El macrismo trabaja para quedarse. Con Macri, Vidal o quien sea, y muy probablemente con fraude, necesitan desesperadamente asegurarse la continuidad del latrocinio y el coloniaje.
Por eso están acelerando los tiempos, mientras continúan sus afanes: mienten, tapan, silencian, confunden, distraen. Y los que deberían, o sería esperable, que fuesen contundentes en alzar la voz y denunciar, la verdad es que son pocos. La mayoría –muchos, demasiados– se manejan con cautelas y susurros, y no en voz alta, quizás porque tienen más miedo que coraje cívico. Algunas inesperadas, posibles alianzas “estratégicas” lo delatan. Se ve en todos los medios.
A la par se acelera el “Carnaval de los Cuadernos”, que como cada día que pasa se ve más nítido, es un delirio que le están haciendo creer a la pobre inocencia de la gente, y obvio que también a la perversa fantasía de los contentos. Las estrellas de la fiesta son corruptos confesos que, con supuestos arrepentimientos y delaciones, aceptan el chantaje judicial para (creen ellos) reconvertirse en gente dizque honorable. Vano intento de convertir el pus en pomada curativa.
Y aquí hay que reconocer con todas las letras que estamos frente a un invento genial: los cuadernos truchos porque nadie los ha visto; el chofer trucho que sería un oficial de inteligencia; y el supuesto cuadernaje fotocopiado y escaneado en La Nación, que es el diario oficial inteligente, a partir del cuento de que los originales el mismo Oscar Centeno los habría “quemado” en una parrilla que nadie vio ni investigó. Y todo sin que se haya hecho pericia caligráfica alguna, porque, claro, no hay cuadernos.
El plan es genial porque ha conseguido aterrorizar a los más encumbrados empresarios –oligarcas, chetos y de medio pelo– por la sencilla razón de que todos tienen el culo sucio luego de practicar corrupciones durante todas sus vidas.
Aquí hay que decir que lo más curioso –y chistoso y grosero por insostenible– es que en ningún supuesto cuaderno aparece el Sr. Franco Macri, ahora devenido mosca blanca de la corrupción empresarial de las últimas décadas. Ni tampoco el hijo presidente, así blanqueado de las cloacas de Morón, los contrabandos Sevel, el Correo y los muchos procesos que ahora le lavan judicial y mediáticamente. Y de los Panamá Papers, obvio, ni se habla. Y a todo esto es atronador el silencio mediático impuesto al fiscal Jorge Di Lello, que imputó a Macri por los delitos de abuso de autoridad y violación de deberes por haber firmado el acuerdo con el FMI, además de que antes se opuso a la intervención del PJ y pidió la clausura del aeropuerto de El Palomar. Es el único fiscal que casi no sale en los diarios y no sería raro que lo desplacen un día de estos.
El largo desfile de empresarios supuestamente “arrepentidos” por haber sido coimeros (Roggio, Pescarmona, Lascurain, Rocca, Valenti, Clarens, Chediak, Wagner, Neira, Glazman, Eurnekian y tantos más) demuestra algo que no se dice: que la cuestión es moral. Por lo que ninguna confesión los exime de haber sido eso: coimeros. Nada lava esas manchas, por más que ahora zafen de condenas judiciales (algo fácil para ellos).
Y claro: siendo que la cuestión es moral, resulta también inmoral que los jueces los extorsionen para que denuncien cualquier cosa que les sirva para procesar a quienes quieren perseguir, bajo la amenaza de que o denuncian o van a la cárcel. En la vida hay cosas de las que no hay retorno.
El objetivo final evidente es lo que llamamos “La Gran Lula” argentina. Para lo cual la tríada Cambiemos-Bonadio-Clarín avanzó este viernes hacia lo que ya parece inminente: una condena irregular a la ex presidenta, que dará lugar a un inmediato pedido de desafuero, que, al toque, apoyará –veloz y servicial– cierto deleznable peronismo parlamentario.
Hay antecedentes: con la destrucción de la institucionalidad republicana y el avasallamiento de la Constitución Nacional, este gobierno se ocupó de todos los servicios cloacales de que es capaz la antipatria, por desdicha apoyados en cierta anomia generalizada que define hoy a esta otrora orgullosa nación. De hecho ya son muchos los presos políticos del régimen: Milagro Sala es caso emblemático, pero hay muchos más, como el ex ministro y diputado Julio de Vido, que acaba de publicar una furibunda, incisiva carta abierta.
Nadie puede asegurar que dentro de poco el voto nacional y popular no ande buscando al Haddad criollo. Y habrá que tener mucho cuidado para que no se acabe encontrando un nuevo Lenin.
Es sombrío el futuro para los demócratas de esta Argentina nuevamente colonizada, donde la mentira sistemática y la destrucción educativa distraen, estupidizan y embrutecerán a los hijos de millones de compatriotas que hoy parecen preferir silenciosos consentimientos en lugar de patrióticas rebeldías.
La cuestión no es económica. Dicho sea dos veces: no es económico el drama argentino. De donde las soluciones no vendrán de la economía, sino de la política.
Y ellos lo saben, y ése es el núcleo de la gran mentira. Lo que están haciendo es anular todas las posibilidades de debatir, cuestionar y resistir sus políticas. La Justicia que controlan es uno de sus instrumentos esenciales. El sometimiento legislativo por chantajes, carpetazos o genuflexiones ideológicas es otro, no menos decisivo. Y el desmantelamiento paulatino de las resistencias por vía de estrategias de cansancio, a la vez que de represiones cada vez más violentas, completa el cuadro penoso que vive nuestro amado país.
Cuando así sucede –y aunque a much@s no guste que se diga– es que los pueblos están frente a dictaduras, entendido el vocablo como forma autoritaria de imposición de reglas de comportamiento. Las cuales derivan, como siempre derivaron, históricamente, hacia formas de resistencia violenta. Que es lo que parece que desea, provoca y espera este gobierno (y sobre todo su ministra guerrillera) para desatar la violencia generalizada.
Ése es el gran peligro. Ésa la patraña montada por estos tipos, que son malas personas pero sobre todo son hábiles instrumentos del coloniaje y la entrega total. La Argentina se enfrenta a la mayor encrucijada de su historia: recuperarse o desaparecer como nación.