Cuando era chica, creía que los árboles crecían porque tenían motor. Su madre estaba convencida de que era demasiado embustera. “Esta chica miente todo el día”, se quejaba alarmada por la capacidad de inventar de esa niña de ojos celestes y pelo rubio. Cuando Luciana Sousa pudo garabatear sus primeros relatos, su madre archivó la perspectiva de la mentira y descubrió que tenía que mandarla a talleres literarios porque escribía todo lo que imaginaba. Desde los 13 años, pasó por los talleres de Alberto Laiseca, Juan Diego Incardona y Hebe Uhart, y escribió tanto que nunca pensó en publicar; la edición no le parecía un mundo viable. No sabía si lo que ella hacía podía gustarle o interesarle a alguien. Pero algo la movió a buscar editor para su primera novela, Luro, una historia bella y minúscula sobre el deseo de empezar una nueva vida de una joven embarazada que trabaja en el bar de una estación de servicio de un pequeño pueblo donde “el aire no corre, el tiempo tampoco”, una zona donde “no existen más trámites que las partidas de nacimiento y defunción”. Y se encontró con Lucas Oliveira, editor de Funesiana, editorial de libros artesanales que publicó una primera edición de 40 ejemplares en 2016. El editor le sugirió que se postulara para “una competencia internacional”, sin explicarle muy bien de qué se trataba. En 2017, Sousa resultó elegida por el Hay Festival en el listado de Bogotá 39 –los 39 mejores escritores latinoamericanos menores de 39 años– junto a otros escritores argentinos como Samanta Schweblin, Mauro Libertella, Lolita Copacabana, Martín Felipe Castagnet y Diego Erlan.
“¿Cómo una lista? ¿Quién la elige? Al principio no entendía nada –reconoce la escritora en la entrevista con PáginaI12–. Yo, que ni siquiera pensaba en publicar, de pronto viajé mucho, me pasaron muchas cosas y ahora estoy un poco más amigada con el tema de la lista. Para mí fue valiosísimo poder leer lo que se está escribiendo y que no está llegando acá. Lo más raro fue estar desayunando en Colombia y tener al lado mío a Salman Rushdie que me preguntaba qué escribía yo... Me daba vergüenza y un poco de ternura mostrarle mi libro cosido a mano. Yo ni sabía lo que era un agente literario, hasta que me contactó Claudia Bernaldo de Quirós”. Todo ese revuelo, que su nombre empezara a circular, se generó a partir de Luro, reeditada por Tusquets. Sousa (Buenos Aires, 1986) está terminando de escribir un libro de cuentos y está trabajando también con muchos materiales que escribió a los 13 años. “Le escribí una carta a Ray Bradbury, no sé por qué... Pensé que iba a venir a una Feria del Libro, pero finalmente hubo una videoconferencia o algo así. Fui a la Feria del Libro con mi carta, pensando que ahí iba a estar Ray Bradbury... Había escrito un capítulo más de Crónicas marcianas, era una tarea escolar, y creo que fue mi profesora la que me dio la idea de mandárselo, porque ella me dijo que él recibía muchas cartas o eso es lo que me hizo creer. Traduje todo al inglés y tengo todo guardado en un sobre que dice: ‘Señor Ray Bradbury’”, recuerda con una sonrisa indulgente hacia la adolescente que esperaba que el escritor estadounidense leyera lo que ella había escrito.
–¿De dónde viene el interés por un pueblo como el de Luro?
–De chica viajaba mucho a un lugar que se llama San Blas, un pueblo de pescadores al sur de la provincia de Buenos Aires, porque a mi papá le gusta mucho pescar; entonces viajábamos una vez por año a pescar. La novela la escribí en 2011 y me llamaba mucho la atención ese espacio que había entre la ruta y lo que sería el campo, o lo que se consideraba campo, porque veníamos de discutir hace poco tiempo el campo versus la ciudad. Esa identidad del campo me resultaba rara y me preguntaba qué pasaba en esa zona, que es medio una frontera entre el campo y la circulación de camiones. Pensé en quién vive ahí y cómo era su rutina. De hecho, hay un pueblo que se llama Pedro Luro sobre la ruta 3, que tiene una estación de servicio sobre la ruta y después muchos kilómetros en donde no hay nada, hasta llegar al pueblo. Esa estación de servicio sola me generaba una situación de mucho desamparo, de gente que viaja bastante para llegar a su lugar de trabajo, de gente que siempre está de paso. En la novela aparece un inmigrante, el negro, que en 2011 era una rareza, pero hoy en las ciudades es muy común ver a los inmigrantes negros que venden bisutería.
–¿Por qué pensó en una mujer embarazada como protagonista?
–Eso surgió de un ejercicio de taller en donde teníamos que elegir personajes, temas y posibles conflictos. No me gusta trabajar con lo autobiográfico cuando escribo. La mujer embarazada me permitía poder emparentar cómo se manifestaba en su cuerpo todo lo que iba pasando, además de contar una historia que está sucediendo fuera de su cuerpo. Ella se quiere ir de ese lugar por el negro. El hecho de que una persona se haya movido tanto y haya llegado hasta ahí, adonde nadie quiere ir, empieza a motivarla a irse. Tampoco se expone mucho por qué quiere irse, pero siente curiosidad por moverse, por salir de ese lugar. Quizá la idea es que el lugar adonde podés llegar es parecido adonde estás.
–Hay un modo de narrar que está cerca de la perspectiva de ella y de sus emociones en términos más físicos, pero que es distante en cuanto al tono de la narración. Es una narración un tanto apática respecto de los hechos, ¿no?
–Cuando estaba escribiendo esta novela, estaba leyendo La ciudad de Mario Levrero, que no tiene nada que ver. La idea de no explicar demasiado es algo que me atrae no solo cuando escribo sino cuando leo. En esta novela, creía que si explicaba demasiado empezaba a perder fuerza y para mí lo más valioso es que pasan cosas entretenidas desde el punto de vista argumental. Ella toma una decisión repentina y sin drama decide irse. Creo que estamos acostumbrados a un tipo de ficciones en las que todo es mucho más sentido, más exagerado; en las telenovelas o en las series de ficción todo tiene que ser mucho más espectacular. En cambio, pensaba en una historia muy sencilla, en alguien que necesita irse y que no termina de arreglar nada, porque probablemente va a irse y va a volver. Para mí no hacía falta agregarle dramatismo a ese tipo de decisiones.