackle, corazón y una mística que siempre los levantó aunque estuvieran por el suelo. Israel Folau –que tiene gestos técnicos de Lomu– tomó la pelota en sus manos a cinco metros del ingoal. Con apenas segundos por jugar, parecía que se repetiría un nuevo final avinagrado. Que habría otra vez sopa. Que el australiano haría un try más fácil que el del primer tiempo, cuando en una carrera indetenible se fue de un viaje hacia la meta argentina. Pero apareció Lavanini de la nada, le extirpó la ovalada bien arriba y los Wallabies se quedaron sin tiempo. En esa escena del cierre quedó reflejada la importancia de una victoria que no se daba hacía 35 años.
La selección nacional no ganaba en tierra australiana desde 1983, en Brisbane. Jugaba Hugo Porta, el try valía cuatro puntos y ni siquiera se había disputado el primer Mundial de Rugby de 1987. Si el 23 a 19 en Gold Coast también podría ser considerado histórico, es porque Argentina logró su segundo triunfo por primera vez en el torneo con más campeones del mundo. Una verdadera NBA. Ese es el contexto en que debe ubicarse el éxito de Los Pumas. Que, tras la derrota de los All Blacks ante los Springboks 34-36, a dos fechas del final –y como nunca antes había sucedido– hasta tienen chances matemáticas de ganar el Rugby Championship. Hay que decirlo, aunque parezca una utopía.
A esta altura de los cuatro partidos que lleva Mario Ledesma como entrenador, está claro que el seleccionado sabe a qué juega. Podrá salirle la idea o no, pero se aferra a ella. Sobre todo cuando tiene la pelota, más en ataque que en defensa, esta última una virtud que siempre se destacó de Los Pumas. Debería agregarse que además consolidó una mentalidad que había insinuado en la etapa anterior con Daniel Hourcade. Lo curioso es cómo lo consiguió tan rápido. Después del Mundial de Inglaterra el equipo venía cuesta abajo. No le encontraba la vuelta al juego. Había encadenado el año pasado una llamativa cantidad de derrotas contra casi todas las potencias. Ese declive ubicó a la Argentina en el grupo más parejo y difícil del Mundial de Japón 2019, donde se enfrentará con dos potencias, pero del hemisferio norte: Inglaterra y Francia. Hourcade se tuvo que ir y llegó Ledesma. Lo demás es este presente que ilusiona, que el nuevo entrenador sintetizó en dos palabras en apariencia antagónicas cuando asumió el cargo: “trabajo y locura”.
Los Pumas combinan ahora sus destrezas históricas –defensa, tackle, un pateador confiable y un scrum que todavía debe mejorar– y atributos que aparecían en cuentagotas, sobre todo en el quiebre de la línea de ventaja, el juego por las puntas, la explosión en espacios reducidos donde tiene a dos revulsivos como Moyano y Delguy. El tucumano se lesionó en el primer tiempo después de driblear a varios jugadores y entregarle un try en bandeja a Sánchez que se anuló porque pisó el touch con la uña del pie izquierdo. Pero el otro wing, un prodigio de habilidad para quebrar la cintura y enfilar directo hacia el ingoal, apoyó un try válido minutos después en una jugada que inició Pablo Matera. Con la conversión del apertura, Argentina pasó al frente 17-14. Así terminó el primer tiempo. Esa ventaja no la cedería hasta el final, más allá de un try australiano que achicó la diferencia a un punto (20-19) y dejó el resultado abierto y expuesto al más mínimo error.
Un penal convertido por Boffelli desde la mitad de la cancha alejó a Los Pumas a cuatro puntos. Quedaban 3 minutos por jugar. Australia necesitaba un try para ganar y lo buscó más con jugadas individuales que combinaciones elaboradas. Hubo errores groseros de los dos lados que hicieron sufrir a la selección nacional y dejaron expuesto al rival a un resultado más abultado. Los Wallabies apostaron todo a su gigante Folau, pero Lavanini –una de las torres argentinas– se le cruzó en el camino. El árbitro señaló el final y los abrazos se multiplicaron como después de aquella defensa épica contra Irlanda del Mundial ‘99. Ledesma dijo tras la victoria que demoró 35 años: “Hay algo acá, en el equipo, se siente”. Es como para que se ilusione, sin creérsela, con la certeza de que su equipo va por el camino correcto.