Oh, viejas, viejas salas de fichines, reservorios de Space Invaders, Froggers y Super Pac-Mans, de cascadas de monedas y, por supuesto, de flippers (léase, pinballs, petacos, milloncetes), mecánicos juegos de salón que, aunque con antecedentes en el siglo XVII, tuvieron su pico de popularidad entre los 60 y los 80, cuando los mocitos se amontonaban para accionar el famoso resorte que impulsaba la bola, y el resto era, como suele decirse, entretenida historia. Mocitos como el autodidacta fotógrafo norteamericano Michael Massaia, que rinde hoy sentido tributo al adminículo que alegró su infancia a través de imágenes que lleva media década capturando. Con un evidente halo de nostalgia y en lustroso blanco y negro, rescatando preciosistas detalles de diversos modelos de antaño. “Retratos de pinballs tomados en distintos puntos de New Jersey en los últimos arcades que resisten”, advierte la sucinta presentación que acompaña a sus varias decenas de fotografías; muchas, registradas en el Silverball Museum de Asbury Park, galería de videgames del 30 a los 90s que, además de visionar, permite jugar con los más de 600 juegos disponibles. En buena parte eternizados por Massaia en una serie que lleva por título Saudade, para expresar cierta agridulce intención. La de despedirse, en palabras del artista, “de un mundo analógico que se encoge rápidamente, mientras prevalece la belleza de las últimas máquinas remanentes”. Máquinas que, en formato fotográfico, lógicamente no hacen barullo, ni se tildan.