Hace casi dos meses que Xia visita a Wu, su padre (finalmente, el Chino del chino de enfrente era su padre), en Tablada, en el sur de Rosario. El vecino (que finalmente era un escritor de la ciudad, conocido incluso en algunas zonas del centro de Rosario), ya la ha visto muchas veces sentada al lado de su tía, Nancy, en la línea de cajas del chino, leyendo los libros de Mo Yan, casi siempre con un auricular en los oídos, escuchando a Faye Wong del celular.

Por hablar o iniciar el contacto, ese día él le preguntó qué estaba escuchando. Ella sonrió con ese resplandor que significa su nombre (Xia) y en lugar de contestarle, le dio los auriculares para que él mismo escuchara.

-- ¿What is?

-- Faye Wong, Eyes on me, ¿has you seen Chunking Express...?

Y por fin un viernes a la tarde, después de ponerle su mercadería de hombre solo (atún, nueces, Match 3, Dadá Malbec) en el bolso ecológico, ella le pidió que la acompañara al centro para ver las librerías de la ciudad. Feliz, como él era un escritor conocido en el centro, eligió Homo Sapiens, Oliva, El juguete rabioso y Paradoxa, pero allí no había muchos libros en inglés, entonces fueron a Stratford, en la calle Entre Ríos, y ella compró algunos clásicos que no tenía en Beijing, "The catcher on the rye", "The Sportwriter" y "The Monns of Jupiter", Salinger, Ford y Munro, y él pensó en la formación de un mediocampo célebre. De fútbol, pero brasileño: Pelé, Gerson y Rivelinho.

Cuando ella ya estaba pagando, tomó de un costado de la caja, una edición Penguin de Hamlet y se la regaló a él. Algo de reciprocidad, porque cuando habían estado en Oliva, él le había regalado un "Borges Esencial", aunque ella no leyera español, con la esperanza de que quizá algún día Wu lo aprendiera o ella, o mientras se quedara en Rosario, sería otro motivo de charla, con alguna pregunta sobre Ficciones o El Aleph, aunque los cuentos no son canciones pero pueden ser un lazo o un cimbel.

Más tarde tomaron un café en La Sede y ella le preguntó cómo hacía él para leer y escribir tanto. Él le dijo que era como preguntarle a un neurocirujano cómo podía operar durante ocho horas una cabeza. Y hacerlo otra vez mañana y pasado. Él sólo agregó un mohín de suficiencia, pero no pretencioso sino más bien como de asombro por la pregunta, no por la respuesta. Él pensó agregar lo de la respiración, pero ya se aburre de escucharse diciendo que leer y escribir es su elemento, su agua en la pecera. A veces, el agua de la pecera no fluye.

Cuando Xia subió al baño, pidieron otras dos jarritas de café, y él agregó una medialuna salada y se puso a buscar la página 573 del "Borges Esencial", el ensayo de Jorge Panesi donde indaga sobre los malos entendidos argentinos con Borges, sobre todo, con el peronismo. Al dar vuelta la página 573 algo reverberó entre la hoja del libro, el cristal de la ventana sobre calle Entre Ríos y la espiga lacónica de Xia que descendía por la escalera de hierro. El resplandor lo sobrecogió desde la pollera liviana de seda de ella, como si la siguiera el fluir del agua que habría tocado en la pileta al lavarse las manos, como un brillo del cuerpo de los peces a través de la transparencia de la luz cenital del mediodía y la intermitencia de la piel blanquísima de los muslos finos y una puntilla que semejaba la enagua y un rayo de sol que justo atravesó el vidrio, impactando en los ojos de él y en la página 573 del libro de Xia, de Borges, de Panesi.

-- ¿Esto es una cita? -preguntó ella.

-- Claro -dijo él- la primera. 573... no te olvides de esta página.

A la pregunta anterior de ella (pensó Xia), él estaba leyendo y escribiendo en la primera cita, y quizá los dos pensaron que eran un número impar: el número de una pieza de hotel o de la sala del hospital del operado de la cabeza, todas esa cifras eternas que tanto le gustaban a Borges.