“La vida es una cadena de encuentros casuales pero
tratamos de explicarnos a nosotros mismos como
si hubiéramos elegido desde el comienzo”.
Ricardo Piglia, Los diarios de Emilio Renzi
Conocí a Ricardo Piglia a finales de los 80, cuanto participé de un curso que impartía sobre novela en su estudio de la calle M.T. de Alvear. Íbamos allá un grupo de amigos, no más de cuatro o cinco, a leer y analizar la novelística argentina, de Sarmiento a Puig. Luego dejé de verlo durante algunos años, salvo algún encuentro circunstancial. Volví a conversar con él cuando inauguró la Feria del libro de Buenos Aires del 2008. Luego de intercambiar unas breves palabras junto al escenario de la Sala de inauguración, quedamos en tomar un café y conversar un rato. En 2011 y después de muchos encuentros y conversaciones Ricardo me propuso hacer la Serie a la que eligió llamar Del Recienvenido en homenaje a Macedonio Fernández, y me pasó un primer listado de títulos y autores. Su idea fue rescatar obras de narrativa argentina, escritas en la segunda mitad del siglo XX y que por algún motivo no habían tenido la repercusión que se merecían en el momento de su publicación. Destacaba, además, en su proyecto, el hecho de la importancia que tendría para los nuevos lectores conocer esas obras que habían quedado perdidas en los catálogos.
En esta etapa me tocó conocer otro de los aspectos de quien ya era el Director de la Serie del Recienvenido, que venía a sumarse al del escritor y el profesor, ambas ya transitadas por mí. En este caso se trataba del Piglia editor, comprometido con todo lo que tenía que ver con la colección. Siempre con la sencillez y humildad que hacía que planteara cada cuestión como si se tratara de la humilde opinión de un recienvenido. La misma sencillez con que me regalaba un libro de su biblioteca y decía “lo tenés que leer”. O cuando me mandaba un par de generosas líneas por mail, a partir de la publicación de unos poemas míos. Y después de García vinieron Molloy, Basualdo, Feiling, Di Paola, Briante, Constante, Soares, Bosco, Libertella, Demitrópulos, Cozarinsky y, finalmente, Martínez Estrada. En forma paralela surgió el proyecto de publicación de su Antología personal, que salió en 2014, un itinerario trazado por el propio Piglia para recorrer su obra.
En esos años de trabajo, mezclado en las charlas que por lo general manteníamos en las oficinas del Fondo, en el barrio de Palermo, tuvimos oportunidad de hablar sobre aspectos de la vida de cada uno. Ricardo llegaba siempre por la tarde, con tiempo para la charla informal, en donde invariablemente aparecían cuestiones de vida, anécdotas, situaciones de cada uno, que él enriquecía con su erudición, su inteligencia y su gran capacidad para sintetizar en una frase, nunca falta de humor o ironía, magistralmente. Aparecieron allí muchas situaciones que siempre me llamaron la atención por estar cargadas de coincidencias de vida, por rozar los límites entre vida y literatura, por hacer que por momento uno se perdiera, sin saber si había entrado en el territorio de la ficción. Allí se cruzaron las historias de nuestros padres y un destino circunstancial común, la ciudad de Mar del Plata, a partir de un hecho también común, el peronismo. Su padre había sido un médico de Adrogué, cuya adhesión al peronismo lo obligó a trasladarse a Mar del Plata en el año 1955, buscando refugio, luego del golpe militar y la caída de Perón. Mi padre, un abogado de San Fernando, buscó nuevos horizontes (sin encontrarlos), debido a que por su participación en los años del peronismo, en donde fue Senador por la provincia de Buenos Aires, se trasladó con quienes formábamos su familia a Mar del Plata, regresando pocos años después a San Fernando. Dos profesionales de la provincia de Buenos Aires, un médico y un abogado, dos peronistas, dos refugiados en la misma ciudad.
También conversamos una de aquellas tardes de Palermo acerca de las circunstancias narradas en su libro Plata quemada, publicado en 1997. Como se recordará, se cuenta allí el asalto y sus consecuencias a la Municipalidad de San Fernando, hecho ocurrido en la tarde del 27 de septiembre de 1965; yo tenía entonces 12 años y lo recuerdo perfectamente. Vivíamos a pocas cuadras del lugar del robo. El que aparece como el entregador del botín se llamaba Atir Nocito, y era un ignoto cantor de tangos que lo hacía con el nombre artístico de Fontán Reyes. Había comenzado su carrera artística en 1958, perdiendo luego por un problema de salud la capacidad de sus cuerdas vocales durante una gira por Chile; terminó comprando un bar a pocos metros de mi casa, en San Ginés y Sarmiento. Bar al que yo iba de chico a tomar gaseosas, y muchas veces vi a Nocito en el lugar. Una vez le comenté a Ricardo que aquellas reuniones en el Fondo, que se fueron haciendo cada vez más constantes, a medida que avanzaba el proyecto de la Serie del Recienvenido, siempre eran por sugerencia suya a las cuatro y media de la tarde. Se lo dije como una curiosidad y le pregunté si había algún motivo para que así fuera. Se rió, como siempre lo hacía, y me dijo que era el horario que mejor le quedaba. Por la mañana escribía y luego de almorzar y descansar un rato, le quedaba bien venirse caminando (su casa está muy cerca de la editorial, en el barrio de Palermo) y ese horario era el ideal. Quedó así formalizado, que nuestros encuentros de trabajo eran a las cuatro y media de la tarde.
En una calurosa tarde de Buenos Aires, me fui un rato antes de la editorial, quería llegar más temprano a casa. Era 6 de enero, día de mi cumpleaños y había quedado con mi mujer, mis hijos y nietos, que cenaríamos juntos. Caminaba por Zapiola hacia mi casa cuando sonó el celular y me avisaron que hacía unas pocas horas había muerto Ricardo Piglia. Al llegar a casa leí en el zócalo de algún noticiero que Piglia había muerto a las cuatro y media de la tarde, lo cual no pude corroborar. Sí volvieron a mi cabeza como si se tratara de una relectura, aquellas conversaciones. Historias de exilios en Mar del Plata, de asaltos a camiones blindados, de encuentros a la hora de la muerte, también de nuestras abuelas con el mismo nombre, Rosa. Y que todo era una red de entrecruzamientos y afinidades, de encuentros casuales, nacidos de la realidad y la ficción.
* Poeta y editor. Gerente general del Fondo de Cultura Económica de Argentina.